Después de la experiencia en el cine, no volvimos a hablar del asunto. Eso sí, nos intercambiábamos miradas pícaras constantemente, silencios velados, charlas con los ojos. Pero ni una palabra al respecto.
A mí nunca me han gustado las chicas, la verdad, a pesar de que admito haber tenido fantasías sexuales con algunas, nada del otro mundo, me consta que es bastante usual entre las chicas. Bastante tiempo pasó hasta que pude devolverle el favor; lo cierto es que no fue nada planeado, al contrario. Creo que parte de la magia residió en la naturalidad con la que todo sucedió. Todos los años nos vamos de vacaciones juntos: pillamos varios apartamentos en algún complejo con piscina, cerca de algún lugar en el que haya discos, pubs, ya sabéis a lo que me refiero. Ese año no iba a ser menos.
Como siempre, nos instalamos sin orden ni concierto: ventaja de llevarnos todos bien. Belinda andaba bastante cansada, pues la noche anterior le había tocado cuidar de sus sobrinos y le dieron bastante guerra, además la niña apenas la había dejado dormir. Después de desayunar, se dio una ducha en la piscina, tomó el sol (lo justo para que se le secara el bikini) y se fue al apartamento. Me daba penita, pero sabía que en cuanto durmiera un poco se repondría. Estuve nadando, tomando el sol y me fui al apartamento, pues quería ver si necesitaba algo.
Yacía en la cama, apenas cubierta por una fina sábana. Estaba tumbada de lado, con las piernas ligeramente separadas. Prometo que no pretendía más que comprobar si tenía fiebre, dado que sus mejillas estaban ligeramente arreboladas; coloqué mis labios en su frente con el único fin de ver si su temperatura corporal era normal. Estaba tibia, pero no tenía fiebre. El roce de mis labios fue suficiente para que abriera ligeramente mis ojos, me sonriera, y me hiciera un hueco en la cama. Se movió hacia la pared, de espaldas a mí y yo me tumbé a su lado. La posición era algo incómoda, básicamente porque las camas no eran muy grandes y apenas había espacio entre las dos. No tuve más remedio que pasar mi brazo alrededor de su cintura. El calor enseguida me inundó al notar su suave piel bajo la palma de mi mano, pero no hice nada, tan sólo cerré los ojos. No sé cuánto tiempo duró la siesta, supongo que minutos, la única certeza que tenía es que dos de mis dedos estaban justo al lado de una de sus tetitas. Notaba que el bikini se le había rodado lo suficiente para que uno de sus pezones quedara expuesto, bastaría con que sólo moviera mis dedos unos milímetros para comprobar si estaba tan duro como parecía. Sentía mucha excitación mientras decidía si hacerlo o no, noté cómo me mojaba, cómo se me erizaba la piel. Sé que no había necesidad, pero me fingí dormida y cerré mi mano sobre su pecho. Lo noté endurecerse al instante, a pesar de que mi amiguita dormía plácidamente por el cansancio contenido. Me pegué más a ella, aspirando su olor y aproveché para pellizcar ligeramente su pezón, que estaba como una piedra, enhiesto. Belinda se movió en sueños y me asusté; aparté mi mano de su pecho, haciéndome la dormida, y fue a parar sobre su estómago. Al moverse, mi amiga adoptó otra postura y sus piernas volvieron a abrirse ligeramente. Mojé mis labios pensando que lamía sus dulces pezones, ahora expuestos los dos, y mi mano, esta vez sin vacilación alguna, se aventuró por debajo de su braguita de bikini.