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Sobre la locura

Última respuesta: 14 de octubre de 2009 a las 23:21
B
biotza_5136741
23/9/09 a las 22:52



Pongo un fragmento de un artículo sobre un libro, "Egolatría" de Guillermo Rendueles.

En términos filosóficos, podríamos definir la cultura occidental del último cuarto del siglo XX como el resultado de la Autodestrucción de la Razón en virtud de su propio ejercicio interno; es a eso a lo que hemos venido llamando Postmodernidad para definir una constelación de discursos que, gloria del chisporroteo, reivindicaban la "muerte del sujeto", la identidad débil o fragmentada, el relativismo narcisista, el derecho al presente, la ironía descomprometida, la construcción estética de una personalidad discontinua. Algunas de estas consignas no hubiesen estado nada mal en un mundo mejor, pero en el realmente existente parecían venir sencillamente a replicar o doblar fantasmalmente (alegre nihilismo de las élites urbanas occidentales) el muy material y destructivo proceso que erosionaba y sigue erosionando el suelo de la humanidad, esa brega imparable que hemos venido denominando, con una cierta timidez eufemística, "globalización": el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la "flexibilidad laboral, la destrucción de la comunidad, la corrosión del carácter, la fragmentación biográfica, el imperio del ello consumidor, la deslocalización de las relaciones y la volatilización de los lugares. En estas condiciones, la Autodestrucción de la Razón era indisociable de una autonegación de la política -como necesidad y aspiración a un marco colectivo de decisión- en la que, paradójicamente, los nombres más revolucionarios de la cultura daban pedales, cuesta abajo, a la revolución permanente del capitalismo; así, el "nomadismo" de Deleuze describía bastante bien los flujos migratorios de la fuerza de trabajo, el cuidado del self de Foucault se distinguía poco de los llamados "manuales de auto-ayuda" y el "deseo" y las "multitudes" de Negri servirían de slogan publicitario para la inauguración de un Nuevo Centro Comercial. Frente a esta Autodestrucción de la Razón que inevitablemente entraña la despolitización de las relaciones sociales, Benedicto XVI, consciente al mismo tiempo de la inseguridad cotidiana de los hombres y de la poderosa rivalidad del Islam, ha denunciado muy justamente la "tiranía relativista", pero propone, a cambio, el restablecimiento del dogma religioso como espinazo de toda certidumbre; es decir, retroceder del post-racionalismo al ante-racionalismo. Esa, claro, no es la solución. De lo que se trata más bien es de retroceder un poco menos y recuperar la política, proyecto al que se oponen por igual -único pero suficiente acuerdo entre ambas fuerzas- el relativismo capitalista y el dogmatismo religioso.

A lo largo de los últimos años, muchos han sido los procedimientos destinados a despolitizar un conflicto global cuya herida reclama cada vez más remiendos: las ONGs con su institucionalización de la neutralidad bienhechora; las sectas e iglesias que, sobre todo en Latinoamérica, han puesto a cantar a los que antes peleaban en las selvas; el soborno menudo de la mercancía alcanzada o prometida; los sindicatos claudicantes que aterciopelan la resistencia; la idolatría sin cuerpo de las imágenes televisivas; y en los grandes centros urbanos occidentales... la psiquiatría. Hace unos meses un informe oficial estadounidense revelaba que el 50% de los ciudadanos de los EEUU sufre "trastornos psicológicos", dato que, a escala quizás más modesta, es extrapolable al conjunto de Europa, incluida España, donde el número de personas actualmente en tratamiento psiquiátrico, de formar una coalición electoral, constituirían sin duda el principal partido de la oposición. La psiquiatrización masiva e ininterrumpida de la vida social (estrés post-traumático, depresión post-vacacional, síndrome post-divorcio, etc.) demuestra palmariamente la fuerza patógena del capitalismo, pero ilumina asimismo una práctica psiquiátrica orientada menos a resolver que a bloquear la experiencia sociobiográfica del conflicto individual.

Hace unos meses una editorial asturiana publicaba un libro tan polémico como necesario, Egolatría, que por eso mismo, desgraciadamente, sólo provocará quizás alguna que otra batallita gremial. En él su autor, Guillermo Rendueles, teórico de la psiquiatría, psiquiatra bragado en la sanidad pública (en una región cuya historia más reciente está marcada por la reconversión industrial y la derrota de la clase obrera), militante de izquierdas y muy brillante escritor, analiza y denuncia los discursos y las prácticas de la psiquiatría en el marco de una sociedad que no puede permitirse dar tiempo a los hombres para adquirir una psicología y que exige permanentemente la disolución de todo sujeto, tanto en sentido biográfico como moral, para poder reproducirse sin resistencias. El cambio de paradigma impuesto en los años setenta por la APA (Asociación de Psiquiatras Americanos) desplazó los rubros clásicos de la "neurosis", la "perversión" o la "histeria" -centros de durísimas batallas teóricas- para aceptar pasivamente la doxa social que lubrica, legitima y honra en cada gesto la "personalidad multiple". En general no hay ninguna "normalidad" a partir de la cual se pueda definir la "locura" sino que, al contrario, es la "locura" la que revela los límites y consistencia de la normalidad. En este sentido, la clasificación nosológica del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los desórdenes mentales) es realmente -dice Rendueles- "la imagen en negativo de la normalidad postmoderna". Podríamos decir que, si la normalidad postmoderna es la funcionalidad de una desintegración integrada, nuestra "locura" no es más que un exceso de postmodernidad.


Siento que sea largo pero me parece muy interesante e importante para entender un poco el mundo en el que vivimos.

Saludos.

Ver también

M
makiko_6078678
27/9/09 a las 21:19

Ongs con su institucionalización
A lo largo de los últimos años, muchos han sido los procedimientos destinados a despolitizar un conflicto global cuya herida reclama cada vez más remiendos: las de la neutralidad bienhechora; las sectas e iglesias que, sobre todo en Latinoamérica, han puesto a cantar a los que antes peleaban en las selvas; el soborno menudo de la mercancía alcanzada o prometida; los sindicatos claudicantes que aterciopelan la resistencia; la idolatría sin cuerpo de las imágenes televisivas; y en los grandes centros urbanos occidentales... la psiquiatría. Hace unos meses un informe oficial estadounidense revelaba que el 50% de los ciudadanos de los EEUU sufre "trastornos psicológicos", dato que, a escala quizás más modesta, es extrapolable al conjunto de Europa, incluida España, donde el número de personas actualmente en tratamiento psiquiátrico, de formar una coalición electoral, constituirían sin duda el principal partido de la oposición. La psiquiatrización masiva e ininterrumpida de la vida social (estrés post-traumático, depresión post-vacacional, síndrome post-divorcio, etc.) demuestra palmariamente la fuerza patógena del capitalismo, pero ilumina asimismo una práctica psiquiátrica orientada menos a resolver que a bloquear la experiencia sociobiográfica del conflicto individual.

M
makiko_6078678
29/9/09 a las 22:32

Sobre la locura




Pongo un fragmento de un artículo sobre un libro, "Egolatría" de Guillermo Rendueles.

En términos filosóficos, podríamos definir la cultura occidental del último cuarto del siglo XX como el resultado de la Autodestrucción de la Razón en virtud de su propio ejercicio interno; es a eso a lo que hemos venido llamando Postmodernidad para definir una constelación de discursos que, gloria del chisporroteo, reivindicaban la "muerte del sujeto", la identidad débil o fragmentada, el relativismo narcisista, el derecho al presente, la ironía descomprometida, la construcción estética de una personalidad discontinua. Algunas de estas consignas no hubiesen estado nada mal en un mundo mejor, pero en el realmente existente parecían venir sencillamente a replicar o doblar fantasmalmente (alegre nihilismo de las élites urbanas occidentales) el muy material y destructivo proceso que erosionaba y sigue erosionando el suelo de la humanidad, esa brega imparable que hemos venido denominando, con una cierta timidez eufemística, "globalización": el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la "flexibilidad laboral, la destrucción de la comunidad, la corrosión del carácter, la fragmentación biográfica, el imperio del ello consumidor, la deslocalización de las relaciones y la volatilización de los lugares. En estas condiciones, la Autodestrucción de la Razón era indisociable de una autonegación de la política -como necesidad y aspiración a un marco colectivo de decisión- en la que, paradójicamente, los nombres más revolucionarios de la cultura daban pedales, cuesta abajo, a la revolución permanente del capitalismo; así, el "nomadismo" de Deleuze describía bastante bien los flujos migratorios de la fuerza de trabajo, el cuidado del self de Foucault se distinguía poco de los llamados "manuales de auto-ayuda" y el "deseo" y las "multitudes" de Negri servirían de slogan publicitario para la inauguración de un Nuevo Centro Comercial. Frente a esta Autodestrucción de la Razón que inevitablemente entraña la despolitización de las relaciones sociales, Benedicto XVI, consciente al mismo tiempo de la inseguridad cotidiana de los hombres y de la poderosa rivalidad del Islam, ha denunciado muy justamente la "tiranía relativista", pero propone, a cambio, el restablecimiento del dogma religioso como espinazo de toda certidumbre; es decir, retroceder del post-racionalismo al ante-racionalismo. Esa, claro, no es la solución. De lo que se trata más bien es de retroceder un poco menos y recuperar la política, proyecto al que se oponen por igual -único pero suficiente acuerdo entre ambas fuerzas- el relativismo capitalista y el dogmatismo religioso.

A lo largo de los últimos años, muchos han sido los procedimientos destinados a despolitizar un conflicto global cuya herida reclama cada vez más remiendos: las ONGs con su institucionalización de la neutralidad bienhechora; las sectas e iglesias que, sobre todo en Latinoamérica, han puesto a cantar a los que antes peleaban en las selvas; el soborno menudo de la mercancía alcanzada o prometida; los sindicatos claudicantes que aterciopelan la resistencia; la idolatría sin cuerpo de las imágenes televisivas; y en los grandes centros urbanos occidentales... la psiquiatría. Hace unos meses un informe oficial estadounidense revelaba que el 50% de los ciudadanos de los EEUU sufre "trastornos psicológicos", dato que, a escala quizás más modesta, es extrapolable al conjunto de Europa, incluida España, donde el número de personas actualmente en tratamiento psiquiátrico, de formar una coalición electoral, constituirían sin duda el principal partido de la oposición. La psiquiatrización masiva e ininterrumpida de la vida social (estrés post-traumático, depresión post-vacacional, síndrome post-divorcio, etc.) demuestra palmariamente la fuerza patógena del capitalismo, pero ilumina asimismo una práctica psiquiátrica orientada menos a resolver que a bloquear la experiencia sociobiográfica del conflicto individual.

Hace unos meses una editorial asturiana publicaba un libro tan polémico como necesario, Egolatría, que por eso mismo, desgraciadamente, sólo provocará quizás alguna que otra batallita gremial. En él su autor, Guillermo Rendueles, teórico de la psiquiatría, psiquiatra bragado en la sanidad pública (en una región cuya historia más reciente está marcada por la reconversión industrial y la derrota de la clase obrera), militante de izquierdas y muy brillante escritor, analiza y denuncia los discursos y las prácticas de la psiquiatría en el marco de una sociedad que no puede permitirse dar tiempo a los hombres para adquirir una psicología y que exige permanentemente la disolución de todo sujeto, tanto en sentido biográfico como moral, para poder reproducirse sin resistencias. El cambio de paradigma impuesto en los años setenta por la APA (Asociación de Psiquiatras Americanos) desplazó los rubros clásicos de la "neurosis", la "perversión" o la "histeria" -centros de durísimas batallas teóricas- para aceptar pasivamente la doxa social que lubrica, legitima y honra en cada gesto la "personalidad multiple". En general no hay ninguna "normalidad" a partir de la cual se pueda definir la "locura" sino que, al contrario, es la "locura" la que revela los límites y consistencia de la normalidad. En este sentido, la clasificación nosológica del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los desórdenes mentales) es realmente -dice Rendueles- "la imagen en negativo de la normalidad postmoderna". Podríamos decir que, si la normalidad postmoderna es la funcionalidad de una desintegración integrada, nuestra "locura" no es más que un exceso de postmodernidad.


Siento que sea largo pero me parece muy interesante e importante para entender un poco el mundo en el que vivimos.

Saludos.

L
lasha_9705903
1/10/09 a las 20:54

Ooooooooooye


pero ya que dices reconóceme a MÍ el mérito de haberte reconocido, es que como Marieka dice que soy tontha........................ ...

Por cierto, que tus amigas lo sabían (y no digas que no, que os guiñabais los ojitos)....................... ......, desde luego qué calaña la de la gente que ríe las "gracias" de alguien que insulta.............

M
makiko_6078678
5/10/09 a las 21:57

Saludos.
Siento que sea largo pero me parece muy interesante e importante para entender un poco el mundo en el que vivimos.

M
makiko_6078678
8/10/09 a las 23:06

Eeuu
A lo largo de los últimos años, muchos han sido los procedimientos destinados a despolitizar un conflicto global cuya herida reclama cada vez más remiendos: las ONGs con su institucionalización de la neutralidad bienhechora; las sectas e iglesias que, sobre todo en Latinoamérica, han puesto a cantar a los que antes peleaban en las selvas; el soborno menudo de la mercancía alcanzada o prometida; los sindicatos claudicantes que aterciopelan la resistencia; la idolatría sin cuerpo de las imágenes televisivas; y en los grandes centros urbanos occidentales... la psiquiatría. Hace unos meses un informe oficial estadounidense revelaba que el 50% de los ciudadanos de los sufre "trastornos psicológicos", dato que, a escala quizás más modesta, es extrapolable al conjunto de Europa, incluida España, donde el número de personas actualmente en tratamiento psiquiátrico, de formar una coalición electoral, constituirían sin duda el principal partido de la oposición. La psiquiatrización masiva e ininterrumpida de la vida social (estrés post-traumático, depresión post-vacacional, síndrome post-divorcio, etc.) demuestra palmariamente la fuerza patógena del capitalismo, pero ilumina asimismo una práctica psiquiátrica orientada menos a resolver que a bloquear la experiencia sociobiográfica del conflicto individual.

M
makiko_6078678
10/10/09 a las 22:21

Y buen domingo


http://es.youtube.com/watch?v=vVAoKTKFDzU

(Seguro que a Anuak le gusta )

M
makiko_6078678
13/10/09 a las 22:32

Sobre la locura




Pongo un fragmento de un artículo sobre un libro, "Egolatría" de Guillermo Rendueles.

En términos filosóficos, podríamos definir la cultura occidental del último cuarto del siglo XX como el resultado de la Autodestrucción de la Razón en virtud de su propio ejercicio interno; es a eso a lo que hemos venido llamando Postmodernidad para definir una constelación de discursos que, gloria del chisporroteo, reivindicaban la "muerte del sujeto", la identidad débil o fragmentada, el relativismo narcisista, el derecho al presente, la ironía descomprometida, la construcción estética de una personalidad discontinua. Algunas de estas consignas no hubiesen estado nada mal en un mundo mejor, pero en el realmente existente parecían venir sencillamente a replicar o doblar fantasmalmente (alegre nihilismo de las élites urbanas occidentales) el muy material y destructivo proceso que erosionaba y sigue erosionando el suelo de la humanidad, esa brega imparable que hemos venido denominando, con una cierta timidez eufemística, "globalización": el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la "flexibilidad laboral, la destrucción de la comunidad, la corrosión del carácter, la fragmentación biográfica, el imperio del ello consumidor, la deslocalización de las relaciones y la volatilización de los lugares. En estas condiciones, la Autodestrucción de la Razón era indisociable de una autonegación de la política -como necesidad y aspiración a un marco colectivo de decisión- en la que, paradójicamente, los nombres más revolucionarios de la cultura daban pedales, cuesta abajo, a la revolución permanente del capitalismo; así, el "nomadismo" de Deleuze describía bastante bien los flujos migratorios de la fuerza de trabajo, el cuidado del self de Foucault se distinguía poco de los llamados "manuales de auto-ayuda" y el "deseo" y las "multitudes" de Negri servirían de slogan publicitario para la inauguración de un Nuevo Centro Comercial. Frente a esta Autodestrucción de la Razón que inevitablemente entraña la despolitización de las relaciones sociales, Benedicto XVI, consciente al mismo tiempo de la inseguridad cotidiana de los hombres y de la poderosa rivalidad del Islam, ha denunciado muy justamente la "tiranía relativista", pero propone, a cambio, el restablecimiento del dogma religioso como espinazo de toda certidumbre; es decir, retroceder del post-racionalismo al ante-racionalismo. Esa, claro, no es la solución. De lo que se trata más bien es de retroceder un poco menos y recuperar la política, proyecto al que se oponen por igual -único pero suficiente acuerdo entre ambas fuerzas- el relativismo capitalista y el dogmatismo religioso.

A lo largo de los últimos años, muchos han sido los procedimientos destinados a despolitizar un conflicto global cuya herida reclama cada vez más remiendos: las ONGs con su institucionalización de la neutralidad bienhechora; las sectas e iglesias que, sobre todo en Latinoamérica, han puesto a cantar a los que antes peleaban en las selvas; el soborno menudo de la mercancía alcanzada o prometida; los sindicatos claudicantes que aterciopelan la resistencia; la idolatría sin cuerpo de las imágenes televisivas; y en los grandes centros urbanos occidentales... la psiquiatría. Hace unos meses un informe oficial estadounidense revelaba que el 50% de los ciudadanos de los EEUU sufre "trastornos psicológicos", dato que, a escala quizás más modesta, es extrapolable al conjunto de Europa, incluida España, donde el número de personas actualmente en tratamiento psiquiátrico, de formar una coalición electoral, constituirían sin duda el principal partido de la oposición. La psiquiatrización masiva e ininterrumpida de la vida social (estrés post-traumático, depresión post-vacacional, síndrome post-divorcio, etc.) demuestra palmariamente la fuerza patógena del capitalismo, pero ilumina asimismo una práctica psiquiátrica orientada menos a resolver que a bloquear la experiencia sociobiográfica del conflicto individual.

Hace unos meses una editorial asturiana publicaba un libro tan polémico como necesario, Egolatría, que por eso mismo, desgraciadamente, sólo provocará quizás alguna que otra batallita gremial. En él su autor, Guillermo Rendueles, teórico de la psiquiatría, psiquiatra bragado en la sanidad pública (en una región cuya historia más reciente está marcada por la reconversión industrial y la derrota de la clase obrera), militante de izquierdas y muy brillante escritor, analiza y denuncia los discursos y las prácticas de la psiquiatría en el marco de una sociedad que no puede permitirse dar tiempo a los hombres para adquirir una psicología y que exige permanentemente la disolución de todo sujeto, tanto en sentido biográfico como moral, para poder reproducirse sin resistencias. El cambio de paradigma impuesto en los años setenta por la APA (Asociación de Psiquiatras Americanos) desplazó los rubros clásicos de la "neurosis", la "perversión" o la "histeria" -centros de durísimas batallas teóricas- para aceptar pasivamente la doxa social que lubrica, legitima y honra en cada gesto la "personalidad multiple". En general no hay ninguna "normalidad" a partir de la cual se pueda definir la "locura" sino que, al contrario, es la "locura" la que revela los límites y consistencia de la normalidad. En este sentido, la clasificación nosológica del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los desórdenes mentales) es realmente -dice Rendueles- "la imagen en negativo de la normalidad postmoderna". Podríamos decir que, si la normalidad postmoderna es la funcionalidad de una desintegración integrada, nuestra "locura" no es más que un exceso de postmodernidad.


Siento que sea largo pero me parece muy interesante e importante para entender un poco el mundo en el que vivimos.

Saludos.

M
makiko_6078678
14/10/09 a las 23:21

Sobre la locura




Pongo un fragmento de un artículo sobre un libro, "Egolatría" de Guillermo Rendueles.

En términos filosóficos, podríamos definir la cultura occidental del último cuarto del siglo XX como el resultado de la Autodestrucción de la Razón en virtud de su propio ejercicio interno; es a eso a lo que hemos venido llamando Postmodernidad para definir una constelación de discursos que, gloria del chisporroteo, reivindicaban la "muerte del sujeto", la identidad débil o fragmentada, el relativismo narcisista, el derecho al presente, la ironía descomprometida, la construcción estética de una personalidad discontinua. Algunas de estas consignas no hubiesen estado nada mal en un mundo mejor, pero en el realmente existente parecían venir sencillamente a replicar o doblar fantasmalmente (alegre nihilismo de las élites urbanas occidentales) el muy material y destructivo proceso que erosionaba y sigue erosionando el suelo de la humanidad, esa brega imparable que hemos venido denominando, con una cierta timidez eufemística, "globalización": el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la "flexibilidad laboral, la destrucción de la comunidad, la corrosión del carácter, la fragmentación biográfica, el imperio del ello consumidor, la deslocalización de las relaciones y la volatilización de los lugares. En estas condiciones, la Autodestrucción de la Razón era indisociable de una autonegación de la política -como necesidad y aspiración a un marco colectivo de decisión- en la que, paradójicamente, los nombres más revolucionarios de la cultura daban pedales, cuesta abajo, a la revolución permanente del capitalismo; así, el "nomadismo" de Deleuze describía bastante bien los flujos migratorios de la fuerza de trabajo, el cuidado del self de Foucault se distinguía poco de los llamados "manuales de auto-ayuda" y el "deseo" y las "multitudes" de Negri servirían de slogan publicitario para la inauguración de un Nuevo Centro Comercial. Frente a esta Autodestrucción de la Razón que inevitablemente entraña la despolitización de las relaciones sociales, Benedicto XVI, consciente al mismo tiempo de la inseguridad cotidiana de los hombres y de la poderosa rivalidad del Islam, ha denunciado muy justamente la "tiranía relativista", pero propone, a cambio, el restablecimiento del dogma religioso como espinazo de toda certidumbre; es decir, retroceder del post-racionalismo al ante-racionalismo. Esa, claro, no es la solución. De lo que se trata más bien es de retroceder un poco menos y recuperar la política, proyecto al que se oponen por igual -único pero suficiente acuerdo entre ambas fuerzas- el relativismo capitalista y el dogmatismo religioso.

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