(adaptado de un relato enviado por la lectora Shirley Massapust). Hace muchos años vivía en el Japón un joven llamado Humi, que se ganaba la vida partiendo piedras. Aun cuando era fuerte y saludable, no estaba contento con su destino, y se quejaba noche y día. El día de Navidad, rezó con mucha fe, y su ángel de la guarda terminó apareciendo. -Tú tienes salud y una vida por delante - le dijo el ángel. - Todos los jóvenes empiezan haciendo algo.¿Por qué vives quejándote? -Dios fue injusto conmigo y no me dió oportunidad de mejorar mi situación - respondió Humi. Preocupado, el ángel fue ante la presencia del Señor, pidiendo ayuda para que su protegido no terminara perdiendo su alma. -¡Hágase tu voluntad - dijo el Señor. - Como es Navidad, todo lo que Humi quiera le será concedido. Al día siguiente Humi rompía piedras cuando vió pasar un carruaje llevando a un noble, cubierto de joyas. Pasando la mano por su rostro sucio y sudoroso, Humi dijo con amargura: -¿Por qué no puedo ser noble yo también? ¡Éste es mi destino! -¡Lo serás! - murmuró su ángel, con inmensa alegría. Y Humi se transformó en el dueño de un palacio suntuoso y muchas tierras, rodeado de servidores y caballos. Acostumbraba a salir todos los días con su impresionante cortejo, y le gustaba ver a sus antiguos compañeros alineados al borde de la calle, mirándolo con respeto. Una de esas tardes, el calor era insoportable; incluso debajo de su sombrilla dorada, Humi transpiraba como en la época en que partía piedras. Se dió cuenta entonces de que no era tan importante como pensaba: por encima de él había príncipes, emperadores y aún más alto que ellos estaba el sol, que no obedecía a nadie, pues era el verdadero rey. -¡Ay, ángel mío! ¿Por qué no puedo ser sol? ¡Éste debe ser mi destino! - se lamentó Humi. -¡Pues lo serás! - respondió el ángel. Y Humi fue sol, como era su deseo. Mientras brillaba en el cielo, admirado con su gigantesco poder de madurar las cosechas o quemarlas a su antojo, un punto negro comenzó a avanzar hacia él. La mancha oscura fue creciendo, y Humi comprendió que era una nube extendiéndose a su alrededor, y haciendo que ya no pudiera ver la Tierra. -¡Ángel! -gritó Humi- ¡La nube es más fuerte que el sol, mi destino es ser nube! Humi fue transformado en nube y pensó que había realizado su sueño. -¡Soy poderoso! - gritaba, oscureciendo al sol. -¡Soy invencible! - tronaba, persiguiendo a las olas. Pero, en la costa desierta del océano erguíase una inmensa roca de granito, tan vieja como el mundo. Humi consideró que la roca lo desafiaba, y desencadenó la peor tempestad jamás habida. Las olas, enormes y furiosas, golpeaban la roca, intentando arrancarla del suelo y arrojarla al fondo del mar. Pero, firme e impasible, la roca continuaba en su sitio. -¡Ángel! - sollozaba Humi - ¡la roca es más fuerte que la nube! ¡Mi destino es ser una roca! Y Humi se transformó en la roca. -¿Quién podrá vencerme ahora? se preguntaba a sí mismo - ¡Soy el más poderoso del mundo! Y así pasaron varios años hasta que, cierta mañana, Humi sintió un lanzazo agudo en sus entrañas de piedra, seguido de un dolor profundo, como si una parte de su cuerpo de granito estuviera siendo dilacerada. Luego escuchó golpes sordos, insistentes, y nuevamente, el gigantesco dolor. Loco de espanto, gritó: -¡Ángel, alguien me está queriendo matar! ¡Él tiene más poder que yo, yo quiero ser como él! -¡Y lo serás! - exclamó el ángel, llorando.
Y fué así que Humi volvió a picar piedras.