Por culpa de las muchas injusticias que se dicen en este y otros foros sobre la infidelidad, anoche perdí una hora preciosa de sueño pensando.
¿Dónde comienza la infidelidad? O, mejor planteado, ¿qué es lo ideal en la fidelidad?
Lo ideal es que tu pareja JAMÁS desea a otra persona y evitar eso requeriría un esfuerzo sobrehumano de seducción y atenciones constantes. ¿Quién no tiene a su Celebrity preferido para fantasear de vez en cuando? Cualquiera. Y puesto que se trata de otra persona, también habría que calificarlo de infidelidad en primer grado, ¿no? El más leve.
Y ahora pasemos a algo más real. La vida en pareja dista mucho de ser un oasis de bienestar, y nadie está a salvo de que en un momento dado se cruce en su camino alguien que puede gustarle poco, mucho o muchísimo. ¿Hasta aquí de acuerdo?
Pues bien, los fieles, los que son capaces de romper una familia por una nimiedad como enterarse de un engaño, aparte de querer el imposible de que su pareja nunca se fije en nadie, llegados a ese punto, ¿qué requieren? ¿Contención? Eso, ¿no? Que aunque la persona con la que viven, casualmente conozca otra, nunca llega a querer ir a más, y en caso de ser así, que jamás de el último paso de llegar hasta la cama.
¿Qué? ¿Aquí ponemos el límite? ¿Lo llamamos segundo grado? Alguien aparece en tu vida, te cae bien, te gusta, tu cuerpo puede hacerte desear, pero ¡STOP! Ahí está el límite. Acostarse con otro es el tercer grado, lo imperdonable.
Los fieles quieren que su pareja se contenga. Y, ¿qué utilidad va a tener eso? Si ha llegado a desear, sufrirá por no lograr tener lo que ansía. E idealizará y fantaseará y pensara constantemente en la otra persona y se le amargará el humor y ¿Eso es correcto? No. ¿Y si no lo es? ¿Por qué se permite? ¿Por qué poner ahí la barrera?
Yo he conocido a alguien, pero vale, voy a ser fiel, me voy a contener.
Pues desde el momento en que decidí contenerme, pienso en él, lo idealizo, le necesito como un adicto a una dosis de droga, quiero sentirme como él me hace sentir cuando estoy aunque sea a un metro de él (y recordad que nadie controla a quién puedes conocer), imagino, sueño, lo que sería estar con él, le convierto en un príncipe maravilloso encerrado en una torre, y yo (aunque mujer) soy el desdichado caballero que por la norma del tercer grado no puede llegar hasta él. Y me apago, y me marchito, y me entristezco y empiezo a odiar a mi marido por sus amenazas de divorcio si alguna vez llego a hacer algo.
Pues bien. No haré nada. Me mantendré casta. Aunque, acaso, ¿el mal no está ya hecho, antes incluso de llegar al tercer grado?
Mostrar más