La luna nos baña, por que, por alguna razón en mis fantasías la habitación carece de techo. El cielo nos mira; contempla el cuadro de tu y yo en la cama, nuestros cuerpos brillando como finos diamantes a causa del sudor. Los movimientos circulares de tu pelvis contra la mía y las respiraciones agitadas enervan un ambiente erótico en la habitación. La cama relincha al compás de nuestro coito y nuestros besos son tan húmedos como el mar. Nuestros cuerpos frotándose al son de nuestros gemidos causan en mi una erección perpetua, y tu sexo rebosando en mis piernas me hacen creer que tu igual disfrutas el momento.
Tu mano se posa en mi abdomen para mantener el equilibrio debido a mis violentas penetraciones, y tus dedos encajan perfectamente en mis aponeurosis. Tus gemidos escalan hasta convertirse en gritos, mientras mis incontrolables suspiros imitan a una locomotora.
Nos revolcamos en la cama, y mi cuerpo termina yaciendo encima del tuyo. Puedo sentir como tus muslos se enrollan cada vez más fuerte alrededor de mi cintura... Se que tu ser me pide más.
¿Y como no dártelo? Una mujer tan perfecta como tú merece la furia de un semental y la pasión que solo yo te puedo dar.
El clímax se aproxima, y el sonido húmedo de mi ingle chocando contra la tuya me excita de sobremanera.
Gritas. Las contracciones de tu ano son salvajes y tus largos gemidos aún mas. Los espasmos de tu abdomen me incitan que hacer y extraigo mi pene de ti. Mi semilla te barniza, y mis músculos se relajan. Mi miembro aún respinga debido al placer y caigo sin fuerzas a tu lado.
Me apago poco a poco, y las puertas del sueño se abren ante mi. La último que logro ver es tu rostro, igual de somnoliento que el mío.
Esa noche dormí tranquilo, por que sabía que en ese momento, la luna nos bañaba.
