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Relato erótico: noches de luna prometidas. por amelia azul.

A
ardiel_8128419
26/1/15 a las :44

Puedo sentir aquellos cálidos y apasionantes ojos negros sobre mi cuerpo, sobre la piel desnuda de mi espalda, que deja entrever mi suave y sensual vestido de seda verde. Unos pasos se acercan y dominan a los míos, mientras en la sala suena una pieza provocadora de piano; entre tanto, aquellos fervientes ojos me devoran lentamente y consumen mi cuerpo en cenizas y en espasmos de placer, sumo placer.
Su mirada es limpia y a la vez oscura, se puede ver en ella el deseo que hay hacia mi persona, los oscuros y prohibidos pensamientos obscenos se aprecian entre sus espesas y largas pestañas, aquellos ojos hacen que un fuego interno, que hacía ya tiempo se hubo extinguido, ahora arda con intensidad y pasión, en lo más hondo de mi ser ruge ese fuerte sentimiento lascivo.
Mis labios se humedecen, quiero estar fresca, provocadora, y devuelvo cada mirada con el doble de intensidad; intento que él no aprecie ese nocturno deseo que me consume el alma y que su cuerpo me provoca.
El olor de la sala es exótico, se perciben los matices de cada una de las frutas que han sido utilizadas para perfumar el salón de baile; el aroma es denso, delicioso, terso; y compone el tono erótico del momento. Puedo sentir el perfume de su piel morena, totalmente vigoroso, y aquello hace que mi piel entre en un gran escalofrío, mis pezones empiezan a endurecerse, y comienzo a suspirar.
Noto su mano acariciarme la espalda desnuda y como pausadamente sus dedos llevan mi pelo castaño hacia su rostro; lo contemplo exhalando mi aroma, saboreando cada nota de mi dulce fragancia a gardenias. Aquellos ojos se paran y se encuentran con los míos, su mirada pesa frente a la mía, aquello hace que mis extrañas más profundas se humedezcan, el deseo va en aumento y poco a poco la cordura me abandona.
Su mano me guía hacia una habitación, donde una cama con sábanas de tersa seda rojas esperan impacientes que dos cuerpos ardientes se unan sobre ella. Sólo se percibe el sonido de su varonil voz, y a lo lejos una inusual música en la que se advierten los oscuros y nocturnos sucesos que van a acaecer; nuestras agitadas respiraciones van al compás del canto; y entre suspiros se da lugar al primer beso. Labios carnosos, entre jadeos, se van descubriendo unos a otros, lenta y delicadamente, cada vez con más pasión, cada vez con más fuerza, el beso huele a frutas, concretamente a fruta de la pasión y mango, los deliciosos jugos de los frutos se van mezclando entre ellos hasta concebir uno nuevo y más intenso; su lengua de fuego roza la mía de hielo, y poco a poco se derriten juntas, un beso frío, un beso cálido, un beso.
Sus manos devoran lugares inexplorados de mi cuerpo, noto como sus expertas manos dominan mi cuerpo, y bajan aquel vestido de seda verde que le sobra a mi figura; su mirada observa atenta mi cuerpo desnudo, sus labios describen mi piel como tersa, suave, lisa y con esencias. Saborea cada rincón de mi talle, suspira palabras prohibidas en los lugares vetados de mi complexión, cada vez con más hambre, cada vez con más impaciencia, pasión. Sus dedos dibujan el contorno de mis pechos, su lengua roza mis pezones, los pellizcan y mi alma ruge de deseo; la impaciencia acaba conmigo, y tiro a este Adonis en la nube de seda que tenemos delante.
La Afrodita de mi interior desnudan a aquel hombre que tengo por prisionero entre mis piernas, exploro el musculoso torso que tengo ante mi, y beso cada centímetro de éste; no vacilo y sigo con mi expedición, allá en las profundidades del paraíso carnal, ese camino oscuro que lleva al cielo, mis manos desabrochan poco a poco su pantalón y descubro un legado que solo los dioses deberían de tener.
Él me coloca bruscamente bajo su cuerpo, haciendo que mi ser se retuerza de placer, aquel varón despierta en mí la locura del deseo; sus labios humedecen los míos, pero aquello no extinguen mi ansia de más, mi cuerpo no para quieto, me revuelvo de gozo, lo que hace que él me agarre las manos y me susurre al oído las primeras palabras de la noche, oscuras palabras, densas y llenas de lujuria, prometen alivio. Ata mis manos con una tira de seda verde, y hace que me esté quieta, mientras sus labios bajan a través de mi cuerpo, hacia el fruto de la vida; su lengua lame lentamente mi piel más sensible, mientras mis gemidos ahogan el inmenso placer que siento. Sus dedos acarician la zona vetada de mi figura, mientras susurra ardientes palabras sobre mi clítoris; mi ser no soporta más y estallo en la profunda sensación de placer que hace que rompa en mil pedazos mientras gimo de puro y delicioso gozo. Aún no me he recuperado del orgasmo, cuando él me penetra lentamente, llenando cada rincón de mis profundidades; aquella sensación es deliciosamente plácida. Nos quedamos así por unos segundos y me cuerpo se va acostumbrando a que esté dentro de mí; y sin más se empieza a mover, poco a poco va saliendo y entrando en mí, alertando cada terminación nerviosa que poseo. Ahora, en este momento del clímax, cada centímetro de mi piel es una zona erógena y hasta la más mínima caricia me provoca un intenso deleite, tan potente que incluso duele. Aumenta el ritmo, y cada vez las embestidas son más fuertes, aquello hace que grita y que mi boca arroje húmedos gemidos sobre su oído, mientras mis largas uñas arañan su ancha espalda; eso hace que él gruña de placer y sea aún más ansioso y saque a la luz su carácter más primitivo.
Empieza mi momento, y ahora la que juega soy yo, me pongo encima de él y recorro su cuello con mi lengua entremezclando besos húmedos y delicadas dentelladas, aquella mezcla de matices de dolor y placer hacen que suspire palabras sueltas, gemidos incompresibles, suplicas indecentes. Voy acariciando su piel, desde su hombro hasta el lóbulo, y me detengo ahí, con la lengua voy dibujando espirales, noto su respiración entrecortada y cuando sé que vive en el momento más prominente del apogeo, lanzo un suave gemido provocando que toda su piel se erice. Es ahí cuando me decido bajar por su pecho, mi mano ahora más experta recorre sus abdominales mientras mi boca sigue gimiendo en su oreja, cuando mis uñas bajan por su torso arañando fuertemente toda piel que esté bajo su paso. Un fuerte gruñido se alza en la habitación, y yo ahora más dulce voy besando su pecho, bajando más y más, llego a su miembro y beso con pequeños mordiscos toda la piel a su alrededor, aquello hace que él enloquezca. Cada vez más loca de deseo le vendo los ojos, y ato sus manos a los postes de la cama, y me propongo a realizar mi dulce tortura, aquella que lleva mi firma y sé que lo llevará a la locura; coloco su miembro en la boca, y me dispongo a lamer toda la piel que tengo ante mí, chupo y mientras lo tengo en la boca hago círculos con mi lengua, muerdo suavemente su glande haciendo que se retuerza de placer, jadea, suspira, gime, pide más. Continuo con el proceso y devoro cada vez con más ansia, sin parar, justo cuando sé que está a punto de llegar al clímax paro, y hago que se calme mientras lo beso, continuo la tortura, y vuelvo a repetir el proceso, y cuando sé que casi alcanza la cima, paro; así hasta que sus suplicas me complacen, entonces suelto las ataduras de la bestia y como un poderoso tigre se abalanza sobre mí, me penetra bruscamente haciendo que llegue al clímax al instante, el continua en su misión, cada vez más duramente, hace que vuelva a encender aquel fuego que me consume y ambos llegamos a la locura al mismo tiempo mientras mis uñas arañan su espalda. Caemos derrotados entre gemidos e incomprensibles palabras.

Abro los ojos. Sigo en aquella cama de seda roja, mi vestido está en el tocador junto con mi lencería. Miro a mi lado y veo a aquel hombre que acaba de hacerme suya, lo había visto en anteriores ocasiones y siempre estaba presente esa tensión sexual entre ambos. Le miro. Su piel es tan morena, su espalda tiene las marcas de mis arañazos, pero él duerme placidamente; inhalo su aroma, huele a sexo, sal y perfume, mi vello se eriza. Despierta. Me mira como un león a su presa, sonríe seductivamente y se estira. Habla.

- Desde que te vi quise saber tu nombre, y aún haciéndote mía, aún no lo sé.

Le miro a los ojos, analizo todo lo que tengo de él, su respiración, sus pupilas mientras se dilatan, su sonrisa mientras se va acercando a mi boca, y entonces le digo mi nombre.

- María.

Entonces el se para en seco, y sus manos empiezan a recorrer de nuevo mi cuerpo. Acaricia mi pelo, besa mi cuello, me promete noches de luna de deseo, y mientras mi corazón cae rendido a sus pies, me susurra la palabra más bella que hasta aquel día hoy, su nombre.

- Adrián.

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