Siempre es bello despertar y saber que son reales los sueños.
Os mando un relato, que espero os interese, y que espero también que comentéis.
DESPERTAR
La miraba y adivinaba en su sueño un palpitar de deseos invisibles.
Dormida aún, desnuda, a mi lado. Sus pechos subían y bajaban lentamente, en un ritmo perfecto, tan diferente al que vivieron hace unas horas, cuando nos llenamos de abrazos y pasiones.
Su vientre era limpio, terso como un lago en que el sol tempranero dejara sus manos. Era el mismo vientre que no hace mucho, en la noche, empujaba y recibía mis embates con un frenético anhelo. Entre sus muslos de concha de mar, la rosa más buscada por mí de su cuerpo, me traía la imagen de un jardín en el que se guarecieran espléndidos milagros...
La miraba, rozaba sus labios con los dedos, sin que ella se despertara y, en esas primeras luces del amanecer, todo mi cuerpo volvía a colmarse de pequeños guerreros que batallaban en mi interior por la conquista.
La miraba, y pasaba con delicadeza mis dedos por los contornos de su piel, la dibujaba así hasta componer una obra de arte con las sensaciones que me dejaba.
Seguía dormida, pero, como ocurre en los mundos de los sueños sentidos, a medida que mis pequeñas y apenas existentes caricias proseguían su camino, su cuerpo aceleraba imperceptiblemente el tono de su textura, y cambiaba, como sin quererlo ni saberlo, de suavidad y sutileza.
Verla así, poder sentirla tan cerca, dormida y desnuda, y llegarme hasta la punta de su sueño y su desnudez, me hacía vivir momentos de preciosos horizontes. También mi cuerpo la sentía, poco a poco un poco más, como queriendo sorber su hermosura... Mi muestra masculina recobraba una vida de ansias y crecía entre mis piernas igual que, al salir el sol, crece la luz de la mañana.
Pasé la yema de mis dedos por sus pechos y alcancé sus pezones. Dormida como estaba, esas pequeñas perlas se abrieron, como se abren las flores, y convirtieron su color rosado en un capullo de almíbar que se hacía firme y más alto para mi cercanía.
Seguí haciendo caminos por su cuerpo, marcando sendas, yendo y viniendo en espirales y rodeos... Mientras mis dedos y a veces mis labios- tocaban sus párpados cerrados, recorrían su cuello y sus hombros, hacían cabriolas en su ombligo o dejaban el aliento en su pubis, ella, sin despertarse, iba extendiendo su cuerpo, lo iba poblando de pequeñas ondas, como pajarillos que la volaran...
Me pareció que el rocío del amanecer cubría ya su piel y que allí, entre sus piernas, donde yo más la gozaba, ese mismo rocío regaba las flores que tenía...
Poco a poco mis caricias fueron entrando en su sueño y ella, aún entre los sueños, empezó a ser una pequeña ola que se mueve en busca de las playas... Sus manos, como sin saberlo, estaban ahora en mis espaldas acariciando mis deseos que crecían, y su boca, entreabierta, parecía invitarme a un encuentro de labios que fuera como el punto de partida de la batalla...
Mis caricias se fueron expandiendo por su cuerpo, cuando ella, girando en su sueño, subió sobre mi torso y busco el roce de mi sexo, el calor de mi lengua...
Atrapaba yo sus nalgas como dos jarras dulces que me escondían más licores exquisitos, y así, en ese ritmo que dejan las búsquedas incontrolables, pronto mi sexo estaba buscando las honduras del suyo, entraba y salía en sus empujes, gozaba en cada movimiento, ardía como un campo de hogueras...
Sus pechos, para mis labios cercanos, que hacían luego el recorrido a sus labios, brillaban con firmeza y parecían temblar en los pasos de mi saliva... Mi dedo mojado de saliva y de ella, daba, como lento tiovivo, pequeñas vueltas alrededor del anillo que quedaba entre sus nalgas, y nuestros sexos, ya imparables, sentían el juego de los gozos, cabalgando en una infinita, exquisita, preciosa y alborozada pradera...
Ella seguía dormida, pero nuestros cuerpos estaban encontrados ya en un punto sin retorno.
Su sueño gemía ahora en jadeos crecientes y yo pronunciaba su nombre mientras, sin detenernos, veía al mundo girar para nosotros...
¡Qué manantial de placeres, qué subida a los más altos hemisferios! ¡Qué cambios deliciosos en el exterior de la piel y en el interior de todos nuestros sentidos! ¡Qué hermosamente terrible batalla por el placer inigualable!
Cuando el sol ya entraba a raudales por la ventana, como si fuera un homenaje a su llegada, ambos saltamos como con un resorte de fiestas todavía no sabidas... Su cuerpo se agitó como si un vendaval lo poseyera y en el mío se tejió un caudal de espasmos que convirtieron mi sexo en el caño de una fuente de maravillas....
El día estaba brotando como nunca... Ella, quieta de nuevo, aún dormida, sin haberse despertado, desnuda a mi lado, abrió por fin los ojos.
Y me miró con ternura...
-¡Qué placer tenerte desnudo cuando despierto!, me dijo
- ¿Sabes? continuó- he vivido sueños que no sabría contarte porque el placer que viví no se explica con palabras...
Se tocó el vientre y me dijo: mira, todavía están aquí los frutos de tantos placeres... Mi semen aún regaba su desnudez única y precisa.