Que triste se siente ella.
Que inevitable es el dolor que tiene en su pecho, es la angustia de quien ha perdido lo que ama y sabe que ya no volverá a recuperarlo.
Al despertar la opresión de su pecho ha sido mas profunda que la noche anterior, y aun siente el aroma de ese hombre en su cuerpo.
Esos besos que quedaron marcados a fuego en su boca, en sus labios, en su intimidad.
Pero ya nada puede hacer, ya lo perdió, ya se fue.
La tristeza embarga cada partícula de su ser.
Deambula de un lado para otro, sin encontrar la ruta, siente que ya no hay camino, que todo se ha cubierto de una gris penumbra.
¿Por qué fui tan cobarde?- se pregunta una y mil veces, si al menos le hubiese dicho que lo amaba. Pero no lo hizo.
No perdía nada, absolutamente nada al decirle todo lo que estaba en su corazón, mientras se amaban durante la noche anterior.
Se recrimina una y otra y otra vez¿por qué?
Por qué no le dijo que esa noche sería eterna, que sus besos serían mas húmedos, que las carisias y todo lo que le entrego, se lo estaba dando con amor, sí, con amor, no era, ni será nunca solo pasión, solo sexo, solo atracción, NO!!!..es amor, amor del que duele, del que se entrega pocas veces en la vida, que construye y también destruye, que nos acerca y que eternamente nos aleja.
Pero a ella le toco perder, y hoy llora encerrada en el baño, para que nadie note su dolor, su estupidez y su ingenuidad.
Sabe que no regresara más a sus brazos, que solo fue para él, la risa en una tarde de pereza, la lluvia que cae inevitable en abril; que nadie extraña y que a nadie daña.
Sólo fue para el una ruleta de pasión, encuentros furtivos en un motel, a escondidas, en penumbras, llamadas sigilosas de lunes a viernes, pues los fines de semana son de la otra, de la que lo tiene todo el tiempo, a todas horas.
Ella siempre lo supo, fue conciente de que entregaría más y recibiría muy poco.
Hoy sus lágrimas, que marchitan su mirada y recorren por sus pálidas mejillas, quemándolas, solo le recuerdan el último beso que se regalaron envueltos en la media noche, al sur de la felicidad y al norte de la esperanza.
Andrea Quintrala