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Mi opinión sobre los curas a través de un relato

Última respuesta: 6 de junio de 2011 a las 1:24
A
angela_5321165
6/6/11 a las :48

La última misa

Un pequeño pueblo de algún gran país estaba siendo sometido por la lluvia, como si el gran diluvio hubiera decidido que era hora de aplastar a la humanidad con agua y más agua. Las gotas se amontonaban haya donde caían, y la gabardina de Aarón no iba a ser una excepción.
Caminaba por una estrecha carretera, importándole poco lo que acontecía en el cielo, apartándose solo cuando un coche lo requería. Tenía sus manos enfundabas en los bolsillos, y su cabeza estaba protegida con un viejo sombrero de pico. Sus pasos eran firmes, sin atisbo a ninguna duda, sabiendo a donde tenía que ir pero sin prisas por llegar a su destino.
Uno de los vehículos que pasó, debido a su velocidad, provocó que el agua depositada sobre uno de los charcos se propinara sobre su cuerpo. Pero sin detenerse a pensar, se paró sobre un inmenso portón de madera, que custodiaba la entrada a la catedral, erigida cuatro siglos atrás. Empujó levemente y entró a la sala, iluminada tenuemente por los candelabros colocados en cada una de las columnas laterales.
Adentró su cuerpo mojado por el pasillo central, dejando la alfombra mojada en cada pisada. Su rostro se volvía más serio, cuanto más se acercaba al tablón central. Y se paró en los primeros bancos, para arrodillarse, clavar su cabeza sobre el respaldo de madera y rezar.
Una lágrima brotó y recorrió su mejilla mientras recordaba sucesos que se remontaban a más de viente años. Sus manos apretaban con más fuerza su cabeza, parecía alterarse por momento, y el nerviosismo cruzaba cada músculo de su cuerpo. Sin duda no eran recuerdos fáciles de digerir.
En esas, el párroco, vestido con una túnica negra y lila, apareció y se quedó mirando fijamente. Aarón levantó la mirada, y el clérigo parecía reconocerlo y alegrarse por verlo, anduvo tan rápido como pudo y, al llegar a su lado le dio un fuerte empujón, dejando que cayera al suelo. Recogió un adorno, recubierto de oro, y se lo estampó en la cabeza. El cura quedó totalmente inconsciente en el suelo. Cogió el cuerpo inerte, lo dejó pegado a la cruz de Jesús que coronaba el centro del tapiz, y con una larga y cruda cuerda lo dejó atado allí. Pegó su cara a la de él, dejando que las narices se rozaran, mientras su cara se fue agrietando, sus ojos se encogían y sus dientes se marcaban en su labio inferior.
Cerró los ojos y golpeó con la mano abierta la mejilla de su prisionero. Armó de nuevo el brazo y lo precipitó tantas veces que necesitó para dejarle el color rojo de piel. Se dio la vuelta, caminó hasta la gabardina y sacó de ella una bolsa de cuero negra. Volvió y desplegó su interior en una de las mesas colindantes.
Esperó que el cura abriera los ojos, confuso, inmerso en un miedo indescriptible. Lo miró atentamente y le escupió en la cara. Se quedó mirándolo fijamente de nuevo, y a tientas, cogió clavo y martillo de la mesa. Le levantó los brazos, ante los intentos fallidos de retenerse, y dejándolo en la forma idónea de la cruz e introdujo cada clavo en cada una de las manos.
Los chillidos, de tremendo dolor, inundaban la sala religiosa. Jesús miraba desde su descanso como uno de sus fieles estaba siendo castigado en tierra santa. Y Aarón, cada vez, estaba más fuera de sí.
Con un alicate, profundizó en la boca del clérigo, y con la punta le sacó la lengua. Mirándolo a los ojos, disfrutando del sufrimiento, tiró de ella hasta que consiguió que el órgano del paladar se quedara en la herramienta fría y porosa.
Levantó la túnica del cura depositándosela en la cabeza, para que no pudiera ver cuál sería su siguiente paso. Cogió una oz, con las que en antaño se cortaba el trigo, y se la clavó con todo su coraje en la barriga, dejando un hilo de sangre correr por su ombligo hacia abajo. Y siguiendo ese recorrido, desgarró su carne como si de un ternero muerto se tratara. Llevó la hoja de hierro hasta su miembro, y lo rodeó en círculo hasta despegarlo de su cuerpo.
Dejó que la túnica cayera, tapando la carnicería que había provocado, sin dejar de mirarle a los ojos descompuestos, le clavó el miembro en su boca, libre de obstáculo ya que la lengua permanecía en el suelo de la catedral. Atragantándolo, dejando que se incrustara hasta su garganta para que no pudiera escupirlo.
Con las manos ensangrentadas, se limpió en la túnica del cura y cogiendo un viejo crucifijo, se lo introdujo con fuerza por el conducto anal. A su vez gritaba con fuerza, como si liberara presión y se sintiera libre por cada centímetro que penetraba al viejo.
Su cuerpo acusaba el cansancio de tal obra, había sido un esfuerzo físico, mental y sobretodo emocional. Y sin mirar a la cruz, anduvo hasta uno de los cuartos que había detrás de la capilla. Abrió la puerta y entró a una habitación totalmente en penumbra, donde apenas se veía nada.
Al correr de los segundos, sus ojos fueron acostumbrándose y pudo ver una gran cama que chorreaba sangre por cada costado, presentando la gran acumulación sobre el somier. En una de las esquinas, agasajado, había un pequeño niño con claro síntoma de terror. Se acercó, y le acarició con total dulzura el brazo al chico.
-Hace veinte años te dije que vendría a por ti Ahora eres libre
Aarón había liberado al niño de la prisión en la que vivió durante muchos años, temiendo cada noche que el cura volviera aparecer en su vida y actuara con total soltura en su cuerpo indefenso.
Cogió en brazos al niño y volvió a la sala, donde el cura agonizaba sus últimos minutos de vida en la cruz de su salvador. Linda ironía.
Se acercó a la mesa donde tenía depositada todas las herramientas y cogió un fascículo de la biblia. Abrió la página por el versículo 4,5 y 6 del Salmo y empezó a recitarlo mientras abandonaba la sala.
Jehová está en su santo templo; Jehová tiene su trono en los cielos. Sus ojos ven; su vista examina a los hijos del hombre. Jehová prueba al justo, pero su alma aborrece al impío y al que ama la violencia. Sobre los impíos hará llover brasas; fuego, azufre y vientos huracanados serán la porción de la copa de ellos.


Ver también

A
angela_5321165
6/6/11 a las 1:18

Abajo la religión
Ninguna disciplina que has mencionado maltrata psicológicamente y lleva por el camino religioso a pobres niños con el único objetivo que abrirles su culito virgen.

Por eso, yo digo que cualquier profesión que sea pederasta debe ir a la carcel, pero si lo hace un cura tiene que ser crucificado con un crucifijo por el culo.

A
angela_5321165
6/6/11 a las 1:24

Re
Tú si que sabes, como que Chus decía ahi! Es el primer pederasta de la historia, todo el mundo siguiendo las enseñanzas de un viola niños! Esto es inaceptable!!!

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