estaba medio iluminado por unas cuantas velas, bien situadas y perfumadas. Era esa luz íntima y acogedora que invita al amor y a la pasión.
Por el suelo, esparcidas, estaban las prendas que anteriormente se habían quitado con ansia y deseo; era el clásico desorden que precede al momento mágico en que dos cuerpos y dos almas necesitan verse y sentirse desnudos, sin nada que ocultar, sin nada que estorbe ese roce de la piel que te hace estremecer.
El ambiente cálido olía a sexo, puro sexo que emanaba de esos cuerpos encendidos de pasión. Hasta el aire podría cortarse.
Acomapañaban a este marco incomparable, los gemidos y susurros que los amantes proferían... palabras que enardecían, excitaban, provocaban ternura y amor.
El sudor de los cuerpos olía a primaveras salvajes, a fieras en celo. Era ese sudor que excita como el mejor perfume, afrodisíaco, en el que no importa mojarte.
Y así, entre caricias, besos, gemidos, susurros y olores, fue llegando el momento de la fusión. Una explosión mágica de sentimientos, donde se pierde hasta la razón.
Descansaron sus cuerpos por un momento, abrazados, esperando entregarse de nuevo a esta danza de amor.
TM