Estoy excitada, ha pasado ya una hora y aun siento el ardor en mi cuerpo. Te deseo. Parece increíble pero te deseo.
Cierro los ojos y te recuerdo, recuerdo tus caricias sobre mi piel y me parece sentirlas otra vez. Me estremezco, al igual que hacía entre tus brazos. ¿Qué me das? ¿Cómo me has hechizado? ¿Por qué nunca tengo bastante de ti?
Me sofoco, ardo en deseos de ti. Me escapo al aseo, necesito relajarme, me enjuago la cara y no puedo evitar fijarme en mi escote, hace apenas unas horas eras tú el que se fijaba en él, eras tú el que me las agarraba fuerte, como ahora estoy yo haciéndolo.
No puedo más, me encierro en el aseo. Estoy mareada de puro deseo, mi cuerpo no me pertenece, mis manos lo recorren buscando el modo de apagar el ardor, pero no lo hallo.
Entrecierro los ojos y vuelvo en el tiempo, a ese cuarto que nos ha visto enloquecer, vuelvo a estar entre tus brazos, vuelvo a sentir tu respiración agitada, vuelvo a escuchar los gemidos escapar de mi boca mientras tus manos recorren mi cuerpo. Te detienes en mis pechos y los agarras fuertes. Te imito. Me besas y mordisqueas los pezones. Me chupo un dedo y humedezco los pezones con él, mientras los retuerzo. Tus manos bajan por mi cintura, hasta alcanzar mis caderas, me atraes hacia ti y puedo sentir el bulto de tu virilidad en mi sexo. Aprieto mi mano contra mi sexo, sí, puedo sentirte. Me besas, apasionadamente, tu lengua recorre mis labios, mordisqueándomelos, se introduce poco a poco juguetonamente en mi boca, recorriéndolos por el interior. Escalofríos recorren mi mente. Me muerdo los labios y mi lengua recorre aquellos lugares que tu recorriste.
Tus manos se adentran en el escaso espacio que queda entre tu y yo hasta encontrar el botón de mi pantalón, me lo desabrochas, me lo desabrocho. Te separas de mí y con ojos de deseo pícaro me torturas bajando poco a poco la cremallera, mientras por el exterior presionas sobre mi sexo. Te imito. Introduces una mano bajo el pantalón, mientras que con la otra lo bajas ligeramente. Yo también. Pasas tu mano sobre mi clítoris y me lo estimulas, mientras un dedo se introduce en mi interior. Otro gemido sale de mi boca. No sé si es recuerdo o es real, pero ni me importa.
Tu boca baja hasta mi pubis, juega con mi clítoris mientras me bajas los pantalones liberando mi sexo. Con el dedo humedecido en mis propios fluidos juego yo con él. Tu lengua pasea por mis labios mayores hasta alcanzar mi sexo, introduciéndose furtivamente en él.
No puedo de deseo, te suplico que me penetres, o que, al menos, llenes mi boca con tu miembro, te necesito tener dentro, y me da igual donde exactamente. Cumples mi voluntad, me pones en cuatro sobre la cama y me penetras bruscamente, justamente como yo quiero. Siento él embiste de tu sexo en mi, y busco imitarlo con mis dedos. Tu pubis golpea furiosamente contra mí, alcanzando una zona muy erógena que solo tu sabes. ¡Dios mío! Te deseo tanto,... Entras y sales apurado, con la respiración agitada y llenándome en cada ocasión de ti. Lo logras, alcanzo un monumental orgasmo, que se mantiene en el tiempo, intensificándome con cada envite. No has acabado conmigo, y agradezco que no lo hayas hecho, te deseo tanto que solo esto no me hubiera valido.
Te recuestas en la cama, fatigado, pero no te permito apenas descansar, quiero mas, necesito más, te quiero en mí, siempre. Te monto como amazona, en cuclillas sobre ti, deseándote más y más dentro de mí, insaciable de lo que me das. No quiero que este placer termine. Ralentizo el ritmo. Con la furia del momento tu miembro sale de mí y me decido a jugar por atrás, poco a poco voy introduciéndote en mi, con delicadeza, pero con seguridad. Juego con mi ano, pensando que es tu miembro el que esta en la puerta. Estas entero dentro de mí, afuera y adentro otra vez. Adoro esta sensación. Poco a poco acelero el ritmo de mis embestidas, me reclino hacia atrás buscando una mayor penetración, te necesito entero dentro de mí. EL ritmo es brutal y comienzas a estimular mi clítoris. No puedo soportarlo más y exploto entre espasmos de placer. Gimo, gimo con fuerza, sin importarme que las paredes sean de papel y me puedan escuchar los compañeros de trabajo. Me deslizo pared abajo, sintiendo por primera vez el frío de los azulejos del aseo sobre mi piel. Quedo postrada en el suelo, intentando recuperarme de tu recuerdo.
