Me obsesiona su culo
Te obsesiona su culo. No puedes ocultarlo, ya no quieres que sea un secreto. Piensas ahora en eso y te das cuenta de que nunca lo ha sido. Pero nunca lo has proclamado abiertamente: te obsesiona su culo. No es algo que te guste, es una parte de su cuerpo (solo el suyo) que te obsesiona. Y es que esa es la palabra, porque las formas y modos en los cuales piensas y sueñas con esas bombas jazmín son de obsesión. No es un culo normal, no es lo que ves en las publicidades. Y es que eso no es siquiera un culo, es una grupa, como ha dicho un gran autor que leíste alguna vez. Es grande, enorme. Cuando el pantalón baja hasta más abajo del cóccix, sobresale una curva sinuosa desde el borde hacia arriba, que parece indicarte el camino al suicidio. Sube por esa espalda fuerte que se propone someterte cada vez que te abraza. Pero en este caso, tu mirada no puede subir más, pues una fuerza mayor que la gravedad te arrastra los ojos hacia abajo, de nuevo y te das cuenta de que has vuelto a caer en ese culo. Te sorprendes, es cierto, tú no eres así. Pero no puedes evitarlo. Cada vez que se levanta, tu mirada lame desde la unión con las piernas hasta la espalda esa curva dulce y pronunciada. Y es que es tan grande, dios, que no puedes quitarle los ojos de encima. Y te preguntas cuando podrás tocarlo de nuevo. De repente tu mente comienza a volar y a soñar cosas con ese culo. No importa el resto, mientras ese pedazo de carne este en tu cama, en tu mente, en tus pensamientos más oscuros y en tus fantasías más maliciosas. Te das cuenta de que la gente a tu alrededor se ha empezado a dar cuenta de que le observas, de que te lames los labios cuando lo haces, de que tu mente no está en el sitio, sino en otro lugar bien diverso, más intimo más soñador. En tu boca, la saliva no deja de correr, mientras tu cerebro te juega sucio haciéndote pensar en las mil y un maravillas que podrías hacer con ese culo. Verlo ya no es suficiente. Necesitas tocarlo, acariciarlo hasta que su forma redonda y levantada se grabe en la palma de tu mano. Necesitas que nada más pueda borrar esa imagen rebosante de tus manos. Ignoras los presentes y te dedicas a ver como ese culo se mueve en la lejanía, como se bate y se debate entre la vida y la muerte, entre la pena y el infierno mismo, entre el oscuro y el durazno más dulce. Se mueve y en tu mente lo hace más cerca, en tus manos, sobre ti, en tu pecho, en tu vientre. Tus manos no se resisten y te mueves más abajo, más abajo. Separas esas nalgas duras, firmes y ricas como mozzarella de búfala fría. Metes la mano hacia adentro y está tan caliente, pero tan caliente. Se siente rico, se siente bien, sientes una confianza repentina y absoluta, pero que sabes que no durará mucho más así que aprovechas el instante. Comienzas a introducir tus dedos, todos entre las nalgas para acostumbrarle. Sabes que es su primera vez y no quieres asustarle, prefieres dejar abierta la posibilidad de repetición. Comienza a caer agua y no sabes de donde. No te importa, solo cae sobre ti y sobre ese culo, mojándolo todo. Introduces tus dedos juntos, y suavemente vas amoldando la hendidura a tu gusto, a tu persona. Vas presionando con más fuerza mientras sientes como te excitas. Y escuchas su respiración acelerándose. Vas buscando su rincón más oscuro hasta que al fin lo encuentras. Vas delicadamente, no quieres causar dolor o molestias. Vas entrando, con dulzura, pues has anhelado ese culo demasiado tiempo como para que corra justo ahora. Sientes por dentro, cada hendidura pequeña, cada mínima protuberancia, el calor, la extrañes de ese espacio inexplorado. Lo vas conociendo y te das cuenta de que no estás sola, de que hay gente alrededor y de que ya te vieron mordiéndote los labios, lamiéndote y mirando al vacío, mirando ese culo que se mueve en la pista disimula, bebe un trago pasa saliva, que sé que lo necesitas nos vemos pronto