"Conocí a Raúl en un seminario, tres años después
de haber sido liberado de un secuestro. Sus captores
lo habían encerrado en un armario durante seis meses
amarrado con cadenas.
Hablaba con un entusiasmo pleno de ilusiones y
de afecto, parecía feliz a pesar de haber soportado
una experiencia tan dolorosa y destructiva.
- ¿No sientes rabia o rencor contra tus captores?
-le pregunté abiertamente-.
Miró, se frotó la cara con las manos y su rostro
se ensombreció por un instante.
- Recién salí, -respondió con firmeza-, no fue fácil.
Mi desesperación y mis rencores eran mi peor tortura,
pero un día decidí que ya no quería cargar más las
cadenas.
- ¿A qué te refieres? -dije intrigado-.
- Yo estuve secuestrado con otra persona, -replicó-,
nos liberaron al mismo tiempo. Después me la encontré,
rabiosa y amargada, sólo hablaba de su pasado, del daño
irreversible que le habían causado, de lo crueles que
habían sido, de lo feliz que se sentiría el día en el
que se hiciera justicia.
Guardó silencio por un instante, como si revisara
sus propias reflexiones.
- ¿Sabes? -prosiguió después de una pausa-, al ver
a esta persona me di cuenta que daba lo mismo que lo
hubieran liberado, que su cuerpo estuviera libre,
porque él había decidido continuar secuestrado en
su mente, en su dolor, en su pasado. Prefería pensar
en sus captores, no disfrutaba a su familia, ni de
la posibilidad de construir el presente ni el futuro
que le dio la vida.
- Pero, ¿Cómo se puede olvidar algo tan duro? -seguía
interrogando-.
-Mis captores me quitaron la libertad, pero no voy
a permitir que me quiten mi tranquilidad, si yo continúo
alimentando este rencor, les estaré dando mi vida,
es cómo si eligiera llevarlos conmigo en cada momento,
por el resto de mis días. Ni mis seres queridos ni yo
nos merecemos eso, la verdadera venganza será mi felicidad,
dejarlos atrás y disfrutar de cada instante de mi vida.
Hizo una pausa y miró hacia adelante con una expresión
alegre.
- Las verdaderas cadenas -concluyó-
las tenemos en nuestra mente cuando decidimos continuar apegados al dolor, al resentimiento o al pasado. Eso es peor que un armario oscuro, -dijo con énfasis y prosiguió-,
yo prefiero que los míos me recuerden como alguien
que supo reacoger la alegría de la vida y no como
alguien que se quedó alimentando la rabia y la
autocompasión.
Pregúntate...
¿cuáles son las cadenas que podrías empezar a soltar ahora?
¿Cuáles son los eventos pasados o presentes que puedes dejar de alimentar con rabia o dolor?
Una buena reflexión...
Muxos Besines y que la semana comienze llena de gratas sorpresas... Que Dios nos acompañe...