No me refiero a ese amigo que ves cada dos meses y con quien te juntas a tomar un café para ponerte al día. De esos amigos yo también tengo. Me refiero a ese amigo con el que hablas todos los días, de diversos temas, a quien invitas a tu casa el domingo al almuerzo familiar, con el que vas al cine, al que le pides consejos y con el que no tienes sexo. Algo así como tu mejor amiga, pero hombre.
No niego que en un principio las intenciones de ambas partes sean sinceras y que no haya ningun propósito romántico de por medio. Sin embargo, como en cualquier amistad, hay un punto de interés que te hace comenzar la relación. Desde el primer minuto hay química, eso no lo podemos negar. Y medida que pasamos más tiempo con este nuevo amigo, vamos probablemente viendo cosas que nos agradan -o en algunos casos nos desagradan-, igual que en una relación amorosa. Nos conocemos más, vivimos experiencias nuevas, y, de repente, vemos que estamos pasando una increíble cantidad de tiempo juntos. Por eso, es inevitable que en algún punto uno se enamore del otro, o que simplemente ambos se enamoren. No necesariamente al mismo tiempo, ni en las correctas circunstancias. Quizás sea solo por un corto tiempo, pero creo que es naturalmente imposible, no mirar en algún minuto con otros ojos a esa persona.