Al principio me sentí enferma. Luego vienen las lágrimas. No tenía pánico ni miedo como el que solía tener. Esta vez cada grieta de mi cuerpo se llenó de dolor.
Ese dolor que sabes que no podes recuperar lo que te quitó. Ese dolor que fueron, son y serán violadas niñas y mujeres.
Lo vi, ahí estaba la persona que más me ha obsesionado a lo largo de estos nueve años. Aquel que ha impactado en cada decisión que he tomado. Me enseñó lo que es el miedo real.
Es difícil admitir que me sigue disgustando, afectando en mi vida diaria después de tantos años.
Siempre digo que ya no estoy enfadada. En cierto modo es verdad, mi enojo verdadero es hacia mis padres biológicos. Mi piel sigue en llamas, un odio ardiente que siento por él y hombres como él. Aparecen durante el día, en las noches de insomnio, en las pesadillas. Esos terrores nocturnos. Noche tras noche.
Cuando vi a mi primo no tenía energía para hablar, pero necesitaba que alguien lo supiera. Llamé a una amiga y me dijo que lo sentía mucho.
Una hora más tarde me junté en su casa. Cuando me ve en su casa me pregunta que me pasaba. En ese momento comprendo que las personas simplemente no entienden, ni siquiera un poco, el trauma de una violación. Lo vemos en la televisión, en las películas. En la vida real negamos que pase. Las personas que no han sobrevivido a esto, no entienden la violación.
No entienden que yo preferiría estar muerta antes que vivir eso de nuevo. No lo digo ligeramente. Sé que no sobreviviría de nuevo a ella si me ocurriese. No se puede explicar esa sensación a otra persona. Tampoco entiendo que las personas entiendan esa ruptura. Nadie debería conocer este destrozo. La gente que le cuento dice que no sabe qué hacer ni que decir. Sé que no saben que decir, solo necesito un abrazo de saber que toda va a estar bien. Quiero dormir pero estoy asustada, tengo miedo a los sueños. Veo la cara de él cada vez que cierro los ojos. La gente dice que puedo llamarlos en cualquier momento, pero yo sé que no lo haré.