Mi Mejor Amiga Lesbico)
En el momento en que llegaron mis papeles del divorcio lo primero que pensé fue en mis hijos. Aun no les iba a decir nada, estaban lejos, estudiando. Era mejor esperar a que volvieran a casa relajados. Tomé el sobre, lo abrí y después de una ojeada lo dejé sobre el sofá. Quise beber algo, pero mis pasos siguieron hacia más allá de la puerta de cristal que separa la sala del patio trasero. Miré el agua de la piscina, con ese sol de verdad provocaba darme un chapuzón. Entre a las duchas de la piscina y me quedé parada frente a mi reflejo en el espejo. No sé que buscaba encontrar en ese reflejo. Mis años con mi esposo pasaron frente a mi cual película, como dicen que sucede cuando uno esta a punto de encontrarse con la muerte.
Me pregunté el por qué y a mi mente llegaron una serie de motivos personales que no vale la pena repetir en estas líneas. Uno de los motivos fue mi físico. Viví años del dinero de mi marido y eso me dio mucho tiempo para ejercitarme y mantenerme lo mejor posible. Pero los años no pasan en vano. Comencé a desabrochar mi blusa y mi piel ya no era tan tersa como cuando me conoció, es cierto. La parte debajo del cuello está ligeramente más oscura, de hecho. Me han brotado algunas pecas de más. Me di cuenta de no estar gorda, pero mi cintura ya no mide 58 centímetros como hace 25 años. Pensé que debía estar por el orden de los 70. Los embarazos no fueron gratis tampoco. Algunas estrías salen desde mi pantalón y se asoman hasta mi ombligo. No son muchas, sin embargo. Mi cabello ya no es largo hasta la cintura, ahora llega hasta los hombros y para cubrir las canitas he aplicado algunos reflejos color miel sobre la base castaña natural. Es abundante aun, eso si.
De repente, una sombra en la puerta me saca de mi sopor: era Patricia, mi mejor amiga. La mucama ha de haberla dejado pasar pues ella nunca se anuncia. Sin saludarme, me dijo que se había enterado por la mucama de lo de los papeles del divorcio, que lo sentía mucho pero que me prometía que llegarían muchas cosas buenas mi vida. No comprendí en el momento a que se refería.
Patricia era más joven que yo de al menos 10 años. Era una mujer alta, piel canela, cabello negro rojizo, en un bob. Era esbelta, y siempre muy bien arreglada. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero yo no vi eso como algo extraño, siempre pensé que era muy exigente con las parejas.
- Ven acá, no llores -dijo, al tiempo que apretaba mi cara contra su pecho ligera y gentilmente descubierto- hombres hay por carajazos y lo sabes.
- Ay, Patty, la ppperra esa con la que anda es menor que mi hija!
- Lo se, mi amorpero allá la perra esa si quiere calarse al garrancho de viejo ese, en lugar de salir de farra con sus amigas, como dios manda!
No pude evitar dejar escapar una risita. En eso me apretó más fuerte contra el pecho y comenzó a bajar su mano por mi espalda. Me dijo:
- Linda, tu eres una mujer muy valiente muy hermosaeso lo he pensado siempre y lo sabes sabes que tengo un sentimiento especial hacia ti o no?
- Claro, Patty, eres mi mejor amiga
- Para mi tú eres mas que eso
A lo que siguió un largo silencio, que se vio interrumpido por un profundo suspiro de Patricia y un:
- Veo que nunca me has entendido, amiga. Yo en ti veo mucho más que eso. Yo en ti no veo una amiga, veo una mujer entera.
En ese instante, se quedó en silencio, mirándome fijo a los ojos. No les niego que fue bastante incomodo, pero su mirada profunda de ojos verdes me paralizó. Ella se acercaba y yo no me alejaba ni un poquito. Sentí sus labios gruesos de morena ardiendo en los míos. Un instanteun instante y ya todo era diferente para mi. Me tomó la cara, comenzó a acariciarme el cabello.
- No puedo creer que esto esté finalmente pasando dijo, mientras su jadeo se hacia más fuerte y se coordinaba con el mío- Lucrecia, no sabes cuanto me gustas, de verdad que no tienes idea.
Siguió besándome, dulce y suavemente a pesar de que su respiración me decía otra cosa. Sus manos comenzaron a bajar por mi espalada, ya semi desnuda. Me soltó el sostén. Sin esperar retiró sus labios de los míos y se dedicó a mirarmemás que nada, a admirarme el busto.
- Que tetas, Lucrecia. Siempre las vi en mi mente, pero jamás me hubiese imaginado que las tuvieses tan ricas
- Por dios Patricia, que dices?
- Que pasa? Te ofende? No me digas que no aceptas un halagoporque el mequetrefe que tenías de marido seguro nunca te dijo algo así! Pues yo si te lo digo, Lucrecia, porque tu lo que estás es rica con todo y ropa! Por dios, mírate!
Levantó la voz, mientras me tomaba por los hombros para rotarme de frente al espejo. Sentí ganas de llorar y Patricia lo notó. Se colocó detrás mío, y con ambas manos comenzó a masajearme los senos con una suavidad de ave frente al espejo.
- Patty, esto no es correcto yo tengo hijos y
- Y que? Cuidado y ellos no tiene sexo
- No se trata de eso, yo soy una madre
- No, Lucrecia Tú eres mucho más que eso. Tú eres la mujer más bella que yo he visto en mi vida y hoy te lo voy a demostrar.
Se puso de rodillas, aun detrás de mí y desabrochó mi pantalón. Lo bajó y lo quitó de golpe. Me metió la cara entre las nalgas, aun con la pantaleta puesta. Podía sentir su aliento caliente ahí. Comenzó a mordisquearme las nalgas y yo sentía que las rodillas cedían. Yo gemía, gemía sin importarme si alguien podía escuchar. Patricia me hizo bajarme al suelo y recostarme. Se paró sobre mí y comenzó a quitarse la ropa, mostrando primero un par de senos redonditos y firmes pero grandes. Un vientre plano, no maltratado por el tiempo. Luego unas caderas redondas, completas, jugosas; un par de piernas rectas, firmes, torneadas, bronceadas y sabrosas. Esas eran las pantorrillas más bien formadas que yo hubiese visto jamás. Así, sin más, se aflojó el sostén y lo dejó caer sobre mi cara. Lo quité instintivamente para verla: creo que nunca había detallado los senos de una mujer. Creo que, al final, buscaba huir de este gusto que no nacía ese día, sino que siempre había estado allí y yo, por respeto a un marido ... no había querido despertar. Decidí disfrutarlo y entregarme sin más pena, así que no le quité los ojos de encima. Patricia se quedó esperando como a que dijera algo, pero yo estaba atónita pues sentía en mi vulva una palpitación que ya reconocía como diferente.
- Te gusta? No me respondas acotó Patricia- sé que te gusta. Pero esto te va a gustar más
Se bajó la pantaleta, dejándome justo debajo de un par de gruesos labios que no lograban esconder un clítoris prominente. Completamente depilada, Patricia se arrodilló, quedando sentada sobre mi estomago. Y allí, me dijo:
- Me muero por que te la comas toda y sé que tienes ganas, pero como nunca lo has hecho, yo lo haré por ti. Solo prométeme que habrá una próxima vez y que me comerás la cuca entera, así como está
- Te lo prometo- y fue todo lo que logré decir.
Con una sonrisa picara de medio lado, se bajó hasta mi entrepierna, me separó los muslos y soplándome ahí me fue excitandoque digo, como si no lo hubiese estado ya. Terminó de quitarme la ropa interior con un suspiro y con los dedos me fue recorriendo los pliegues, lento, suave como quien está conociendo algo muy bello. Me admiraba, se le notaba. Sentí movimientos circulares alrededor de mi clítoris y su boca cada vez más cerca. Pegó sus labios allí, mientras introducía un dedo adentro y me arrancaba un gemido largo y casi gutural de placer. Comenzó a moverlo al ritmo mismo de su lengua, era como si ambos compitieran a ver cual daba más. No sabía en donde concentrar mi atención: en el ritmo constante y profundo de su dedo o en la calidez húmeda de su lengua. Sentía que me estaba volviendo loca. Sentía mis líquidos escurrirse hacia abajo, hacia mi culo y meterse entre mis nalgas. Sentía gotas de sudor bajar por los costados de mi vientre. Sentía un calor creciente en la piel en contacto con su boca. Mis gemidos hacían eco en las duchas y mientras más duro gemía, más ella presionaba contra mi cuca.
Y así, ahí, en el suelo desnudo, con mi mejor amiga, con la mujer que me acompañó en los eventos importantes de mi vida entera, con la mujer que nunca creí que amaría de esta forma, reventé en un orgasmo imponente monumental, que me sacó un grito que seguro escuchó hasta la mucama afuera.
Jadeante, la miréla vi diferente, la vi con otro cariño. Se acercó a mí, con la cara llena de mis líquidos. Sin limpiarse, me dio un beso, siempre suave. Se recostó de lado junto a mi acariciándome el cabello y dijo:
- Mañana procura recibir más papeles que yo vendré de todos modos a consolarte.