Entró un pequeño rayo de sol por la ventana de aquella habitación, tan llena de mi, de mi aroma, de mis recuerdos, de mis vivencias. Permanecía tumbada sobre la cama, con los ojos entreabiertos.
Me levanté despacio y noté el tacto frio del suelo sobre mi pie descalzo que me estremeció, avancé hasta el rosetón con aquella sensación. Me crucé con el espejo y me postré frente a él, me mostró una mujer dulce, apasionada, sensual, con el pelo ligeramente revuelto dejado de caer sobre la camiseta blanca, apenas traslucida, el rostro sereno que suele tenerse después de un apacible sueño y mi cuerpo, el cuerpo de aquel reflejo vivaz me atrajo, me sentí engañada por su espejismo y pasé mi mano por la piel, suave, como suave seda. Aquella imagen mía frente aquel espejo, apenas inconsciente en mis movimientos me hicieron sonrojarme encendiendo mis mejillas.
Sentí angustia, de que no hubiera nadie que me llegara por detrás y me sorprendiera por la espalda, que agarrara mi cintura y me tumbara en este suelo, angustia de sentirme prisionera de mi propia soledad.
Abrí la ventana y me postré frente a ella, como una niña pequeña que juega a engañar, me quedé delante, ingenua, pero queriendo provocar el deseo de los transeúntes.
En la terraza de enfrente un hombre me mira vacilante, le devuelvo una sonrisa, su timidez me quema, me arde por dentro, los metros se me hacen eternos, por un momento quisiera tenerlo a pocos centímetros de mi, saber a que huele, a que sabe.
Lo dejo solo, camino al minibar, lleno la copa y me la paso por el cuello antes de beber, con el vaso en la mano me exhibo en el umbral de las miradas, pero el hombre ya no está.
La soledad se hace dueña de mi noche tras noche, sin embargo, a cien metros hay un hilo que va tejiendo sobre mi, que me sube por las piernas y me envuelve, poco a poco.
Suena el timbre de mi puerta, al abrirla me cruzo con su mirada, con el hombre, que ya en la cercanía me resulta casi juvenil. No dice nada porque no es necesario, me gusta el silencio que nos hace cómplices, me gustó su aturdimiento, fue arrastrado allí por mis sueños, tanto lo pensé que sin el saberlo le marqué el camino hacia mi trampa, mi tela de araña.
Me giro y avanzo hacia la botella, el me sigue de cerca, le lleno el vaso y se lo acerco, el contacto con su piel me eriza, su mirada callada es sensualidad de hombre resuelta.
Deja el vaso cerca mía, tocando mi espalda, notando el calor de su pecho y el frio hielo, me hace volar, sus manos me acarician cual enredadera, agarrándose a mi cada vez con más fuerza confundiéndonos en un solo cuerpo, envolviéndonos en una ceremonia, le engaño haciéndole creer que el lleva las riendas, me tumba en la mesa, me besa con pasión, con la pasión de un principiante, del que besa por primera vez, del virginal roce, de la inocencia más candorosa. Juego con sus labios y el juega conmigo.
Comienza un baile entre los dos, su respiración acelerada hace ritmo con mi cuerpo, bailamos juntos por segundos, minutos y horas, sin dejar de saborearnos, sin dejar un centímetro de piel desabrigada.
Le tejo, lo trenzo, lo engaño con mis piernas, lo envuelvo y le marco el ritmo de aquella danza, lo embrujo con mi mirada y lo devoro lentamente, poco a poco lo ciño a mi cintura, lo acorralo entre mis piernas, lo encierro y mientras él se deja enredar. Desciendo en mi camino mientras le voy rozando con mi pelo, el se regocija y lo miro, hablándole, susurrándole con la mirada.
Pasa sus manos por mi pelo, lo agarra con fuerza, sabía que tenía que hacer a cada momento, miraba sus ojos fuera de si y eso me enloquecía, mi lengua se hizo una prolongación de su cuerpo, su sabor a piel, aquel vaho sobre mi.
El baile termina con su cuerpo sobre el mio, por primera vez me fijo en su pelo negro, fino y suave, enmarañado, dejando caer su flequillo por su frente, juego con el, mientras niño-hombre descansa oculto en mi pecho.
Me despierto, me dirijo hacia la puerta, al abrirla aquel hombre frente a mi, cuya cara me es tan familiar, aquel que conocí hace años, que viene y duerme en mi cama, aquel que solo veo por las noches antes de dormir y que deja la marca de su presencia en el vaso dejado como olvidado sobre la mesa de mi casa, aquel hombre, mi marido, se ha olvidado de mi.
Y mientras yo, seguiré asomada a mi ventana y te buscaré con la mirada.
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