La primera vez de manola
LA PRIMERA VEZ DE MANOLA
Lo que marcó para siempre mi opción sexual fue que mi profesora del quinto grado me vistió de niña. Ella tenía que preparar una presentación teatral para el aniversario de la escuela. Era un squech de gitanos. Como el grado era solo de niños y se necesitaba una mujercita escogió a cinco niños, que consideraba podían hacer de niñas, a los cuales les dijo el rol que debían desempeñar, entre ellos estaba yo; ninguno quiso hacer el papel de chavalilla, salvo yo que me mostré indeciso, a lo que me preguntó por qué no me decidía, le dije que debía consultárselo a mi madre. Fue a visitarla, le propuso sobre mi intervención en el squech, mi madre me preguntó que si quería hacerlo, le contesté que, obediente como siempre, haría lo que ella decidiera. Aceptó ella, acepté yo. Para el efecto me confeccionó un hermoso vestido de manola, de raso verde y volantes negros, escote profundo en la espalda, corsé, que oprimía mi cinturita y resaltaba mi pequeño busto y enaguas can can que resaltaban mis caderas. Completaban el atuendo grandes aretes, gargantilla y pulseras doradas de fantasía, botines de tacón alto; y una peluca de blonda cabellera. En los ensayos, mi maestra, me enseñó a caminar y hablar como niña. Los compañeros se admiraron de mi rápido aprendizaje.
El día de la presentación nadie pudo reconocerme, aún mis compañeros de grado, sólo se dieron cuenta cuando empezó la actuación. Fue todo un éxito, mi profesora recibió felicitaciones de parte de la dirección de la escuela. El niño que había salido de gitano, aprovechando el rol de la pieza teatral, me abrazada con fuerza y una vez entre bambalinas me estrechó en un abrazo apasionado y me besó en el cuello y espalda, sentí un cosquilleo tan placentero que hubiese querido que no terminara nunca, después me dijo que no lo hizo en la boca por no malograr mi maquillaje. Después del acto empezaron a llamarme Manola, y con cariño, Manolita.
El chico que salió de gitano, Garcés, aprovechaba cualquier momento en que nos hallábamos solos para besarme en la boca. Sólo él supo de mis deseos y satisfacciones. Caballerito, a nadie contó lo nuestro. Para un desfile de carnaval me sugirió que saliera vestido de manola y salimos en el corso como dos gitanillos. El aprovechaba para besarme y abrazarme con descaro frente al público para dar autenticidad a nuestra participación, incluso me estrechaba hacia él y restregaba su pene en mi trasero. Eso me complacía.
En casa, cada vez que sentía la necesidad, me vestía de manola, mamá no disimulaba su aceptación. Un día me mostró un baúl en el que había vestiditos de niña que ella había preparado en su embarazo, me contó que esperaba con ansias una niña y que nací yo. Que por eso le encantaba que vistiera como niña. Esto me dio licencia para continuar en libertad a vestirme como tal. En casa continué vistiéndome de gitanilla. Mamá se alegraba cuando me veía así vestido, mi Manolita, me decía. No conocí a mi padre.
Con propinas compré batitas de dormir, más tarde vestiditos de fiesta y un modelador que me hacía una cinturita de avispa y pronunciaba mi busto. En casa vestía así, me pavoneaba cantando La Campanera: Porqué has pintao tus ojeras, color de lirio real, por qué te has puesto de seda, hay campanera por qué será, que fue la tonada que cantó Garcés en la escena, pero para la calle salía de niño. Cada cumpleaños recibía de mi madre como regalo un atuendo completo de niñita. Cuando me tomaba medida, ya que es modista, sentía una ternura indescriptible cuando sus manos rosaban mi piel.
Para los compañeros de grado era Manolita, que me gustaba que así lo hicieran, porque me lo decían con cariño, mas nadie sospechaba de lo mío con Garcés, de nuestros encuentros furtivos que terminaban en besuqueos apasionados en los que sentía la turgencia de su pene. Terminamos la primaria y para la secundaria él tuvo que trasladarse con toda su familia a otra ciudad en que vivían la mamá de su mamá, la Mamamama, que había quedado sola al morir el abuelo.
Pasó el tiempo, tenía ya olvidado a Garcés, cuando en vísperas de mis quince años recibí, vía courier un paquete grande, que al abrirlo me llenó de enorme alegría, traía un hermoso vestido rosa encendido de gasa chifón, raso y pedrería, sandalias doradas de tacón aguja once, joyas de fantasía y un neceser con artículos de maquillaje completo. Por teléfono me contó que se lo había robado a su hermana y que quería que me lo pusiera para mi quinceañero, que el vendría a verme. Me dijo además: Serás mía, Manolita, sabrás lo que es el amor, el verdadero amor carnal. A mi madre le conté que mi amiguito de primaria vendría para mi cumpleaños y como no tenía a donde llegar deberíamos recibirlo en casa. Mamá aceptó. Si así lo quieres Manolita, así será. Tú verás cómo te vistes. No te preocupes mamá, él sabe que en casa sigo vistiendo de mujercita. Le prepararé el cuarto de huéspedes.
El día de mi cumpleaños, ese día tan esperado, me di un baño caliente, rasuré las piernas y el pubis quitándome los pequeños bellos, me coloqué eu cologne chanel y luego talco perfumado en todo el cuerpo. Emperifollado en bata rosada de raso y con sandalias doradas de tacón alto me fui al comedor a desayunar, mamá me dio un abrazo y me dijo:
-Feliz día Manolita, que lo pases de lo mejor, que tus quince años sean inolvidables. Ponte el vestido rosado que te he confeccionado para este día memorable, quince años no se los cumple así nomás.
-Mamá, mi amigo me ha enviado uno y quiero recibirlo con él para su satisfacción.
Sobre lo inolvidable, mamá tenía razón porque lo que aconteció esas veinticuatro horas no lo olvidaré nunca.
Había reservado cita con mi amigo el estilista del barrio para que me maquillara y peinara muy temprano en casa, para lo que escogí una cabellera rubia. Mis morenos ojos eran resaltados por cejas delineadas y por unas ojeras azul turquí, mis mejillas con rubor rosa y mis labios rojo nacarado completaban el rostro de esta hermosa jovencita.
-Albricias, Manola, que te vaya de lo mejor con tu noviecito. Me dijo Juan Gabriel, mi estilista.
Me puse el vestido, las joyas y las sandalias y me senté en la sala junto a la puerta de entrada. No cabía en mí de felicidad. Era una quinceañera que esperaba a su príncipe azul, Aguardaba el toque del timbre con ansias, el vestido quinceañero me había dado mayor garbo, mi corazón quería romper el corsé. A las diez de la mañana el timbre me sonó a delicias, con nerviosismo abrí la puerta, ahí estaba Garcés. ¡Cómo había cambiado!, mientras yo había feminizado a mi figura, él se había convertido en un apuesto galán que cualquier chica lo desearía para ... con él. Me abrazó con fuerza, lo abracé con ternura, me dio un beso en la mejilla. Mamá nos sorprendió en esa delicada escena, saludó con amabilidad a mi amigo y nos dejó solos, no sin antes de decirme al oído:
-Estás preciosa Manolita.
-Vámonos a que deshagas maletas, le dije y lo guié a su recámara y luego lo llevé a conocer a la mía.
-Es el de una mujer, me dijo, al notar la cama color rosa, la cómoda tocador y el guardarropa escarlata.
-Sí, es de Manolita, le dije.
Allí nos besuqueamos como en la primaria, nos toqueteamos hurgando todas nuestras intimidades, y descubrí que ahora la dureza de su pene era más notoria, le abrí la bragueta y lo que salió era una enorme pinga a la que acaricié apasionado.
-Ésta será tuya en la noche.
-No creo soportarla, le dije, es tan grande que creo que no quepa en mi ...
-No te preocupes, he traído gel para que no te duela, es lubricante y tiene un compuesto que calma los dolores, me dijo. El espejo del tocador devolvía la imagen de dos amantes apasionados.
Nos sentamos sobre la cama, alcé la falda y la vaporosa enagua, crucé de piernas que brillaban con las panty de licra, él aprovechó para acariciármelas con ternura.
-Estás preciosa morena mía, eres una gitanilla seductora, me dijo zalamero.
Entre besos, mordiscos, abrazos y frases de cariño perdimos la noción del tiempo, tanto, que luego escuchamos la voz de mi madre que nos llamaba a almorzar.
Mamá se había esmerado, nos invitó sopa de ajos, pavo al horno y de postre mouse de merengue y chocolate. Brindó con vino por mi felicidad y nos dejó solos.
En la sala, al son de una suave música que salía del equipo de sonido, hicimos recuerdos de nuestra niñez y de nuestros furtivos encuentros. Seguimos tomando el vino hasta terminar la botella. Luego llegó la cena.
Terminada la cena pasamos a la sala, allí colocamos en el equipo de sonido una selección de pasodobles y boleros. Bailamos como dos enamorados. En un momento me dijo que a mí me quedaba el vestido mejor que a su hermana. -A zalamero, le contesté, lo haces por halagarme, me dijo que no era ningún halago, que era la verdad. Tomamos fotografías para el recuerdo. En los boleros, me empinaba para cruzar mis brazos por su cuello y pegarme más. Él me apretaba de la cintura y caderas atrayéndome hacia sí. Sentía la turgencia de su virilidad lo que me excitaba sobremanera.
Pasada la cena y luego de ver un poco de tele, dimos las buenas noches a mamá. Agarrados de las manos, pasamos al dormitorio de huéspedes, abrimos y cerramos la puerta, simulando separarnos, para luego ingresar a mi recámara. Tomándome en sus brazos como lo hacen los novios, me llevó hasta la cama.
Seguimos en una serie de besos, abrazos y manoseos. Yo tocaba su pene y el mi trasero; sentía que el interior de mi ano latía, sí, latía con fuerza en espasmos similares a los de un orgasmo prolongado. Me moría de ganas.
Empezó a desvestirme con amabilidad extrema, me decía cositas a los oídos, me prometía una noche de placer sin límite. Yo le quité la chaqueta, luego los pantalones y la ropa interior; el me quitó el vestido y la enagua y los tiró por el piso. Quedamos desnudos, pero para evitar el resfrío, le dije:
-Pongámonos algo encima. Él se caló una pijama de hombre pero de seda china, yo me puse un camisón y bata de nilón rosa encendida.
Me besó todo el cuerpo las tetillas me las mordisqueaba haciéndome saltar de placer. Para opacar mis gemidos colocó unos rítmicos boleros. Bailamos cara a cara, el sobaba su pene en mi vientre.
Me hizo sentar en la cama y me colocó su pene en mi boca, con mi lengua le corrí el prepucio, al glande lo succioné con pasión, como si me deleitara con un chupete de caramelo. Se puso duro. Ponte gel en el ... que yo pondré en mi pene, así lo hicimos. Siguió besándome a la espera que el gel surtiera sus efectos. Me colocó en cuatro como a una perra, me puso su lanza en mi ano y suave, muy suavemente me lo fue metiendo. Quise gritar pero su mano que apretó mis labios ahogó mis gritos. Al vaivén como de una hamaca me hizo feliz. No sentía dolor, un placer indefinible invadió todo mi cuerpo, hasta que sentí en mis entrañas los espasmos de un orgasmo al que había llegado Garcés. Con una mano me acariciaba las tetillas y con la otra me lo hacía en mi pene, Sentí, luego, un adormecimiento que me subía por la columna vertebral hasta llegar a mi cabeza para luego darme cuenta que yo también había llegado al orgasmo con placer infinito.
Nos arropamos con las sábanas de raso, que para la ocasión las escogí rosadas, y empezamos a recordar nuestra amistad de primaria y como casi inocentes nos dábamos cariño.
Volvimos a excitarnos, esta vez el me untó de gel, en verdad no me dolía y si sentí sus dedos penetrarme con deleite. Dejamos la cama, me hizo sentar sobre ella y alzó mis piernas y las colocó en sus hombros y así, piernas al hombro me poseyó con violencia, violencia para mí placentera. Volvimos a meternos en la cama y de espaldas a su frente me penetró por detrás, sus manos otra vez en mis tetillas y la otra acariciaba mi pene, que aunque pequeño también se puso turgente. Al mete y saca, al viene y va, llegamos otra vez al orgasmo. Lo hicimos tres veces, cansados nos dormimos y abrazados recibimos la mañana. Tuvimos el cuidado de desarreglar la cama del cuarto de huéspedes que había sido reservado para él.
Mamá nos llamó al desayuno. En pijama él y yo en bata fuimos a la mesa. Que mamá imaginara que había pasado esa noche, no lo sé, pero sí que estaba dichosa de su Manolita, porque me saludó con una beso que lo sentí más cariñoso que nunca.
Después del desayuno, sin darme cuenta resulté tarareando: Porqué has pintao tus ojeras, color de lirio real, por qué te has puesto de seda, hay campanera por qué será, como en la presentación teatral de la primaria.
Me puse un vestido de niña española, de raso verde, mini, de volantes, que resaltando mis caderas remataban en blondas negras y botines negros de tacón alto y salimos a pasear por la ciudad como dos felices enamorados. Pasado el efecto sedante del gel, sentía adoloridas mis entrañas, pero estaba feliz. Almorzamos en un recreo campestre, allí cariñoso me daba bocados en la boca. Al disimulo, sin que el público asistente se diera cuenta, le tocaba las entrepiernas, el hacía lo mismo pero tocándome las posaderas. Volvimos a casa esperando la noche.
Él tenía que retornar y la noche fue de despedida. Me coloqué un baby doll rojo fuego y así lo esperé en la cama. Llegó a la alcoba, alzó la sábana y al verme lanzó una exclamación de admiración y aprobación. Aquella noche fui perra, potranca, porque fui montada y ... de cabaret. Gozamos lo indecible.
Por la mañana me coloqué el atuendo que para mi quinceañero me había regalado mamá, un vestido rosa de brocado, no menos bello que el que me había dado Garcés, que me hacía lucir primorosa. Así despedí a mi hombre con un beso largo y apasionado sin que mamá nos viera, con la promesa de volvernos a encontrar.
Me dejó adolorido y triste; y, sin quererlo otra vez resulté tarareando: Porqué has pintao tus ojeras, color de lirio real, por qué te has puesto de seda, hay campanera por qué será
Manola.
Ver también
La primera vez de manola
Es un relato que me trae recuerdos de mis iniciación sexual.
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