En respuesta a kaira_6974016
Soy hombre de 61 años.Mi niñez transcurrió en una época en la que casi todo se intentaba sanar con enemas,lavativas o irrigaciones.Ante cualquier problema de salud de un miembro de la familia,rápidamente las mujeres de la casa se ponian a hervir agua y a poner a punto peras, cánulas e irrigadores.Cuando eso ocurría, olía la casa de una forma muy peculiar y los que eramos niños detectábamos ese olor y nos escondíamos en los lugares más insospechados para evitar lo que siempre resultaba inevitable,Inevitable porque las fuerzas vivas de la casa, formadas por la abuela,la madre y la tía, siempre encontraban al huido, llevándolo a la fuerza hasta el patíbulo (que solía ser la cocina o el baño) y lo tumbaban sobre las rodillas de la encargada de administrar la irrigación o el enema. Sentado sobre las rodillas era sinónimo de que no te librabas de lo que, las señoras de la casa, habían decidido hacer contigo.Si hasta los siete u ocho años utilizaban contigo la pera de caucho, pasada esa edad entrabas en el mundo del irrigador.Si la pera ya era molesta para un niño.ni os cuento lo que representaba recibir una irrigación,que se suponía estaba destinada para los adultos.Un auténtico calvario, que tenías que soportar gritando,pataleando o llorriqueando.Hasta que decidian que la irrigación había acabado,ese tiempo se hacía eterno para el que la recibía.Al final, nuestras madres, abuelas y tías, nos acostumbraron a sentir cierto placer con ese remedio casero. Placer que se fue acrecentando con los años y que cada uno de nosotros lo ha ido adornando con matices sexuales,eróticos o vete tú a saber.Para complicarlo aún más,nos vemos obligados a ocultar ese placer por miedo a que nos tachen de enfermos mentales.Estoy seguro que somos muchos hombres y mujeres,nacidos en aquellos años,a los que les sucede lo que acabo de narrar. Y es lamentable que sigamos ocultando ese placer y no podamos disfrutarlo con la libertad que quisiéramos. Es por ello que animo a todos los que aún escondemos nuestro irrigador en los sitios más insospechados,ocultándolo como si fuese "arma de delito".
Coincido en el placer de las enemas , me vuelve loko que mis parejas me las hagan, me enloquece que las mujeres me hagan enemas.