Un laberinto de dudas

Si algo odio de los antros caros son los cadeneros, que no son más que unos pobres imbéciles con un poquito de poder -el que les da la discriminación-, y también la música tan horrible que suele poner el dj: o es punchis punchis o el último éxito de Paulina Rubio y hasta a los chafas de cualquier grupo preferido de quien pone la música. Aquello muchas veces es un templo al mal gusto. El mundo adora la basura. Si no fuera porque las chicas que acuden a esos sitios están bastante guapas, nadie intentaría entrar. Una vez en el interior, todos parecen disfrazados con algunos de los múltiples trajes de la vanidad. Incluso por allí me pareció ver a alguna artista de moda en plan de reventada. Y se emborrachan como si sus padres no se fueran a dar cuenta o más bien como si les valiera gorro. Las chicas muestran muecas falsas, hipócritas y sonrisas borrachas. Y hasta se besan entre ellas. A mí no me importa, porque la ebriedad a vecs parece su estado ideal, ya que al menos no hablan, sólo se divierten como si fuera el último día del Spring Break. Son las dos de la mañana y estoy abrazando a una chava que apenas conozco, pero al menos sé que se llama Ana Camila. Cualquiera pensaría que es mi novia, pero hace una hora me sonrió de manera muy atrevida. Ya ebria se acercó y me dijo que me parecía al novio de su madre, sólo que en versión joven. "Pero me cae gordo", aclaró, "y no porque ande con mi jefa, sino porque me encanta el wey". Todavía dijo algo como "está muy guapo y tiene mucha personalidad." pero no la dejé continuar. La besé con furia y ella se dejó llevar. Luego seguimos bebiendo, hubo intercambio de caricias algo subidas de tono, intercambio de cahrla vacia y soltó algunas carcajadas con mis ocurrencias. Ahora pasan de las tres de la mañana y la noto muy borracha, así que le digo que me marcho. "No manches, no te vayas, no me abandones", protesta. Como ve que es definitivo, sugiere que vayamos a su departamento. Yo acepto nomás porque tiene cierto parecido con Jenifer López, aunque con un cuerpo menos contundente. No sé por qué me siento como uno de los tipos duros de Los chicos perdidos y, como en la película, imagino que saboreo la sangre de su cuello mientras le hago el amor de manera salvaje.




Apenas llegamos a su casa y ella se refugia en el baño. La escucho vomitar. Enciendo el estéreo, pero como suena música pop-cursi mejor lo apago. Me miro en el espejo del recibidor y no me reconozco, al menos no por completo. No soy el mismo de esta tarde, pues una cierta mirada de cinismo me ilumina el rostro. El alcohol me provoca unas ganas tremendas de ... con la chica. Ella sale del baño y me dice que se siente fatal. Se acomoda en el sofá, me mira de una manera extraña y luego empieza a llorar. Sus lágrimas no son de utilería, pero su nombre suena como homenaje a las telenovelas: Ana Camila. Enseguida se calla, agacha la cabeza y me dice que es muy infeliz, que el colmo es que le deprime tener que tomar antidepresivos. Luego suelta algo que parece una sonrisa sarcástica; bosteza, me pide que le sirva un vodka con jugo de uva. Voy a la cocina, busco un par de vasos y abro el refri. No me tardo mucho, pero cuando vuelvo ella está dormida de una manera ridícula: sentada y con la cabeza echada hacia atrás. Me acerco a ella, la cargo y la llevo a su recámara. Sus pezones están despiertos y su respiración en mi cuello me provoca escalofríos. La recuesto con cuidado y por unos segundos contemplo la posibilidad de desnudarla y acostarme con ella. "Bésame", me dice con aliento alcohólico. Le doy un beso tierno y ella me abraza con fuerza. "No me dejes sola, nunca me dejes sola", musita como si yo fuera el hombre de su vida. "Descansa un poco", le ordeno suave pero firmemente mientras le acomodo la cabeza para que no se vaya a ahogar con su propio vómito.

En el buró hay una foto y en ella aparece Ana Camila junto a una mujer guapa y joven que seguro es su madre, aunque parece su hermana. Salgo de la habitación. Me siento en la sala, enciendo un Marlboro y me doy cuenta que en ese lugar no hay sitio para la ternura. A veces quisiera ser más canalla para dejarme llevar por los instintos, para soltar a los demonios de la lujuria. Busco una pluma y le dejo un recado a Camila: "Te dejo mi número de teléfono por si te interesa llamarme". Luego salgo sin hacer ruido, aunque sin rumbo fijo. Por lo general me extravío en el laberinto de mis dudas, de mis vacíos. La mañana apenas empieza. Mis pasos son el eco de las noches sin sueño y me recuerdan que estoy tan solo como Camila, pero a mí no me consuelan los besos que saben a exceso.