Luisa Fernanda tiene 25 años y es socióloga
Recorría las avenidas aledañas al apartamento cuando me tropecé contigo, tenía que amarrarme el listón que llevaba, pero cuando pasaste cerca de mí pude reconocerte. Hace tiempo atrás, en la facultad donde estaba, tomamos cursos juntos y de poco te fui conociendo, me acerqué aún más a ti porque despedías un olor a colonia peculiar, tu cuerpo remarcaba muy bien la silueta de tus hombros y el dorso, se notaba que eras nadador por el ancho de tu espalda. Y bueno, así empezó, te recorría con la vista cuando te veía venir, te tocaba simulando abrazarte, para acercarme aún más, y de a poco pude aprovechar cada encuentro. Cuando comíamos, y parecíamos que sólo platicábamos, alcancé tu mano derecha y toque la parte superior, la cual estaba áspera por el frío de aquel temporal. No sacié del todo las ganas de tocarte, entonces llegue a tu sexo debajo de la mesa estirando mis piernas, y recorrerte con una de mis piernas todo lo que podía alcanzar de ti. Luego te dije acercándome a tu oído lo quería que pasara, que no sacié con solo tocarte. Tú concediste mi deseo, te levantaste de la mesa y me condujiste hasta tu apartamento, éste quedaba a dos cuadras del bar donde estábamos. Al abrir la puesta, me sujetaste de los hombros y deslizaste tu cabeza hacia adelante para alcanzar mi frente y por ahí empezaste.
Sentí que las piernas eran gelatinas, se tambaleaban en cada momento, cuando ibas por el cuello, de detuviste a ver mi rostro y cómo éste se inclinaba hacia atrás, me besaste los dos lados del cuello. Mordiste y oliste los aromas que venían detrás de mis orejas, mordiendo suavemente los lóbulos y recorriendo todo lo que no habías alcanzado al dejar atrás las orejas. De pronto bajaste aún más, mi cuerpo te lo pedía, reaccionaba a tus besos. Al llegar al sujetador, trataste quitar el sujetador estando delante de mí, y no pudiste, por lo que yo al voltearme me tocaste me quitaste las bragas y me diste una palmaba excitante. Ahora ya podía mostrarte todo mi cuerpo que tú habías desnudado.
Yo al tenerte debajo de mis piernas, te pedí que siguieras, subiste mordiéndome el muslo de las dos piernas, y así subiste de apoco hasta alcanzar los muslos superiores, esos que están cercanos a mi sexo. Cómo disfrute de ese momento, porque me dieron cosquillas. Levemente te levantaste y dirigiste tu mirada hacia mí, yo te abrí aún más las piernas estando todavía de pie, entonces te conduje con mi mano derecha hacia mi sexo, el cual ya estaba preparado para ser lamido. Comenzaste por los labios externos, con ávida lengua alcanzaste las paredes inferiores y llegaste al clítoris. El movimiento de mi cuerpo fue un desbalance total, por lo que terminé estando en el suelo. Contigo a la par, te desabroché el pantalón y así comencé de nuevo a recorrerte, esta vez el tacto era aún más sensible, sentí entre mis manos los pelos de tu piel y el sudor de tus piernas. Experimenté el poder escuchar tu respiración y cómo esta iba cambiando, conforme te seguía recorriendo. Nos fungimos mutuamente, cuando entraste en mí y acaparaste mi sexo, cual rosa quedó cuando el acto terminó.
Nos volvimos a ver en aquel bar, en el que luego de preguntarnos qué había pasado con nosotros, comenzaba de nuevo por debajo de la mesa…