Se podría decir que follarme a uno del gimnasio no tiene ningún mérito. Con estos cuerpos, y lo salidos que están todos esos tíos buenos, lo extraño es la que no se lo ha hecho con uno. Lo que sí tuvo mérito fue hacérmelo con dos a la vez. Eso sí fue deporte.
Fue una de esas tardes tontas en las que, después del trabajo, no tenía ganas de ir al gimnasio. El caso es que recibí un whatsup de uno de los chicos de la clase de spinning: ¿Vas a venir hoy? ¿Tomamos una cañita después? La verdad es que no era algo raro, casi siempre nos enviábamos mensajes para saber si el otro iba a ir. Tomarse algo después del gimnasio se había convertido en una costumbre muy divertida. También nos servía para quitarnos la pereza y ser más constantes.
El caso es que fui al gimnasio y me di una buena paliza. Cuando acabé la sesión, las mallas de entrenamiento estaban empapadas. Yo no soy tonta, y sé que esas mallas me quedan de maravilla. Hay que reconocer que me marcan un culo que es la envidia de todo el gimnasio. Cuando me iba para el vestuario, noté las miradas de varios chicos fijas en mi trasero. A mí nunca me ha importado que se fijaran en mí. Estoy convencida de que alguno de esos musculados salidos se hacen pajas pensando en mi culo, y en follarme. Que les aprovechen las pajillas.
Cuando salí de la ducha, mi amigo ya estaba en el bar tomándose algo. Con él había otra persona, un chico que había llegado nuevo al gimnasio hacía un mes. Normalmente nos juntábamos más, pero aquel día había coincidido así. Yo me pedí una cerveza y comenzamos a hablar los tres. El chico nuevo era más majo de lo que yo habría imaginado, y la conversación se fue animando poco a poco. Una cerveza llevó a otra, y a otra, y a otra No me preguntéis cómo ocurrió, pero al cabo de seis cervezas, yo me encontré subiendo al apartamento de mi colega, en medio de los dos.
Casi no habíamos atravesado la puerta cuando noté que el chico nuevo me agarró por detrás y restregó su paquete contra mi culo, mientras con su mano empezó a acariciarme la entrepierna. Por delante, mi colega no se cortó ni un pelo: me levantó la camiseta y empezó a chuparme los pezones. Nunca me lo había hecho con dos, y sentir dos hombres a punto de follarme me hizo ponerme muy cachonda. Yo empecé a tocar todo lo que pude. Casi no sabía dónde tenía que poner las manos. Los tres, sin llegar a soltarnos, llegamos hasta el dormitorio. Allí, yo desabroché el pantalón del chico nuevo y empecé a hacerle una paja. La verdad es que casi no me podía concentrar en nada, porque mientras me dedicaba a masturbar al chico, sentí cómo mi colega casi me arrancaba los pantalones y el tanga. Yo abrí las piernas por instinto, y noté cómo empezaba a comerme el ... ... qué placer
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