Título
I
Esperaba impaciente la llegada de la pareja; los jueves solían acudir al pub y esperaba y deseaba con todas sus fuerzas que así fuera.
Desde que le conoció se sintió fuertemente atraída por él. Se acicalaba y ponía toda su atención en resultarle atractiva, aunque sabía que lo era por experiencia desde hace mucho tiempo, no tenía más que observar como la miraban los hombres.
Conocía los días y la hora en que solían venir al pub, martes, jueves y, a veces, los viernes. Hoy deberían venir.
Vivían cerca, a doscientos metros del local; Ricardo era informático y Raquel, su mujer, funcionaria.
Una clienta, Teresa, chismosa como ella sola la mantenía informada, estaban casados por lo civil desde hace cinco años y muy enamorados, eran gente educada, amable y no se conocían habladurías sobre ellos.
Los días en que sabía que vendrían al pub esperaba expectante y ansiosa su llegada; solían acomodarse en la barra latera, y en cuanto aparecían, les saluda atentamente y ella misma les servía lo que quisieran tomar aunque su marido, Julio, no le gustaba que sirviera a los clientes. Para mí ellos no eran clientes, sino una parte muy importante de mi vida.
Esperando pacientemente evocaba el día en que se conocieron:
Raquel era un sueño con su juvenil aspecto de adolescente, rubita con el pelo corto al estilo Meg Ryan, con su preciosa carita de niña, su perfecta y fina nariz, sus carnosos y sensuales labios, sus grandes y bellos ojos de color azul intenso, su precioso, menudo y estilizado cuerpo; su bonito culito en forma de cereza; poco más o menos de mi estatura, siempre sonriente y amable. Su tono de voz dulce y suave, ligeramente suplicante, parecía sugerir afecto y protección. Cada vez que les servía me daba las gracias sonriente y mirándome a los ojos.
No quería hacer daño a esta niña tan bonita, pero es que su marido estaba para comérselo y ella también.
Que los dos estaban enamorados y se amaban, era algo fácilmente comprobable, bastaba con prestarles un poco de atención en sus miradas y actitudes.
Y sentía envidia, conocía bien ese estado; hubo un tiempo en que su relación con Julio atravesó esa fase, pero el acoso de muchas y su debilidad ante ellas acabó con su ilusión; pero le quería y estaba
acostumbrada a él; no era mala persona y la trataba bien, era trabajador, emprendedor, juntos compraron y montaron el pub Guacamayo cuando ya eramos pareja y nos iba muy bien no podíamos quejarnos, era animoso y fantasioso, y a veces, afectivo y sensible ocasional, y cuando algo o alguien le interesaba sabía ser amable y persuasivo.
Pero sexualmente era agresivo. Cuando tenía ganas iba a lo suyo, se satisfacía, sin cuidarse mucho de mí. Utilizaba el sexo como si fuera un arma; tenía un pene muy grueso, aunque corto, y marcaba un paquete que él se encargaba de resaltar aún más al no ponerse slip, decía que le molestaban y siempre llevaba vaqueros justados. Pensaba que el pene era lo único que le interesaba a las mujeres.
Su paquete también llamó la atención de Raquel; había observado muchas veces como ésta discretamente lo miraba con curiosidad y deseo. Sabía que tampoco a Julio le resultaba indiferente Raquel. Conocía a su marido y su amabilidad y atenciones con ésta y la forma de mirarla denunciaba claramente sus intenciones.
Al cabo de dos meses conseguimos una cierta relación de confianza y amistad. Los cuatro charlábamos juntos de temas variados cuando había poca clientela, lo que sucedía con demasiada frecuencia últimamente; gastábamos bromas, nos reíamos y pasábamos un rato francamente agradable. Varias veces habíamos ido a cenar juntos los lunes, cuando cerramos por descanso y lo pasábamos muy bien.
Y poco a poco comenzó a desear a Ricardo. Le gustaba mucho este chico educado, atento, y atractivo. La turbaba su mirada intensa y ardiente y respondía a ella de la misma forma. Sabía que ella no le era indiferente, estas cosas siempre las sabemos las mujeres; pero él jamás se pasaba o hacía el menor comentario inconveniente.
Pero lo que no decía su boca lo clamaban sus ojos.
Y comenzó a desearle y a provocarle para que él la prestara más atención. Buscaba su mirada y al encontrase, su rostro, sus expresiones, su boca, y sobre todo sus ojos, descubrían para él un mundo lleno de sugerencias, deseos y ternura que Ricardo no tardó en captar y corresponder. Era un juego excitante y morboso al que los dos se entregaban sin palabras y que aumentaba la excitación y el deseo de ambos.
Recordé la cena que tres días antes habíamos celebrado los cuatro juntos.
Necesitaba que esa noche Ricardo la deseara más que nunca y se acicaló a conciencia; se puso un vestido metalizado muy sexy color champán, de tirantes y muy ajustado al cuerpo y que resaltaba todas sus formas, era muy corto y la llegaba a menos de medio muslo, con un amplio escote en pico que permitía ver sus pechos con generosidad, sin sujetador porque no la gustaba que se vieran las tiras, medias largas, y la braguita del mismo color del vestido y con zapatos de tacones altos haciendo juego; estaba radiante porque iba a estar con ellos. Sabía que estaba muy atractiva y deseable, de eso se trataba.
Al encontrarnos, percibí la intensidad de su mirada, me dijo que estaba muy guapa y seductora y me sentí halagada y excitada.
Mi preciosa niña lo recalcó con ingenuidad mientras me besaba sonriente en la mejilla, me sentí un poco culpable y me prometí ser recatada.
Julio, estaba muy amable y educado y también halagó la belleza de Raquel; ésta, en pantalones color crema ajustados que ceñía su precioso culito en forma de cereza, su blusa azul intenso que combinada con el color de sus bonitos y grandes ojos, y con zapatos de tacones altos estaba estaba para comérsela. Sonrió a Julio agradecida, e inclinó la cabeza ligeramente y bajó los ojos al suelo. Su ingenuidad, su voz suave y dulce incitaban a quererla y desearla y me ponía mucho
Tomé vino y me pasé un poco porque no estaba acostumbrada a beber alcohol; me encontraba eufórica y excitada.
Ricardo y Julio se alternaban en contar chistes muy picantes, pero no groseros, estaban dicharacheros y divertidos.
Nos reíamos con franqueza, y en ese ambiente distendido y agradable transcurrió la cena.
Al acabar, Julio propuso tomar unas copas en un pub cercano. Pues allí que nos fuimos.
No había mucha gente, sólo algunas parejas centradas en lo suyo.
Nos sentamos en una especie de sofá sin respaldo, nosotras en el centro, ellos en los extremos.
Al rato, nos enfrascamos en distintas conversaciones, Julio con Raquel, y yo con Ricardo.
Una de espaldas a la otra.
El amplio escote permitía ver mis pechos completamente en cuanto me inclinaba, cosa que hacía frecuentemente a la vez que reía.
La visión de mis piernas cruzadas se mostraban en toda su extensión y si las abría sabía que se veía mi braguita, del mismo color que el vestido.
De vez en cuando, Ricardo discreta y lentamente observaba mis pechos y mis piernas mientras charlábamos, y yo me inclinaba levemente para que los viera a placer; luego descruzaba las piernas, las abría un poco lentamente y durante un instante permitía su observación.
Exhibía mis pechos y mis piernas a sus ojos; después buscaba su mirada y percibía en ellos el deseo y la admiración, y los míos correspondían mostrando ardientemente mi pasión:
¡Deseaba tanto sentirme en sus brazos, gozar de sus caricias y ternura, rozar mi piel con la suya, sentir su calor, ofrecerle mi boca y mi lengua, besarnos apasionadamente y que sus manos recorrieran mi cuerpo acariciándome y se deslizaran lentamente por mis pechos, luego por mi vientre y siguiendo mi pubis llegara hasta mi sexo mientras susurraba en mis oídos palabras de amor y deseo: ¡Te quiero me decía él. Te quiero respondía yo entregada!.
Me estremecía de placer. De pronto sentí un impulso y me levanté:
Perdona, voy al servicio.
Sin saber muy bien lo que hacía debido al vino y a mi excitación, me quité la braguita y la guardé en mi bolso.
Volví y seguimos charlando; bueno, charlando él porque yo ni le escuchaba.
Al rato, dejé caer el bolso al suelo y simulé levantarme para rescatarlo; como esperaba Ricardo fue más rápido, se agachó ante mí, cogió el bolso y me lo entregó, momento que aproveché para abrir las piernas al estilo Sharon Stone, lenta y sensualmente me exhibí ante ante él.
Durante unos segundos sugerí todo.
Observé con deleite como sus ojos se clavaban en el espectáculo ofrecido.
No llevaba nada.
Sabía que los labios vaginales de mi ... depilado estaban tensos e hinchados, brillantes, acogedores y expectantes. Le esperaban a él.
Busqué sus ojos y le transmití el mensaje apasionadamente; él lo recibió y acusó recibo manteniendo su intensa mirada fija en los míos.
Nos deseábamos ardientemente, no podíamos seguir más tiempo así.
Recuperó el control y durante un instante quedó tenso y pensativo.
Seguimos charlando de no se qué mientras yo reía nerviosamente; sin poderlo evitar me acercaba más al objeto de mi deseo, nuestros rostros estaban muy cerca y sentí unas enormes ganas de besarle pero me contuve; no así mi mano que se deslizó desde su cintura buscando su paquete, lo encontró rápidamente y mientras reía, lo palpé y le presioné un instante; era un paquete largo y muy duro; me estremecí de excitación y placer, luego retiré la mano lentamente y continué riendo.
Definitivamente el vino y mi excitación ejercían su efecto.
Al rato, hubo respuesta a mi súplica. Sentí su mano deslizarse por mis piernas hasta muy cerca de mi sexo, presionó suavemente durante un instante, me estremecí de dicha, deseaba que siguiera su trayecto en busca de lo que los dos deseábamos, pero se detuvo, de nuevo me presionó suavemente y dejó la mano allí. La apreté con mis piernas un segundo y luego las abrí invitándole a seguir; pero lentamente la retiró.
Fue sólo un segundo pero turbador y placentero y seguimos charlando, aunque yo no lo le escuchara.
Mis ojos seguían fijos en los suyos y en silencio le gritaban cuanto le quería y le deseaba. Nadie hablando tan poco... pudo decir tanto.
Nos interrumpió Raquel, para que escucháramos el chiste que iba contar Julio, y prestamos atención.
Rompió el mágico momento.
Sin saber porqué la encontré un poco tensa, me pareció interesada en que todos participáramos de la misma conversación. Intuí que Julio había metido la pata.
Seguimos una hora más; yo me recaté y no intenté nada salvo desearle constantemente.
Finalmente nos despedimos, nos besamos en la mejilla y cada pareja se fue a su casa en sendos taxis.
Luego, cuando interrogué a Julio me confesó que le había puesto cachondo las tetitas de Raquel que no llevaba sujetador, y se veían buena partes de ellas por el escote de su blusa. Primero intentó desabrocharla un botón para verlas mejor, pero ella suavemente le rechazó; y luego, como en broma, la propuso quedar para echar un polvo. Pero ella solo sonreía y respondía:
Hombre, para eso ya tengo a mi marido.
Pero no es igual, hay mas morbo, más excitación, es estar con otro, es otra cosa y bajaba la cabeza mirándome el paquete sin decir nada; ni que sí, ni que no, y de ahí no salía.
El caso es que lo está deseando, no paraba de mirar mi paquete y suspirar y de pronto se hace la estrecha.
Si ella no quiere, déjala en paz, le repliqué.
¿Y tú que tal?, preguntó Julio.
Bien, Ricardo es un chico estupendo.
Si, y te pone mucho, ¿O crees que no lo se? apostilló Julio.
Si, es cierto que me pone, y mucho, ¿Qué pasa?, ¿Es que no tengo derecho a que me guste otra persona que no seas tú?. ¡Jamás te he engañado ni pienso hacerlo, en cambio tú no puedes decir lo mismo. Si decidimos acostarnos, serás el primero en saberlo!.
No, si no pasa nada, por mí puedes tirártelo, pero yo me tiro a su niña en cuanto se me ponga a tiro.
La cuestión es que si Ricardo y yo nos acostamos es porque los dos voluntariamente lo decidimos, en cambio tú la acosas; no creo que así consigas nada, ni creo que le guste a él. Tienes que tener más tacto y delicadeza, no basta con provocar con tu paquete.
No puedes así por las buenas decirla a una persona como ella que te gustaría quedar para ... tienes que ser más sensible y atento; tienes que crear el ambiente adecuado para que eso surja sin decirlo con palabras. Está enamorada de su marido, si no consigues crear un clima de morbo, que la excite y mucho, no conseguirás nada. No es como las que acostumbras a tratar.
Me sorprendí a mi misma: Le estaba señalando la estrategia para conseguir a Raquel. El vino y la excitación soltaban mi lengua, mi imaginación y mi maldad; mi subconsciente me la estaba jugando. No me gustaría nada que este bruto pudiera dañar la sensibilidad de mi niña.
Él quedó pensativo:
Quizá tengas razón. Pero es que esta niña tan bonita, tierna y delicada me gusta mucho y cada vez que mira mi paquete me pone a cien. Y esas tetitas ..
Callé y nos fuimos a la cama.
Estaba muy excitado y no se anduvo por las ramas. Yo también seguía excitada y acepté de buen grado. De espaldas y sin prolegómenos, me penetró por la vagina y me folló violentamente como solía hacer; la tenía muy dura y casi me hizo daño, pero como me humedecí enseguida aguanté con agrado sus embestidas; cerré los ojos, pensé en Ricardo y Raquel y gocé durante un buen rato con su grueso pene dentro de mi, y pensando en ellos me corrí placenteramente.
Luego eyaculó, me dio la vuelta y metió su pene en mi boca, y la mamé hasta quedar flácida; mentiría si dijera que no disfruté.
Nos limpiamos con toallitas higiénicas, se dio la vuelta, me dio las buenas noches y se durmió.
Yo tardé en dormir. El lenguaje de nuestros ojos, su mirada clavada en mi sexo y el tacto de su paquete largo y duro me excitaba, me removía inquieta en la cama. Pensé que quizá me había pasado con mi exhibición.
¿Cuando nos veamos de nuevo, cuál sería su reacción?. No esperaba nada negativo en cualquier caso, era un chico educado y seguro de si mismo.
Al mismo tiempo, la carita bonita y sonriente de mi niña, a la que pensaba traicionar, me perseguía. Yo también me había fijado en sus tetitas, eran preciosas, e imaginaba su cuerpo desnudo, estilizado y moreno del bronceado; su culito era una delicia; y su voz suave y melosa me enloquecía.
Concluí antes de dormirme: En realidad no deseo traicionarla, sino tenerlos a los dos, esta idea me llenaba de felicidad.
¡ Al fin, ya están aquí!, de pronto salí de mi abstración, había llegado, un poco tarde pero ya estaban allí. Mi corazón latía con fuerza y sentí un enorme alivio y alegría.
Al verles, Julio y Juan, su hermano menor, les saludaron desde el interior de la barra donde atendían a varios clientes.
Yo estaba sentada en la barra lateral, y me levanté sonriente y avancé hacía ellos. Saludé con un beso a Raquel, quien como siempre se mostraba sonriente y luminosa, luego me besó a mi. Su rostro irradiada alegría y satisfacción. Vestía un suéter negro no muy escotado y una corta y ajustada falda negra con pequeña apertura lateral y llevaba medias largas y zapatos de tacón alto; me la comería.
Besé en la mejilla a mi adorado Ricardo y el me besó a mí. Se sentaron a mi lado y charlamos animadamente.
Ricardo la miraba con deseo contenido, Elena.... muy atractiva y sugerente criatura . y apasionada.
En la cena de la otra noche me puso a cien.
Reconozco sin reservas que la deseo con todas mis ganas pero creo que será mejor poner la situación en claro antes de que tome otro cariz.
Y deseaba hacerlo, pero con delicadeza y sin poner en una situación incómoda a Raquel.
Elena nos sirvió las bebidas y se sentó con nosotros, tomó la mano de Raquel, y la espetó:
Ya tenía ganas de veros, os echaba de menos, qué tal mi niña.
Ésta sonriente respondió con su voz dulce y melosa:
Muy bien, la de la otra noche fue una cena estupenda y divertida.
Si, lo pasamos muy bien, cuando queráis repetimos, respondió Elena.
Y se pusieron a charlar y reír entre ellas durante un buen rato comentando los chistes de la cena.
Se apercibía que se encontraban a gusto la una con la otra, y de vez en cuando se tomaban y se acariciaban las manos mutuamente.
Me desentendí de su conversación mientras reflexionaba el cómo y cuándo podía encauzar el asunto.
Al rato, sonó el móvil de Raquel; era su madre que la llamaba casi todos los días, nada importante.
Me voy fuera porque aquí no tengo buena cobertura.
Nos quedamos solos, nos miramos a los ojos entendí su interrogante y aproveché la ocasión.
Verás, quiero a mi mujer y estoy enamorado de ella.
Lo se, contestó de inmediato, y al rato musitó:
Pero también se que me deseas tanto como yo a ti.
Si, eso es cierto, reconocí.
No sigas Ricardo, si no quieres puedes estar muy seguro de que respetaré tu decisión y jamás volveré a molestarte. La otra noche el vino me sentó mal, no estoy acostumbrada a beber, y me pasé. Me avergüenza que expresara mis emociones de esa forma, te ruego que me perdones.
Nada tengo que perdonar Elena, al contrario, fue delicioso. Yo te deseaba y te deseo tanto como tú a mi. El problema no es ese, sino que es un poco más complejo.
No entiendo, ¿Que quieres decir?, preguntó inquieta.
Verás, Raquel tiene la fantasía de que te penetre en su presencia, eso la excita mucho, y además desea a Julio. Está casi obsesionada; ese morbo la calienta pero no puede pasar de ahí. Se reprime. Tiene miedo a qué ocurrirá después. Podríamos evitarlo no viniendo más y reprimiendo nuestros deseos, pero ¿Es esa la solución? Creo que no, porque cualquier día esos mismos anhelos pueden repetirse en otras personas.
Inmediatamente me arrepentí de mi brusquedad; pero me justificaba pensando que el tiempo apremiaba y que en cualquier momento podría volver Raquel y no quería ponerla en una situación embarazosa; necesitaba poner en antecedentes a Elena cuanto antes.
Esperaba que ésta se sintiera sorprendida pero no fue así, quedó pensativa un instante, sonrió y contestó:
Bueno imaginaba lo de Julio, porque la he visto muchas veces observar disimuladamente su paquete, todas lo hacen, pero lo otro no, prosiguió pausadamente:
Si realmente os amáis, que no lo dudo, nada tendría que cambiar, puesto que sólo será sexo. Pero es lógico su miedo, tendrás que ayudarla a superarlo.
Creo que lo has enfocado muy bien, yo también pienso así; pero yo no haré nada, tendrá que ser ella la que decida libre y voluntariamente y asuma que es solo sexo y que entre nosotros nada debería cambiar. Pero no quiero acostarme contigo por mucho que lo desee, que lo deseo, hasta que ella tome una decisión. Si renuncia a su fantasía o es incapaz de superar su miedo por sí misma, yo no la presionaré en ningún sentido, y no la voy a engañar. La quiero, ¿Entiendes ahora la situación?.
Quedó sería y reflexiva durante un momento, luego exclamó con un suspiro:
Si, y entiendo tu postura y aceptaré sin vacilar lo que decidas.
En esto, vuelve Raquel y se sienta:
¿De qué habláis, puedo participar?.
Elena me miró sonriente. Se produjo un silencio tenso, que consideré conveniente romper:
Verás, hablábamos de lo bien que lo pasamos en la cena de la otra noche, cariño.
Si, lo pasamos muy bien con vuestros chistes; Julio contó varios muy buenos ¿Verdad?.
Todos reímos recordando los pormenores de la cena y continuamos charlando.
Me quedé más tranquilo. Más tarde se nos unió Julio y, como siempre, al final acabamos conversando cada uno con la mujer del otro, Julio con Raquel, yo con Elena; ellas sentadas en los taburetes, nosotros en medio guardando una discreta distancia y apoyados en la barra dándonos la espalda intencionadamente; cada pareja muy junta uno del otro pero sin tocarse, en una relación confidencial en la que sobraban palabras, los gestos, actitudes y miradas lo decían todo.
Discretamente cada uno de nosotros alimentaba su deseo e incrementaba su excitación. Pasadas como dos horas Raquel y yo abandonamos el pub.
Ver también
La fantasía
II
La fantasía
Estaba deseando llegar a casa, le dolía el miembro a causa de la tensión soportada durante tanto tiempo.
Desde hacía poco más de un mes, cada vez que volvíamos del pub Loro Verde sucedía lo mismo, venía excitado y estaba seguro de que ella también.
Como siempre, Raquel se dirigió al dormitorio para cambiarse y yo la seguí; la di tiempo para quitarse los pantalones, la blusa, y quedarse en braguita mientras, perezosamente, yo también me quitaba la ropa.
Entonces, muy excitado, admiré su cuerpo joven, bronceado, estilizado y flexible:
¡Qué rica está mi niña!, comprendía el deseo que suscitaba en otros.
Aquella pequeña y ajustada braguita blanca con un corazón rojo bordado a la altura de su pubis y que se adaptaba tan bien a sus formas me ponía mucho. Su tejido elástico se ceñía a su pubis destacaba su vulva con las suaves curvas de sus labios y la hendidura de su vagina; por detrás se ceñía igualmente a su culito dejando desnudo sus glúteos, y se hundía entre ellos para recoger suavemente su vulva. Me ponía mucho.
Con mi mano froté delicadamente por encima de la braguita y no necesité introducir mi dedo para conocer su excitación, su humedad no dejaba lugar a dudas.
Conocía la causa.
Sin palabras, me quité rápidamente los pantalones, tomé mi pene y se la ofrecí a Raquel, quien sin vacilar se la llevó a la boca después de unas breves caricias asemejando masturbación.
Como no llevaba sujetador, mientras me le mamaba acaricié aquellos duros, largos y erectos pezones que sobresalían como inmensas torres de sus preciosos pechos.
Ningún hombre permanecía impasible ante el espectáculo de sus largos y duros pezones, y yo tampoco.
Sentí con placer como sus labios chupaban y acariciaban mis testículos, y su lengua recorría mis testículos, luego todo el largo de mi pene desde el comienzo hasta el final, como su lengua acariciaba y presionaba incansablemente mi prepucio excitándome hasta el punto de desear eyacular, pero me controlé. Escuché musitar suavemente:
La tienes durísima, mi vida ¡Como te ha puesto!
No respondí, me retiré, la di la vuelta y la incliné suavemente la cabeza sobre el borde de la cama.
Yo estaba muy excitada, sus insinuaciones, sus miradas de deseo que coincidían con las mías, y su abultado paquete me ponían a cien. Y cada vez me insistía más en quedar para echar un polvo que me llevaría al cielo, que me lo comería suavemente hasta que flotara, me decía mientras simuladamente me presionaba la rodilla. Y aquel paquete tan abultado¡Qué ganas tenía de bajarle la cremallera y cogerlo con mi mano y...!.
Cuando volvíamos a casa, estaba excitada y húmeda; y sabía que él también, y apresuraba el paso para llegar cuanto antes y mamársela y que me penetrara.
Sin palabras, mi marido me ofreció su ... y la mamé con sumo gusto, la gozaba con auténtico placer, pero estaba tan excitado como yo y me inclino para penetrarme, y me apoyé con mis manos en el borde de la cama para recibirle; excitada como estaba deseaba la penetración aunque también seguir mamando su pene.
Me encendía mamarle, sentir su extraño pero excitante sabor, su dureza, y sobre todo, el maravilloso momento en que, pocos instantes antes de la eyaculación, éste se hinchaba y a continuación, proyectaba sobre mi boca un incontenible chorro de semen, caliente y líquido.
Deseosa e inclinada hacia adelante, abrí mis piernas y le ofrecí mi trasero con ferviente deseo y cerré los ojos dispuesta a soñar, esperando la penetración.
Sentí con placer como friccionaba el pene en mi vagina para lubricarla unos deliciosos instantes; en realidad no hacia falta porque estaba muy húmeda, pero se lo agradecí.
Luego su empuje vigoroso y su profunda penetración, y transpuesta de placer, intenté abrirme más para facilitarla al máximo.
Sentía el rítmico golpear de sus testículos en la parte inferior de mi vagina, y su ... acariciaba una y otra vez un punto interior muy sensible inundándome de gozo.
Antes de conocerle había follado con otros hombres, pero no recordaba a ninguno que me proporcionara tanto placer, ni me hiciera el amor con tanta delicadeza y ternura; con los ojos cerrados gemía y gozaba.
Transpuesta, imaginé una escena que, repetidamente, volvía una y otra vez a mi mente cuando él la penetraba: Que mi marido penetrara a Elena y Julio me penetrara a mí, todos juntos, viéndonos como se follaban unos a otros.
La imagen me trastornaba y me llevaba al éxtasis.
Le había confesado mi fantasía desde hace más de un mes, cuando observé el deseo contenido en la mirada de Elena por mi marido, y yo comencé a calentarme con las sugerencias e insinuaciones, y sobre todo, con el paquete de Julio.
La idea de verle tomar y gozar con otra me fascinaba y me excitaba al máximo. Si mi marido se excita porque otro hombre me toma es porque me ama; si yo me excito porque mi marido tome a otra es porque le amo.
Ambos sabíamos quienes eran los otros dos coprotagonistas de nuestras fantasías.
Yo conocía la atracción que Raquel sentía por Julio antes de que ésta me lo confesara; intuía que era una atracción puramente sexual, porque siempre insistía en lo abultado de su paquete. Suponía que tenía una gran pene.
En nuestros prolegómenos amorosos, le gustaba fantasear con la intención de excitarnos más. No dudaba de ella, sabía de sobra de su amor hacia mi. Sin vanidad, tampoco dudaba de que la quedara sexualmente insatisfecha, además, en ese caso sabía que ella me lo diría. No se trataba de eso, sino que alimentábamos el morbo que supone desear a otro u otra.
Mentiría si afirmara que su fantasía no me excitaba, y por eso mismo la compartían.
Pero una cosa era utilizar la fantasía para aumentar el clímax, y otra materializarlo; y ella no parecía que pasara de ahí, se conformaba con excitarse cuando estaba con Julio, éste la acosaba intentando acariciarla o provocarla apretándola contra su paquete con cualquier pretexto, y proponiéndola ... a lo que ella nunca accedía, pero tampoco le rechazaba.
Se limitaba a sonreír sugerentemente y le daba largas; controlaba la situación con discreción, le ponía caliente, y se ponía ella.
Después al llegar a casa, estaba húmeda y deseando recibir su pene. Otro tanto le sucedía a él a causa de Elena. Pero en este caso era distinto, los dos nos sentíamos atraídos uno por el otro; nos lo habíamos confesado mutuamente y lo deseábamos con ardor.
Pero yo tenía las ideas claras: No impediría que mi mujer hiciera realidad su fantasía, pero no la presionaría en absoluto en ningún sentido; tenía que ser ella quien voluntariamente se decidiera a dar ese paso. Pero tampoco deseaba que su fantasía llegara a obsesionarla constantemente y que fuera incapaz de hacerla realidad a causa de su represión.
Sabía que yo no me opondría, pero la aconsejaba que sólo la hiciera realidad cuando ella estuviera mentalmente preparada; sólo cuando su deseo venciera voluntariamente su represión, sólo cuando lo tuviera asumido.
Ella confesaba abiertamente su deseo de entregarse a Julio, pero tenía miedo sobre cuál sería su reacción al tomar su marido a Elena.
Era una extraña mezcla de miedo, celos y deseo.
Gemía y gozaba con el penetración, y exclamó:
!Se que tienes muchas ganas de tenerla, mi vida. No hay más que ver lo dura que te la ha puesto¡
Sí, tengo muchas ganas, y se que tú también a Julio.
¡Siii, me ha vuelto a insistir en quedar para echar un polvo. Huuummm, como me gustaría, ver como la tomas a ella y que él me tome él a mí!
¿Te has follado a Elena? me espetó inquieta.
Sabes que nunca lo haría sin estar los cuatro juntos
¿Pero te ha cogido la ...
Sólo el paquete por encima del pantalón
Aaaahhh, gemía de placer y comenzó a experimentar violentas convulsiones.
Empujaba su culito contra mi pene hasta no poder más.
¿ Y tú le has tocado la ... a Julio?
No, pero la he sentido porque ha tomado por costumbre cogerme por las caderas y, como en broma, apretarme por detrás contra su paquete, y he notado que la tenía dura, cada vez que lo hace me pone ardiente, pero le controlo.
La penetré al máximo:
¿Te gustaría que Julio te tuviera así.?
¡Siii, mientras tú follas a Elena; ver como la acaricias, la besas, te la pone muy dura, te la mama, y la penetras. Ver como haces con ella lo mismo que haces conmigo!
Sentir sus estremecimientos me llevaron al éxtasis con la llegada incontenible del orgasmo, y entre convulsiones de placer expulsé el semen libremente dentro de ella.
Raquel sintió chocar en su vagina el chorro líquido y caliente, y transpuesta por violentos espasmos gozó su orgasmo mientras gemía entrecortadamente.
¡Me corro, me corro, me corro, mi vida!
Sus gemidos y contracciones continuaron violentamente durante un tiempo.
Mientras eyaculábamos yo incrementaba él ritmo de penetración aún cuando me hubiera vaciado para alargar su clímax, y acariciaba y apretaba suavemente sus pezones; sabía el goce que esto la proporcionaba.
Sus gemidos fueron cediendo lentamente y también la intensidad y ritmo del empuje de mi pene.
Después de un rato inmóvil, Raquel se retiró, se dio la vuelta, tomó mi pene y se lo llevó a la boca.
La encantaba chuparla, todavía dura, mojada de semen, la gustaba su sabor, y seguía apretando los labios sobre el pene en un movimiento de masturbación al tiempo que su lengua jugaba con ella hasta la flacidez. La excitaba mamarla sintiendo como crecía y se hinchaba hasta dejarla a punto para el penetración; muchas veces mientras me la mamaba, con la otra mano se masturbaba acariciándose el clítoris, los labios vaginales y penetrándose con el dedo hasta llegar al éxtasis.
Retiró mi pene de su boca, mostró su lengua llena de semen, tragó, y sonriendo volvió a mostrarla limpia:
Te quiero mi vida, musitó dulcemente.
Le encantaba tragar mi semen.
Tomaba este acto como una manifestación de amor y entrega a su marido. Sólo tragaría su semen, nunca el de otros.
Después se incorporó y me ofreció su boca y su lengua que besé apasionadamente mientras acariciaba su espalda y sus glúteos.
Amaba y deseaba a mi mujer como el primer día.
Ya sosegados, la espeté:
Porqué no le dices que quedamos los cuatro juntos y ya está.
Me da miedo
¿Pero si lo estás deseando?
Si, pero tengo miedo. Sí, mi fantasía me excita mucho. Yo lo tengo muy claro con Julio; me entregaría a él cuando quisiera porque lo tengo siempre caliente y dispuesto para mí; de hecho me cuesta mucho contenerme y contenerle, pero ¿Y si no puedo soportar verte tomando a Elena?, ¿Qué ocurrirá después?, ¿Me querrás igual que ahora después de entregarme a Julio?, ¿Te querré igual que ahora una vez que te haya visto como la tomas ella? , ¿Y si por realizar mi fantasía destrozamos nuestra relación?. ¡No podría vivir sin ti, mi vida!. Todo eso es lo que me da miedo y provoca mi represión. No se si me explico bien!
Te explicas perfectamente bien, y entiendo tu miedo; pero si no vamos más al pub y dejamos de vernos nada impide que vuelva a repetirse la situación con otras personas; si seguimos viendonos y no conviertes tu fantasía en realidad terminará siendo una obsesión; y si conviertes tu fantasía en realidad, al menos sabrás a qué atenerte.
Por mi parte sabes que te quiero, y eso no cambiará mi amor por ti, como no debería cambiar tu amor por mí; simplemente es sexo; me excita que mi mujer se entregue a otro hombre, siempre y cuando tú tengas claro que es sólo sexo, nada más. Si intervienen sentimientos, entonces sí; en ese caso creo que pondremos en peligro nuestra relación y no deberíamos intentarlo.
Ese no es el problema, mi vida. Yo no temo enamorarme de Julio, solo quiero gozar con él, y lo tengo muy claro; aunque es atractivo, también me parece un poco brutote y algo primitivo aunque buena gente, pero nada más. Tú eres tú, y no hay repuestos para mi amor por ti.
El problema es ella. Elena no sólo es muy atractiva, sino que también es muy bonita y seductora, parece una princesa india con su bonito pelo largo y sus rasgos bellos y delicados.
Y te mira no solo con deseo ardiente hay algo más, y eso me da miedo, tiene más experiencia que yo.
Por eso me excita tanto que la tomes, pero también por eso mismo me da miedo que te enamores de ella.
Pero si fuera como tú dices, si es sólo sexo, me pongo a cien en cuanto pienso en ello; y ya sabes que cuando me excito pierdo el control.
Bueno, pues llego a la misma conclusión de antes reafirmé.
Si, se que tienes razón, si no me decido nunca sabré a qué atenerme. Lo intentaré, te lo prometo. Si no soy capaz de decidirme dejaremos de ir al pub y de vernos ¿Vale, mi vida?.
Vale mi amor, no te agobies, respetaré tu decisión sea la que sea; pero si te decides, sabes que solo debe ser sexo, y voluntariamente aceptado y asumido.
Si, mi vida, yo espero lo mismo de ti, de otra forma deberíamos olvidarnos de todo; que estamos muy bien como estamos.
Seguimos acudiendo al pub y los días de poca clientela Julio se unía a nosotros.
De esta forma, sin palabras, se fue creando un ambiente cálido y amistoso donde con frecuencia nos enfrascábamos en conversaciones que entre risas, bromas equívocas y sugerencias siempre giraba en torno al sexo.
Al final, como si de un silencioso acuerdo se tratara, cada pareja se separaba un poco de la otra buscando su intimidad y nos dábamos la espalda; Julio y Raquel, Elena y yo. Obviamente, el deseo contenido reinaba en la mente de todos.