Soy una ninfa de agua y llevo poco tiempo por este estanque. La vida de una ninfa es bastante rutinaria, todo el día en la orilla de algún estanque, peinando nuestros largos cabellos haciendo tiempo mientras algún bello doncel o alguna otra criatura libidinosa del bosque decide probar nuestros placeres.
Aquella mañana me encontraba gozando de las aguas de mi estanque. La corriente revoltosa pasaba rápida y espumeante entre mis pechos desnudos. Estaba fría pero no demasiado; justo en la zona donde convergen las aguas termales más calientes con las del río se puede gozar de una temperatura similar a la corporal. Si abres las piernas puedes sentir cómo el agua acaricia tu sexo sin miedo a pillarte una cistitis por frío.
Aquella mañana me sentía especialmente cachonda. Sentía que de un momento a otro sería requerida por alguien para realizar el acto sexual. A ver si había suerte y se trataba de algún hermoso joven, a ser posible virgen que siempre lo agradecen más. Mis pechos turgentes y mi vientre suave se preparaban para una mañana provechosa. Fui recostándome entre el verde con las piernas abiertas ofreciendo mi sexo a quien lo necesitara en aquel momento. Y entonces apareció. Lo vi venir por el rabillo del ojo. Sorprendida miré bien y sí, no me engañaba la vista. Era un enano del bosque. Pequeño, arrugado, oscuro, con largas greñas. Como ya sabe lo que toca, venía de refrotarse bien la mugre del otro recodo del río así que venía a través del agua que le llegaba a la cintura. Ay, bueno, qué se le va a hacer, no todos los días toca un buen mancebo. Pero el enano que se salía del agua, poco a poco dejó ver su naturaleza y, no lo podía creer, traía colgando entre sus piernas una verga inmensa desproporcionada a su propio tamaño. ¿Cómo podría ser caminar con aquello y no tropezarse? Comencé frotar mi sexo en previsión de que estuviera bien lubricado para acoger semejante vergón y el enano que me vio, como buen viejo libidinoso se empezó a poner cachondo. Como vi que lo agradecía acaricié mis pechos increíbles y dejé que subido a mis muslos los sobeteara y los rechupeteara un poco. Mientras iba pensando cómo sería tener aquel prodigio de la naturaleza dentro de mi ... entrando y saliendo. Sin más preámbulos que los que mi propia imaginación dictó, el enano se centró entre mis piernas (he de decir que para entonces su miembro tenía unas proporciones colosales) y empujó. Todavía no entiendo cómo, porque no llegaba ni al suelo, creo que tomaba impulso agarrado a mis rodillas. Y empujó otra vez y otra vez más mientras se frotaba entre mis jugos a lo largo de mi vagina. Notaba su golpe al fondo que me ponía más cachonda aún, gracias a lo que segregaba aún más líquidos para dar cabida semejante mástil que entraba y salía de mi con una fuerza increíble para un ser tan pequeño. He de reconocer que los mancebos guapos están bien, pero aquel enano me hizo gemir, retorcerme, gritar, arañar como nadie lo ha hecho. Mis jugos corrían por mis muslos hacia el culo y mientras él resoplaba yo me corría una y otra vez, perdí la cuenta de cuántas. Cuando creí que me iban a estallar los bajos se corrió soltando semejante cantidad de semen que otra vez sentí que me desbordaba por dentro y hasta me hice pis de puro gusto que me dio, papito, otra vez, porfa, no me dejes ahora que justo me sentí que me corría... Abrí los ojos y, como hábía venido se había ido. Allí me quedé cargada de líquidos chorreando un último orgasmo que me acabó de mojar entera.