Defensa de otra
La vida es cuestión de nomenclatura, como enunció mi amiga Virginia una noche hablando de su pasado como cocainómana, madame y suicida frustrada. Nomenclatura razonable. Como muestra, un botón: Amante, procedente del latín, del verbo amo, el primero que nos enseñaron en 2 de BUP. Amante, la que ejerce el oficio de amar. Así de fácil. Esposa, sustantivo del verbo esposar, verbo sinónimo de sujetar, de atar, ligar, inmovilizar, encadenar, aprisionar, apresar, capturar y todas las acepciones que contempla el repertorio del Word. Cuestión de nomenclatura. Y Virginia estaba sobria cuando se dio cuenta.
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Dafne, esclava por vocación de la diosa de la Sabiduría, lo enuncia en su soliloquio de justificación de su rol: Ustedes, los mortales, devalúan la palabra amante. Amante es el que ama, el que ejerce el amor. No hay palabra más hermosa en el diccionario que amante. Sin embargo, se empeñan en darle connotaciones negativas, cargando al vocablo de clandestinidad, engaño y riesgo. Como si acaso la clandestinidad, el engaño y el riesgo no fueran tres de las acciones más honrosas que ha conocido un ser vivo.
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El ser humano, exhibicionista por naturaleza, se permite el lujo de criticar todo aquello que sea secreto, opaco, sagrado. Todo aquello que se le escapa de su campo de visión, cotilleo y sucias intenciones.
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Prefiero escalar el monte de noche y clandestinamente que comprármelo, mirarlo desde lejos y decir: Oh, qué propiedad tan magnífica tengo.
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O lo que es lo mismo, es mejor un diamante con un defecto que un pedrusco sin ninguno. Esto no es mío, pero viene al pelo.
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Más nomenclatura. Obsérvese la diferencia entre amante, aventura y meretriz. Meretriz: Profesional que vende su cuerpo en metálico y que implica censura social, si el sujeto ha firmado un contrato frente a un cura o a un juez. Aventura: Infidelidad ocasional, que tiende a la confesión, ya sea propia o ajena, y que no se repite o se repite una vez más a lo sumo. Amante: Estilo de vida que a quien más daña a quien lo ejerce. Dulce masoquismo.
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Una vez aprendí que una amante de verdad no quiere dejar de serlo. Que una amante de verdad no reniega de sí misma. No repudia su condición de Otra (bastante tiene con que la repudie la opinión pública, que la desprecia a la par que la ignora), sino que se acepta tal y como es. No lo ha elegido, pero tampoco lo censura. Una Otra de verdad no pierde el tiempo luchando contra ella misma, ni lamentándose, ni anhelando lo que no es. Una amante de las de raza se afana en mejorar su rol, no en intentar quitárselo. Una amante de verdad no se recrea en el egoísmo, porque ese empecinamiento repercutiría en el Amado. Una amante de verdad se entrega en pos de su secreto. Si se apoya en el otro, es para sostenerlo. Una amante, como su nombre indica, ama y punto. Ejerce el oficio de amar. Adora, brinda, sonríe, se anula un poco si se tiene que anular. No siente vergüenza, aunque viva en la sombra. En la sombra no atacan los enemigos, porque no saben que existes. Una Otra no siente la necesidad de exhibir su sentimiento para vivirlo a tope. No demanda, no pretende, no se flagela, no quiere inspirar lástima. Sabe que el futuro no existe, y no le importa, porque éste es el futuro. Ama y hace lo que puede. Sin lujos, sin paseos sin el parque, sin público. Adora de Otra manera. De la única. De la más pura. De la más digna.
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Bueno, a veces también se emparanoia, se cabrea consigo misma y se quiere extirpar el corazón. Las neuras, esas incondicionales que no llaman a la puerta y de pronto te las encuentras durmiendo contigo.
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Señoras, que les quede claro, ¡no queremos destrozar hogares! No queremos ser como ustedes, NO queremos destronarlas. Una Otra de raza no ansía convertirse en una Una. Una Otra de raza no traiciona su linaje. Una Otra brinda por la Una. Con una especie de culto paradójico en el que no suele pensar.
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Antes, a las brujas las quemaban en la hoguera; luego vinieron los prejuicios con los divorciados, con las mujeres que querían trabajar fuera de casa, con los matrimonios gays, con los inmigrantes, hasta a su manera con las mujeres maltratadas, colectivos que, por una u otra razón, permanecían en la clandestinidad, como en tiempos el Partido Comunista. Y ahora las Otras somos prácticamente el único colectivo que queda en la sombra. Con la diferencia de que nosotras no nos asociamos ni montamos un rastrillo benéfico por Navidad. Imagínense, Otras sin fronteras. Punto com. Mola.
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¿Por qué todos los colectivos marginados por los siglos de los siglos han tenido y tienen su punto femenino?
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Los parques encierran cicatrices de amantes. Especialmente de amantes jóvenes, de Otras que aún no han podido alquilar un piso para convertirlo en un hogar unilateral.
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Si se publican estas líneas, saltarán enseguida las voces de los decentes. LAS decentes, en especial, y no hablo sólo de las opusinas o de Ana Botella. Hablo de veinteañeras y treintañeras estancadas en su inefable normalidad, que suelen pasear con el novio oficial por la calle y tachan de guarras a las Otras, ya que no las distinguen de meretrices o aventuras. Y jamás las distinguirán. Una Otra no se pone una pegatina en la frente para ser reconocida. Son difíciles de detectar, ya que no les salen manchas verdes en los codos. Son camaleónicas.
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Tienen tela las decentes. El mero hecho de que alguien alardee de que es decente ya me parece indecente de por sí.
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¿Dices que por qué una Otra no forma una familia paralela? Porque formar una familia es, aparte de una meta tópica, un símbolo de codicia que al final se vuelve contra una misma.
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Como dijo Nidia Santamaría hablando de sí misma mientras lloraba, cuando una historia termina mal, es que no te la acabado de contar.
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