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De viaje con mi novia

Última respuesta: 4 de noviembre de 2010 a las 17:13
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romero_6212884
3/11/10 a las 16:46



No fue hace mucho cuando mi actual pareja y yo nos vimos obligados a realizar un pequeño viaje por motivos de trabajo (suyo) hacia la ciudad vecina, aunque más concretamente a un pueblo perdido de la mano de Dios donde imperaba el frío, pues éste se encontraba localizado a los pies de una famosa sierra andaluza.

Esperé con suma expectación el viaje, no por temor a la carretera ni ningún otro factor relacionado, sino más bien porque dispondríamos de un par de días de intimidad, tal vez no en un entorno del todo agradable ni adecuado pero desde luego aquella era una oportunidad de la que no disponíamos todas las semanas.

Así pues, me dispuse a prepararme; esto quiere decir que procuré no eyacular desde la última vez que practicamos sexo (casi una semana), me arreglé cuanto pude y me recorté ciertas zonas para un mejor contacto físico. Por supuesto mi imaginación calenturienta (y la acumulación de líquidos) creó mil tramas y situaciones en mi mente que bien pudieran tener lugar aquellos días. Pero la realidad no se quedó corta, porque al fin y al cabo la carne es la carne, y si sobre ella aplicamos los pensamientos morbosos de alguien que no ha eyaculado en días el resultado es el que fue, vaya.

Claro que el madrugón evadió todo pensamiento mórbido y sexual, habiéndose reemplazado este por el leve enfado que tiene el madrugar cuando uno no está acostumbrado. Pero la noche blanca pasa a ser día, a pesar de la nubosidad, y los ratos de Sol se filtren tímidamente entre las nubes para dar buena muestra de la franja horaria en la que uno se encuentra.

Los kilómetros y la charla solaparon al sueño y el malestar, imponiéndose paulatinamente el deseo de llegada para poder llevar a cabo todas las escenas (tal vez demasiadas) que se habían fraguado en mi imaginación, y tal vez en la suya. Por eso cada vez deseaba más que su mano se introdujese en mi entrepierna y empezase a frotarme con deseo insaciable pero estaba conduciendo por unas carreteras no del todo apropiadas para ese tipo de situaciones; así que ahí murió la primera de mis escenitas tramadas previamente.

Al final el tiempo todo lo puede, y tanto pudo que terminó por haciéndome olvidar mi excitación, centrándome en mi labor conductora y en las cada vez más numerosas señales que abundan en nuestras carreteras españolas.

Al fin llegamos, con un tiempo húmedo aunque no llovía ni hacía viento. Desde luego las tres horas que estuvimos conduciendo nos había extenuado y provocado un calor no acorde al clima. Así pues procedimos a registrarnos en el hotel con el que previamente habíamos contactado para asegurarnos la habitación.

Subimos, y mi mente recobró la lucidez sexual desaparecida por un tiempo indefinido. Las escasas escaleras que nos separaban de nuestra habitación me habían reactivado mi deseo de sexo, notando en seguida que mi miembro comenzada a crecer debajo de mi ya arrugado pantalón. Tal vez fue esa la razón que me condujo a subir los escalones de dos en dos mientras cargaba las ligeras maletas.

Una vez dentro de la habitación dejé caer las maletas y me tiré directamente sobre la cama. Mi novia me contempló un momento y se dedicó sencillamente a desempacar lo mínimo y a desvestirse manifestando la mucha calor que le atosigaba. Al principio tome aquello como una indirecta, creciendo aún más mi miembro y haciéndome esperar su salto sobre la cama para unirse a mis deseos.

Mi gozo en un pozo, como se suele decir, dado que su intención al desnudarse no era otra que bañarse. Oí abrirse el grifo de la bañera, la vi coger una bomba de espuma del bolso y, al no volver a oír nada más, pensé acertadamente que se había metido en la bañera. ¿Se burlaba de mí? ¿Tan cortita era que no se daba cuenta de que deseaba hacerlo en ese mismo momento? ¿Acaso lo sabía pero necesitaba urgentemente un baño? ¿Pretendía mi compañía allí y por tanto era yo el cortito? En fin muchas preguntas que decidí resolver acercándome a ella.

Y allí estaba, bajo unas montañas de espuma blanca y brillante que cubrían su hermoso cuerpo excepto la cabeza, que asomaba cual solitario islote. Sus ojos claros se fijaron en los míos, y de debajo de la espuma sacó su brazo izquierdo para que su mano acariciase mi mejilla. Me incliné ligeramente para besar sus jugosos labios, un beso leve pero que escondía mucho.

Sin dejar de mirarla me despojé de mi camiseta y sumergí mi mano derecha debajo del agua templada. Primeramente esparcí un poco de agua sobre sus hombros, posteriormente sobre sus exuberantes pechos, rozándolos ligeramente y ruborizándola hasta el punto de una pequeña contorsión placentera. Mi brazo se fue hundiendo para masajear uno de sus pechos, pellizcar su pezón y seguir hacia abajo. Todo ello sin dejar de mirarla a los ojos, aunque ella solía cerrar los suyos cuando sentía la mano en el punto exacto. Aunque el punto más exacto fue su entrepierna, donde sus piernas se abrieron instintivamente para dejar paso a mis largos y flexibles dedos. Al principio no hice más que moverlos tímidamente rozando los pelos que flotaban ante el leve meno del agua, pero poco a poco fui acercándolos hacia aquel punto del que emanaba tanto calor.

Mi dedo corazón frotó su sexo de arriba hacia abajo, notando cómo se abría para recibirlo, decidí introducirlo sin más a la vez que los ojos de mi pareja se cerraban, su boquita emitía un gemido y su brazo agarraba fuertemente el que yo tenía sumergido. Inmediatamente sentí un morbo y una excitación indescriptibles. Aquello parecía una escena sacada de una película erótica de los setenta. Pero me centré en mi función masturbadora. El dedo corazón se movió lentamente dentro de ella, dibujando círculos, mientras que los que permanecían fuera rozaban las paredes exteriores excitando así su ya endurecido clítoris.

Llegó un punto en que no sé si lo que más morbo me daba era la situación o sus continuados gemidos y movimientos. Al final se excitó tanto que sacó su otra mano, me tomó por los hombros, mirándome fijamente y con los dientes apretados, y tiró sorprendentemente de todo mi cuerpo hacia ella, haciéndome caer en mala posición dentro de la bañera. Que mis ropas se mojasen no representó un problema, pues todo temor quedó rápidamente apagado con sus ardientes besos.

Allí nos abrazamos y nos masturbamos el uno al otro. Ella denotó una asombrosa destreza al extraer mi durísimo miembro de entre las ropas que todavía me quedaban, tomándolo con fuerza y frotándolo con un ansia inusitada. Por mi parte hice lo propio, le introduje dos dedos más de golpe logrando con ello que me estrujase mi miembro hasta hacerme confundir el placer con el dolor.

No sé cómo mi pantalón y calzoncillos descendieron hasta los tobillos, quizá se debió al sinuoso movimiento de las piernas, aunque lo cierto es que ya no impedían lo inevitable. Torpemente y a pesar de la escasez de espacio logré penetrarla, gracias en buena parte a la dilatación que le habían provisto mis dedos en aquella zona.

La penetré lentamente, moviéndome sobre ella con delicadeza. La espuma había casi desaparecido y creía que el agua iba a evaporarse debido al calor que desprendían nuestros cuerpos.

Lo demás no lo recuerdo bien, pues era tal la excitación. Recuerdo haber lamido y mordido sus pechos, besado sus labios una y otra vez, haberla penetrado con mayor y menor fuerza, con mayor y menor rapidez. Cuando estuve a punto de correrme, saqué mi rojiza verga para echarlo todo en el agua, pero su mano saltó rápidamente sobre ella y la agarró con fuerza, apretándola hasta que mi semen salió disparado en chorros de distinta potencia. Creo que le encantó sentir entre su mano aquel duro y cálido falo palpitando, con las venas hinchadas, hasta expulsar esos hilos gruesos y blancos que aparecieron irremediablemente en la superficie de la bañera. Sin soltármela, me miró de una forma muy pícara, y con la mano que le quedaba libre llevó algunos de los aperlados hilos que allí nadaban sobre sus pechos, extendiéndolos sobre ellos. Yo me quedé perplejo, y me hizo volver de mi estupefacción tirando de mi ya no tan dura verga, como quien tira de una corbata, para que me inclinase y poder besarla una vez más, pegándose así mi pecho al suyo.

Hicimos unos cuantos kilómetros más hasta el pueblo donde debía realizar sus funciones. Allí en el coche la esperé durante un par de horas, leyendo y ciertamente rememorando lo anteriormente sucedido. Aunque ya me encontraba mucho más relajado, esperaba la vuelta para poder continuar. Obviamente esperaba su conflictividad, y además era seguro que tenía pensadas más de mil cosas, pues también habría pasado prácticamente una semana calenturienta esperando esto.

Cuando ya el Sol se ocultaba tras las blanquecinas montañas que coronaban el majestuoso horizonte, su figura apareció entre las luces intermitentes de las farolas que empezaban a encenderse. En seguida, al mirarla, me di cuenta de que venía pensando en lo mismo que yo. Cuando por fin llegó hasta mí, me besó profusamente y puso una de sus rodillas sobre mi pene, sabedora de que se pondría duro y que yo lo deseaba.

Ni que decir tiene que al término de cada curva me parecía ver el hotel en el que nos hospedábamos, y ni que decir tiene también que cada una me parecía repetida y una eternidad.

Al fin llegamos, aparqué, entramos como si nada (conflictividad máxima) y subimos cogidos de las manos. ¿Y todo para qué? Pues para entrar y tirarnos a la cama. Bueno, a decir verdad yo la empujé y posteriormente me tiré encima fieramente para empezar a "desgarrarle" la ropa. En escasos segundos ya estábamos desnudos y con ambos cuerpos anudados, entrelazados o unidos. Cuando el calentón se centró un poco, saqué mi lengua a pasear entre sus pechos, sobre su vientre y al final sobre su ya húmedo ...

Allí abajo me afané. Introduje mi flácida lengua que adquirió rigidez una vez entró. Y mientras ésta jugaba en su interior, mis labios permanecían sellados con los suyos (los de abajo claro) y mis dientes raspaban someramente su clítoris. Sus manos se aferraron felinamente a las sábanas de la cama, rasgándola en su superficie; arqueó la espalda de forma convulsa y ahogó un estridente gemido apretando los dientes. Yo, por mi parte, acariciaba sus suaves muslos abarcándolos con la amplia extensión de mis manos, devorando aquel fruto de depravación y lujuria sin pausa alguna.

Cuando quise levantar la mirad no pude ver más que su estómago hundido, al contener la respiración, y sus voluminosos pechos de punta endurecida mostrándome un horizonte inigualable. Más allá de aquellas protuberantes cumbres habría de encontrarse su cabeza, echada sobre la cada vez más hundida almohada, con los cortos cabellos alineándose azarosamente sobre la cama y con sus mejillas al rojo vivo debido a la excitación.

Cuando sus manos quisieron alcanzar mi cabeza di un respingo, y acto seguido me abalancé sobre ella volviendo así a estar a su altura.

Mi verga quedó rápidamente casi encajada en su ... pero no era nada más el pico de la punta lo que allí yacía. Ella me decía desesperadamente: "¡Dame ... ¡dámela ... " Pero bien sabido es que cuando se tiene el control se tiene maldad, así que no hice movimiento alguno hasta que su ansia aumentó hasta el extremo de inclinarse con los ojos encendidos y diciendo entre dientes: "Que me des tu ... " En ese momento se la clave de un tirón y sin rechistar. Su grito resultó ensordecedor a la vez que inesperado. Pero mi maldad continuó maquinando, y la dejé dentro, sin moverla, hasta que por fin terminó de gritar, momento en el cual me di cuenta de que su pelvis se movía débilmente buscando autofollarse.

Con energías renovadas y ganas de devorarla, la tomé por la ni mucho menos escuálida cintura agarrándola con fuerza. Con esa postura moví en cuanto pude su cuerpo, atrayéndola hacia mí y devolviéndola a su lugar, sin dignarme a mover mis caderas. Cuando aquello dejó de provocarle placer (el efecto por mí deseado), volvió a encolerizarse y se levantó para besarme a puro lametón pero la rechacé fieramente empujándola hacia atrás y devolviéndola a la cama. Me aproveché de que escaseaba en fuerzas y de que estaba sumida en la excitación de tener mi enorme ... dentro.

Cuando por fin me rogó descontenta que la follara, fue cuando mis caderas dieron comienzo a un leve vaivén que fue en aumento a cada acometida. Lo cierto es que mi excitación creía igualmente y pronto mis dientes se apretaron a más no poder, mis ojos se cerraron teniendo aquella imagen en mente y mis manos se clavaron cuales garras en su ya sudada carne. Mis acometidas movían todo su cuerpo y la cama, haciendo chocar el cabecero contra la pared. Ni por un momento pensé en las molestias que pudiéramos causar al resto de huéspedes, ya que estaba tan sumido en reventarla allí mismo. Mi salvajismo fue tal, que creía desgarrarla en un momento dado.

Una de mis manos frotó la unión ... ... excitándola aún más si cabía. Mis huevos chocaban contra tus nalgas sin cesar. Todos mis músculos estaban en tensión. Pero me detuve, cuando a punto estábamos ambos. Empecé a sacarla muy lentamente, y cuando ella vio que aquello no volvía a entrar, casi encolerizó, pero se serenó rápidamente al ser consciente de que deseaba que siguiese. Así que sirviéndome de la expectación provocada, volví a enchufársela esta vez a un ritmo endiablado e incesante hasta que por fin, con un dolor extremadamente placentero y un placer extremadamente doloroso. Todos nuestros fluidos se mezclaron mientras nuestros cuerpos se abrazaban entre espasmos orgásmicos.

Extenuado como me encontraba no podía pensar en otra cosa que en quedarme tirado sobre la cama, desnudo a pesar del frío, y no hacer más nada hasta que llegase la mañana. Ella, sin embargo, parecía sumamente complacida y divertida ¿divertida?, sí, pues alegremente se marchó al baño a lavarse y regresó ofreciéndome besos, sonrisas y unos incomprensibles "saltitos" que quedaban fuera de lugar o cuando menos desconcertaban.

Para tranquilizar la cosa puse una película "El amo del calabozo", una obra de culto para muchos aunque un bodrio para la gente más terrenal (o sea una bazofia). También aprovechamos para ver algún capítulo que otro de "El mundo de Beakman" (recomendable a cualquier edad) y, cuando todo parecía tranquilo, su sed de sexo volvió a manifestarse de modo inquietante.

Yo me hallaba completamente desnudo, achaparrado cual feto, ajeno al frío e inconsciente de sus intenciones. Después de haberse pasado abrazada a mí por la cintura un largo periodo de tiempo, se separó para tramar su plan. Al principio no me percaté de nada pues el cansancio se había apoderado de mis sentidos, pero ella iba a apoderarse de mi cuerpo

Primero noté su ahora cálida mano acariciar uno de mis muslos, el que quedaba arriba, tenuemente por la parte superior. Lentamente bajo hasta mis nalgas, las cuales también acarició produciéndome un cosquilleo no incómodo aunque sí alarmante. Mis sentidos se dispararon cuando sus dedos comenzaron a pulular entre mis nalgas, frotando por encima los alrededores de mi ano. Cuando decidí responder girándome su otra mano evitó mi brusco movimiento empujándome hacia enfrente, obligándome a ver irremediablemente la pantalla del ordenador. Y cuando me temía lo peor, sus lánguidos dedos se sumergieron bajo las piernas, tomando mis testículos, y masajeándolos tan hábilmente que mi excitación, pasada por el miedo anterior, no pudo ser mayor.

En aquel instante pensé que la cosa no iría a más. Sin duda la masturbaría para satisfacerla pues yo no estaba en condiciones de volver a eyacular. Sin embargo, ella proseguía ni corta ni perezosa masajeando, removiendo como si en su mano tuviese dos bolas chinas. Seguidamente el dedo corazón se separó del resto para frotar el ¿el tronco? Mi verga volvía a estar dura y con ganas de guerra, o al menos eso manifestaba su estado se semi erección.

Ahora comprendí. Había perdido la noción del tiempo y su mano llevaba más tiempo allí del que yo había calculado, masajeando mi escroto rítmicamente y sin cesar, iniciando una formación de semen más rápida de lo natural. A esas alturas su otra mano se encontraba deleitándose con el resto de mi cuerpo, campando a sus anchas como suele decirse en castizo.

Casi sin darme cuenta fui dándome la vuelta hasta quedar completamente boca arriba. No sé cómo su mano se las había ingeniado para salir del enredo y volver a colocarse masturbando ahora mi ... Los huevos los tenía duros cuales rocas y mis piernas se fueron abriendo inadvertidamente para que su labor fuese más sencilla y placentera. Mas de pronto ¡uf! Un fuerte dolor hizo revolverme en el sitio. Mi ... estaba demasiado reseca y el roce, cuando se intensificó, dejó una rozadura para nada agradable. Así que tuvimos que recurrir a un tercer miembro de nuestros actos sexuales: el gel, una especie de lubricante de exquisito tacto aunque de duración corta, dejando además un olor delatador y una sequedad mayor todavía.

Tras echar un buen pegote sobre su mano volvió a centrarse en aquella paja. Su mano atenazó fuertemente mi ... y aquel frío me hizo tiritar hasta que la cosa terminó caldeándose. Retomamos el punto en el que lo habíamos dejado y pronto mi cuerpo se balanceó de un lado para otro sumamente excitado por su forma de masturbarme: constante, a un ritmo medio. Yo veía mi ... completamente erecta y roja, con las venas bombeando sangre y latiendo bajo el candor de sus dedos. Me iba a costar correrme pero ella no se detendría hasta que eso ocurriese.

Cuando por fin parecía que iba a terminar y que aceleraría porque aquello se estaba haciendo demasiado largo, se detuvo, diciéndome: "¿Te acuerdas de lo de antes? ¿eh? Pues ahora te toca a ti." Y con esto se quitó parte de la ropa. Inocentemente pensé que no iba más que a cabalgarme como habitualmente hacía y que tanto placer me producía, mas todo no era sino una pantomima para que la expectación y la excitación aumentasen.

Lo que hizo a continuación fue acercar su boca a la punta. Ya con el gel seco yo esperaba y deseaba que paseara su lengua por el tronco o, mejor aún, se la engullera hasta la garganta apretando con sus finos y experimentados labios toda la extensión de mi ... Pero cuando creía que iba a tragársela o a pegarle un lametón, me miró a los ojos de forma socarrona y me preguntó si deseaba que continuase. "¡Pues claro!" le manifesté abiertamente denotando cierta indignación. Y todo lo que hizo fue reírse y proseguir con aquel juego vengativo.

Su mano volvió a pringarse de gel para reiniciar la masturbación. Yo sabía que tendría que aguantar pues tardaría mucho en permitirme terminar. A continuación se echó para atrás y, tras despojarse de los gruesos calcetines que cubrían sus diminutos pies, fue alargando una pierna hasta que la planta del pie se posó sobre mi verga. Allí lo movió masturbándome con él, presionando mi ... y aplastándola dulcemente contra mi abdomen. Ella era sabedora de mi ligero afán fetichista por pies y todo cuanto les rodea (medias, calcetas, botas, tacones, etc.), así que incrementó el ritmo riéndose picaronamente mientras yo me revolvía preso de la sumisión que me provocaba la simple planta de un pie como el suyo.

Volví a estar a punto pero su control iba más allá de la perfección. Mi eyaculación tendría lugar cuando se le antojase y yo había entrado en aquel juego y ya no había marcha atrás. Ahora esperaba el siguiente movimiento, que no fue otro que desnudarse, sin quitarse las braguitas negras con calaveras rojas. Sus bamboleantes pechos se aproximaron a mi entrepierna y ahogaron entre ellos, cerrándose, a mi ... de la cual únicamente sobresalía la punta.

¡Oh! Recordar aquella escena me produce la mayor de las erecciones y he de continuar escribiendo cruzando las piernas. Recuerdo con memoria fotográfica sus enormes pechos, relucientes gracias al gel, con mi ... colocada justo en el medio. Su cabeza iba y venía pues movía todo su cuerpo frotando mi ... mientras sus manos provocaban una mayor presión. ¡Aaaah! ¡Qué delicioso resultó aquello! Por un momento pensé que me permitiría echárselo todo sobre los pechos, tenía la esperanza de que aquellos acabase allí mismo. Inocente.

Cuando el líquido preseminal comenzaba a formar una perla brillante y transparente sobresaliendo por la punta del capullo, se apartó sin más. Uno de sus dedos se posó sobre aquel líquido y separándolo dejó tras de sí un fino hilillo resplandeciente.

¿Y ahora qué? Me preguntaba pasmado por sus morbosos gestos. Allí estaba, arrodillada sobre la cama, contorneándose sinuosamente mientras yo no dejaba de jadear debido al esfuerzo. Lentamente se fue desprendiendo de las braguitas que, como pude comprobar, las tenía ya mojadas. Me las puso en la boca diciendo: "No volverás a gritar ni a pedirme que termine, perrito." Su ... se paseó dibujando círculos sobre mi ... Cuando parecía que iba a clavársela, se volvía a levantar, lo cual me hacía erguir un poco la pelvis buscando metérsela.

Así continuó la cosa hasta que por fin se sentó, cuando más expectante estaba. "¡Sí!", grité bajo mi encantadora mordaza. Pero todo no fue más que un atisbo. "Si te corres lo pagará caro", así me amenazó y tuve que aguantar su botes estoicamente, llorando casi al tener que contener tanto placer sin poder explotar. Cuando se sació, se la sacó completamente rojiza y temblorosa. Su ... estaba hirviendo y chorreando.

Ahora se tumbó a mi malo, volvió a pajearme esta vez utilizando como lubricante sus propios fluidos. Mordisqueó mi oreja, colocó una de sus piernas sobre mi cuerpo, y dándole con la rodilla a la base de mi verga, me pajeó velozmente, diciendo: "Córrete, te lo has ganado."

Dicho y hecho. Allí expulsé mucho más de lo que podría haber esperado tras un día tanta actividad. Cierto era me había reservado para dicha ocasión pero aún así aquello era inexplicable. "Así cerdo, córrete, mmmm," susurraba mórbidamente mientras todo mi cuerpo sufría espasmos incontenibles.

Toda su mano y mi abdomen se pringaron del caliente líquido blanco. Tras unos segundos, o minutos tal vez, recuperando fuerzas y tomando aire, decidimos asearnos y por fin dormir.

La mañana trajo jugueteos y risas, sin hablar del día anterior aunque muy conscientes de lo que allí había pasado apenas ocho horas antes. Así que empacamos maletas, tomamos un copioso desayuno (mucho desgaste) y salimos en coche camino de casa.

El viaje fue corto, pues durante el viaje de vuelta ella se entretuvo sí, tocándome el paquete hasta que dejé una diminuta mancha del poco semen que había podido acumular en una noche.

Ver también

S
sneha_8496355
4/11/10 a las 17:13

Oppaa
Me gusto muchsimo tu relato!!!! te vas en detalles por ahi, pero esos son los q hacen mas interesante la historia jeje....
Me encanta la transformacion de una mujer, yo personalmentee lo hago y es super exitante.... Es parte del juego y tener un compañero que te siga con esto es maravilloso....

Buenisima memoria :P

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