Un desconocido en el metro
Las puertas del metro se cerraron y el vagón se puso en marcha. Aunque solo me faltaban tres paradas para llegar a mi destino, el trayecto se me estaba haciendo más largo que de costumbre. Había sido un día complicado en el trabajo y estaba más cansada de lo normal. Intentaba distraerme mirando mi móvil, pero ya no me quedaba nada interesante por ver, así que mataba el tiempo mirando a los demás pasajeros y pensando quienes debían ser, de donde venían y todas esas cosas. El metro empezó a frenar hasta que se detuvo, y las puertas se abrieron de nuevo. Por la puerta que estaba justo delante mío entraron tres personas y, al cabo de poco de haber arrancado de nuevo, me dí cuenta de que un chico me estaba mirando. Parecía tener entorno a 30 años, pero se le veía joven. Tenía el pelo corto y oscuro y llevaba un poco de barba no muy larga, también oscura y con tonos rojizos en la barbilla. Tenía los ojos verdes y una mirada vivaz. Vestía una chaqueta negra y unos tejanos azules. Al ver que me miraba desvié mi mirada, y supuse que él habría hecho lo mismo... pero, cuando volví a mirar disimuladamente al cabo de unos segundos, ví que seguía mirándome. Esta vez, le aguanté un poco la mirada, y él sonrió. Era una sonrisa cálida y próxima y, sin casi darme cuenta, le devolví la sonrisa. Esta vez él apartó la mirada y, durante las estaciones que quedaban, nos miramos cada vez más fijamente hasta que, en cuanto llegué a mi estación, hacía ya un rato que nadie apartaba la vista. En cuanto el metro se detuvo, levanté las cejas y sonreí, supongo que para despedirme, y abrí la puerta sin dejar de mirarle. En cuanto me hube bajado, me dí cuenta de que él se había bajado también y que venía unos pasos por detrás mío. Caminé un poco más lento hasta que él quedó a mi lado y seguimos caminando juntos, sin decir nada. No sé aún muy bien qué me hizo decidir, pero pasé de largo las escaleras por donde tenía que salir y me dirigí hacia el baño, con el desconocido a mi lado. ¿Qué haría? ¿Se desviaría él, esperaría fuera...?
Entré en el baño de señoras y, para mi sorpresa, él entró detrás mío. Me quedé un poco perpleja y sin saber muy bien qué hacer, y él me cogió de los hombros y me metió en uno de los lavabos junto a él antes de cerrar la puerta. Mi respiración era muy agitada y me dí cuenta de que el corazón me latía muy deprisa. Él deslizó una mano desde mi hombro hasta mi espalda y bajó suvamente con las puntas de sus dedos hasta posar su mano sobre mi culo. Yo levanté mis manos, las puse en su cintura y apreté su cuerpo contra el mío. Noté un bulto enorme en sus pantalones y sentí como me crecía una excitación enorme en el estómago y entre mis piernas. Él llevó sus manos hasta mi cinturón, lo desabrochó y me bajó a la vez los pantalones y las braguitas. Estaba nerviosa y a la vez muy excitada, pero prácticamente congelada: no sabía qué hacer ni cómo reaccionar. Él me empujó suavemente hacia atrás, puso sus manos en mis pantorrillas y se arrodilló poco a poco mientras dirigía su cara hasta mi entrepierna. Yo abrí mis piernas y sentí como sus labios rozaban mi vagina suavemente, besándola poco a poco y sintiendo su cálida saliva en ella. Poco a poco estos besos suaves fueron cogiendo fuerza y sentí como su lengua se abría paso entre los pliegues de mi vagina hasta meterse dentro. Se me escapó un gemido ahogado de placer y, con mis manos, cogí su cabeza y la apreté contra mi vagina. Sentía su lengua recorriendo mi interior, rozando el contorno de mi agujero y ahondando en él cada vez más y más deprisa. Yo estaba completamente mojada y sentía como mis flujos se mezclaban con su saliva. Él llevó una mano hasta mi vagina y metió dos dedos en ella mientras, con sus labios, atrapaba mi clitoris y movía su lengua en círculos entorno a él. Sus dedos entraban profundamente y salían de mi vagina y su lengua me daba más placer del que mi cuerpo podía soportar. Luego, le aparté con mis manos e hice que se levantara. Se quedó un poco perplejo hasta que entendió por qué lo había hecho: desabroché su cinturón y, esta vez, fuí yo la que me arrodillé al suelo. Bajé sus pantalones y sus calzoncillos y dejé salir su pene: era grande, grueso, con venas y músculos marcados y completamente mojado. Yo cerré mis ojos, abrí mis labios y me incliné hacia delante hasta que noté la punta de su pene rozando mis labios. Abrí mi boca y dejé que su pene se deslizara suavemente entre mis labios y por encima de mi lengua. Tenía un sabor delicioso y su flujo caliente se mezclaba con mi saliva. Con mi lengua busqué la punta de su pene y empecé a rodearla y recorrerla, primero de forma suave y luego más rápido. Metí todo su pene en mi boca hasta que ya no me cabía más: sentía el tacto de su pene dentro de mis mejillas y su grosor en mis labios, y oí como él ahogaba unos gemidos de placer. Luego, empecé a mover mi cabeza mientras su pene entraba y salía de mi boca, deslizándose sin esfuerzo por encima de mis labios, cada vez más rápido. Noté como su pene se tensaba y todo su cuerpo se tensaba junto a él y, instantes después, noté como su cuerpo se estremecía y su pene escupía dulce y delicioso semen justo encima de mi lengua. Lo saboreé mientras seguía moviendo mi boca y su pene seguía escupiendo más y más hasta llenarme la lengua y la boca entera. Su pene latía con fuerza y su cuerpo se estremecía entre gemidos ahogados de placer. Poco a poco, su pene dejó de escupir y yo, después de saborear bien tan dulce premio, me lo tragué. Saqué su pene de mi boca y me levanté mientras lamía mis labios. Su cara de placer volvió a cruzar la mirada conmigo: nos miramos durante unos segundos y, después, nos pusimos la ropa que nos habíamos quitado. Yo salí primero del baño mientras él cordaba su cinturón: nos miramos por última vez, sonreímos y me giré. Salí del baño, salí de la estación y, aunque estuve todo el resto del día pensando en él, nunca más volví a saber de aquel desconocido del metro.
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