Siempre he querido escribir un relato, y desde hace un mes, le doy vueltas a la historia que hoy os voy a contar. Yo siempre he sido una chica muy tímida y cortada, pero eso no quita que sea una mujer sensual y bella, con curvas, pero con un gran complejo por no verse bonita.
El inicio de esta historia, se remonta a mediados de Enero, cuando abrieron un bar unos chicos cubanos en el barrio. Pronto se convirtió en el bar de referencia de todas mis amigas, y nos pasábamos todos los días por allí.
Pronto me di cuenta que uno de los dueños, por supuesto cubano, de tez blanca y musculoso, no me quitaba ojo. Por lo que parecía, era tan cortado como yo y eso me paraba mucho a la hora de decirle algo. Pero pronto algo cambió.
Tras un par de meses con juegos de miradas, masajes, y proposiciones indecentes, tuvimos un primer encuentro, del que hoy os voy a hablar.
Era una tarde de primavera calurosa, y tras haber bajado a hacer unas compras, pasé a tomar un café por el bar. Ambos ya habíamos perdido la vergüenza y comenzamos a proponer noches locas y encuentros fugaces. Estábamos solos cuando me abrazó y comencé a besarle. Hacía mucho tiempo que no me besaban así, con esa fuerza, deseo, pasión. Poco a poco comenzamos a acariciarnos, y despojarnos de la poca ropa que llevábamos.
Sus besos recorrían mi cuello, pecho, vientre... Su pasión se palpaba en el aire, envolviéndonos en un ambiente de lujuria, rozando prácticamente la locura. Poco a poco su boca fue bajando, hasta encontrarse con mi clítoris. Su lengua pasaba suavemente por mi vagina, mientras con suavidad me tumbó sobre la mesa. Tras un rato centrado en mi clítoris, tras saborear mis jugos, me besó y cambiamos de posición.
Así comencé a rozar con suavidad, para terminar lamiendo con lujuria su verga. Damian cumplía con el mito que existe sobre los hombres de su nacionalidad, la verdad es que este cubano calzaba bastante bien, sólo de pensarlo, mmm se me disparan las hormonas. Mientras me comía su ... acariciaba sus huevos, y al cabo de unos minutos me dijo que parara, que quería sentirla dentro de mi.
Estaba tan cachonda, que a pesar de que en la primera envestida me dolió un poco, el placer se apoderó de mi. Sus envestidas cada vez eran más fuertes y yo ya no podía aguantar más, estaba a punto de correrme, y entre gritos de placer, sudoración y respiración entre cortada, me regaló uno de los mejores orgasmos de mi vida. Ambos terminamos a la vez, y dos minutos después, entró un cliente que pidió "un café con hielo, por favor".
Desde entonces, cada vez que tenemos ganas uno de los dos para volver a tener un encuentro sexual en su bar, decimos "un café con hielo, por favor".