Tristeza postcoitum.
No me mires a la cara.
No me mires a los ojos.
He perdido. Perdido mi dignidad por tí.
He llorado cuando me dije que no lo haría.
Yo ya lo sabía. Una gitana me lo dijo. Alguien, cuyo nombre empezara por tu inicial, me iba a romper el corazón.
Me lo dijo ya hace meses, cuando no te conocía.
No creo en esas cosas, por éso, y aún teniendo en mi cabeza clavada esa frase, te dejé entrar.
Con reticencias, éso sí.
Éso siempre.
Y a partir de ahora, más.
Y he dejado de creer en el amor.
Por tí y por todos los que anteriormente han llegado a mí.
Tal vez hay una especie de justicia celestial, y hoy pago las veces que salí de la vida de los demás.
Y ahora, ¿qué?
¿Buscar un expendedor de orgasmos que me abrace los domingos aburrida?
Ya no me apetece. Ya no me hace sentir mejor, o al menos, alejada del problema y poder quitarle la tremenda importancia que le doy.
No me mires a los ojos.
Voy a comprar un antifaz, no quiero que nadie me vuelva a mirar a los ojos y pueda descubrir lo que hay detrás.
Nadie.
Nunca.
Estoy cansada, cansada de ser la guerrera de todas las batallas.
No volveré a luchar.
ni a llorar.
Volveré la cara si hace falta.
Pero no, no dejaré a nadie más entrar.