Uno de los ingredientes fundamentales, ya sea consciente o inconciente, de numerosos trastornos psicológicos es el sentimiento de culpa. Este sentimiento puede ser desde muy leve y difuso hasta gravemente angustioso y paralizante. Toda psicoterapia eficaz debe ayudar, pues, a aliviar tan penoso sufrimiento.
¿Cuál es la fuente u origen del sentimiento de culpa? No hay uno, sino dos. El primero es, obviamente, la influencia de la educación (valores, coacción, castigo, etc.) en los niños, primero a través de los padres y luego por condicionamiento de la escuela, la sociedad, la religión, etc. El segundo, mucho más dramático, es el derivado de la falta de amor en la primer ainfancia, cuando el niño se cree irracionalmente "culpable" e "indigno" de ese amor que no disfruta. Ambos tipos de culpa quedarán incrustadados en el corazón del individuo -en proporciones variables según cada caso- y le impedirán no sólo ser feliz y espontáneo sino, a menudo, sentirse digno de amar y ser amado e incluso de vivir.
Es preciso insistir en la segunda fuente de culpa -el desamor infantil- porque ésta suele ser tan habitual como desconocida o silenciada, ya que compromete la supuesta competencia o amor de muchos padres hacia sus hijos. Es, en efecto, un mito social la pretensión de que "todos los padres aman a sus hijos", cuando es más probable que, según muestra la experiencia de todo psicoterapeuta, dicho amor sea más bien la excepción que la regla. Y es que los frecuentísimos problemas del amor parental son muy complejos y difíciles y, sobre todo, políticamente inaceptables.
De modo que el sentimiento de culpa es una predisposición innata de los seres humanos y, por eso mismo, todas las civilaciones lo explotan cruelmente para someter y paralizar a las personas, es decir, para domesticarlas. No hay civilización que no necesite culpabilizar. Los sujetos más débiles sucumben, entonces, a distintas formas de trastornos psicológicos y neurosis que la sociedad, no sin cierta hipocresía, intentará aliviar mediante instituciones adecuadas (Psiquiatría, Psicología, etc.). ¡Nada menos que el verdugo "curando" a sus propias víctimas! Pero ésta sólo es una más de sus muchas contradicciones.
La teoría de la culpa es filosóficamente perversa, porque se basa no ya en la persecución y humillación del individuo, sino en la negación de su inocencia fundamental, común a todos los seres naturales, desde los minerales hasta las civilizaciones. Incluso el propio culpabilizador, aunque él no lo sepa, es inocente, puesto que forma parte de lo vivo. De modo que, si bien en un sentido meramente legal y convencional podemos hablar, con ciertas precauciones, de la "responsabilidad" del individuo frente a sus propios actos, ¿qué podría significar ser "culpable" por ellos? La noción de culpabilidad está intrinsecamente ligada a las ideas más o menos miopes de Bien y de Mal, ajenas afortunadamente no sólo a la Psicología y el Psicoanálisis, sino a cualquier sabiduría verdaderamente lúcida y amorosa.
Desde un enfoque psicoterapéutico, el excesivo sentimiento de culpa sólo se neutraliza con amor, con autoaceptación y con la profunda comprensión por parte del individuo de que no hay nada de qué culparse o culpar a otros, ni nada que perdonar. El sujeto es, por definición, magnífico y lleno de belleza, sin instancia superior alguna con la que compararse ni persona con derecho alguno a denigrarlo. ¿Quién podría arrojarle la primera piedra? Lo único verdaderamente urgente es, pues, abrir los ojos a la propia dignidad, la propia responsabilidad, el propio autoconocimiento. De este modo, el mundo deja de estar compuesto por "buenos" y "malos" y pasa a estar constituido por gente simplemente madura o inmadura, es decir, personas que sabe ver y responsabilizarse de sus errores para no volver a cometerlos, y gente que sólo juega al truco vano -y cruel- de culpar y perdonar indefinidamente.
José Luis Cano Gil
Psicoterapeuta
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