No eran tiempos fáciles para las lesbianas. Ocultábamos nuestras preferencias sexuales; las que teníamos algo de bisexuales lo podíamos disimular mejor, pero a las que no aceptan ninguna relación con hombres, que son mayoría les costaba más.
Y reconocernos entre nosotras siempre fue un problema, un intento de aproximación erróneo podía desembocar en una situación muy embarazosa; pero con el tiempo aprendí algunas técnicas que me permitieron buscar posibles compañeras con más facilidad.
Desde siempre que he huido del "ambiente", incluso en aquellos tiempos lo había, pero de una sordidez inaudita. Yo siempre he buscado mis amigas en otros ambientes: artísticos o intelectuales, por ejemplo.
A Clara la conocí en la universidad a mediados de los años 60. Alguna cosa de su físico me atrajo: atlética, peinado totalmente fuera de la moda, una cierta mirada enigmática Pero ¿Y sus tendencias sexuales? Muchas veces me habían gustado chicas con las que no había nada a hacer, en otras un exceso de prudencia me impidió saber si sí lo había. Una cierta experiencia sí tenía, y a primera vista Clara podía ser, sus reacciones ante la aproximación de algunos chicos, la delataban a mis ojos. Y no parecían precisamente las reacciones de una reprimida sexualmente.
Un roce casual y una sonrisa de disculpa, un comentario de doble sentido, un cruce de miradas después de hablar con un varón sí, probablemente lo era ¿Lo tendría asumido? ¿ Y sería yo aceptable para ella?
Quizás tardé 3 meses en averiguarlo, ya nos habíamos hecho amigas y empezábamos a tener confianza pero la pregunta clave no había surgido. No me atrevía. Cada vez que podía le enviaba pista y al final, sí. Fue ella la que dio el paso.
Había venido a casa a hacer un trabajo de la universidad, entre las dos terminamos bastante más rápido de lo que esperábamos, y, súbitamente, me dio un beso.
Un beso calculado, ni en la boca ni en plena mejilla. Rápido, y se separó para ver mi reacción.
La sorpresa casi me hace fallar en un momento tan crítico. Me puse roja, quedé como paralizada, y quizás esto fue bueno, porqué mi mente empezó a trabajar a marchas forzadas:
¿Me estaba diciendo que quería estar conmigo? ¿O sencillamente se mostraba más afectuosa de lo normal?
No me atreví a devolverle el beso pero rocé su mano con la mía. Me la agarró tiernamente.
Sí ¡Quería decir que sí!
Casi sin moverme, entreabrí un poco la boca y cerré los ojos.
1, 2, 3 los tres segundos más largos de mi vida. Entonces, un brazo me rodeó y unos labios se posaron en los míos. Las lenguas empezaron lentamente a intentar anudarse. Noté un cierto gusto salado en mis labios. Eran sus lágrimas e inmediatamente empezaron a brotar las mías.
Lo que ocurrió a continuación, es otra historia.