Queridas foreras: Hace tiempo que os leo y hoy, por fin, he reunido el valor para escribiros y contaros mi pequeño problema (aunque a mí se me hace enorme).
Soy una chica de 18 años, lista, responsable, organizada aunque a veces me permito ser un poco soñadora y a veces hasta un poco loca! (como ayer, por ejemplo, que llegué media hora tarde al trabajo por que me entretuve escuchando a un músico del metro que más bien parecía un ángel divino). Trabajo como auxiliar en un hospital religioso y mi trabajo llena mi vida de alegría por poder ayudar a aquellos hijos de Dios que están pasando por un difícil momento.
Al menos así ha sido, hasta ahora.
Nunca he tenido novio. Os lo digo así, sin paños calientes, pues para mí es muy difícil aceptar que la mayoría de chicas de mi edad ya hayan tenido más de una relación. Ni siquiera he sentido el aliento cercano de un hombre, algo que se me hace maravilloso sólo de pensarlo. Sentirse amada, deseada son cosas tan normales para vosotras en cambio para mí son sólo sueños de noches solitarias y amargas decepciones.
He aprendido a vivir así, sola. Incluso he aprendido a soportar las burlas de mis compañeros. Les he oído hablar de mí cuando creían que no estaba, que si soy una amargada, que debo de estar muy salida, que si soy una reprimida si supieran lo que me duele oírles hablar así muchas noches al llegar a casa he llorado sin consuelo por no tener una vida como la vuestra, queridas amigas.
Hace unas semanas Dios ha puesto en mi vida una prueba de fuego, una tentación imposible, una amarga ilusión en forma de hombre. Es un nuevo paciente que llegó tras un accidente laboral y que tiene por delante varios meses de recuperación. Está en mi zona de la planta donde trabajo, y soy yo quien le hace las curas más sencillas y le asea todos los días. ¿Os imagináis? Cada día entro en su habitación y le ayudo en su íntima tarea del aseo diario. Luego llego a casa y me invaden los malos pensamientos, veo una y otra vez su imagen desnuda, su cuerpo masculino, la expresión de su cara, mezcla de agradecimiento y turbación.
¿Qué debo hacer, queridas amigas? Me he planteado incluso dejar mi trabajo. Me siento inmoral y poco digna. Por otra parte, él se ha convertido en mi ilusión diaria y temo que si fuerzo el no verle mi vida se despeñará otra vez hacia la soledad más absoluta de donde temo no poder salir. Espero ansiosa vuestras respuestas que seguro me serán de gran ayuda, y que me darán la fuerza necesaria para superar esta prueba a la que Dios me está sometiendo.
Muchísimas gracias,
Amapola.
