Era un día de tormenta, igual que muchos anteriores, pero asimismo distinto de todos ellos. El agua repiquetearía sobre los barrotes, le empaparía el hocico, el lomo,correría sus patas. Entonces, como hacía siempre en estas situaciones alzaría el rostro y recibiría las ráfagas de viento que hondearían su pelaje Sería en ese momento, con los párpados cerrados, cuando se imaginaría sobre un acantilado, cortando el viento con el olfato, libre cómo solo en los esclavos puede sonar el término libertad. Debería estar atento, desde el cielo podría descender la muerte alada, el cazador de las alturas. Se echaría sobre la hierba mojada, mullida bajo sus dedos, y escucharía de nuevo la canción del viento; pero, como siempre, el trueno le devolvería a la realidad de su celda, y de nuevo debería buscar un hueco, una rendija, mientras hay vida hay esperanza.
Pero, había empezado contando que ese día era distinto del resto. Sus ojos no podían creer lo que veían. ¿Y la esperanza?. Los otros prisioneros, era horrible. No habría un mañana. A uno de ellos lo levantaron y lo ataron boca abajo colgado de una pata. Cuando sonó el primer golpe, se echó hacia atrás como si le hubieran golpeado a él. El crujido de huesos, el olor del miedo, se echó hacia atrás hasta aplastarse contra los barrotes de su celda. Lo siguieron golpeando, él cerró los ojos, y siguieron, y siguieron. Entonces cortaron la piel en el extremo de una pata, y comenzaron a estirar hacia abajo. Sus ojos casi estallaron, sus oídos se llenaron con los gemidos de la víctima. Intentó escapar, debía de haber un hueco, seguro que lo encontraría. Mordió un barrote, pero nada. Sus patas temblaban, vio cómo separaban la piel del prisionero, los gritos eran insoportables. Iban a perforarle los tímpanos. Ese debía ser la voz del miedo. Miró a su izquierda, donde cientos de jaulas se amontonaban en hileras. Miró a su derecha, las cuatro jaulas estaban vacías.
Una idea atravesó su mente. El era el siguiente. Mientras el otro prisionero era desollado, buscó y buscó, y no había salida.
Pero, mientras hay vida hay esperanza. Nunca había salido de esa jaula, pero lo haría, se asomaría a ese acantilado y cortaría el viento. No podía acabar ahí. Tanto tiempo prisionero, tantos intentos de huir, tantas veces imaginando el acantilado, ¿para nada?. ¡No!, lucharía, mordería a su enemigos, los desgarraría, los, la masa informe del prisionero fue arrojada a un fardo donde otros cuatro cuerpos se retorcían entre estertores.
No, no, por favor, eso no. El asesino clavó su mirada en él.
No, por favor, a mí no. Vio el gancho en el techo, vio el puñal en la mano. Se revolvió arriba, abajo, se le nubló la vista, arriba, abajo, la salida, por favor, la salida.
Pero, no había salida. Estaba muerto, desde el primer día de vida, encerrado y alimentado para esto. ¿Por qué?, ¿Qué hemos hecho, qué pecado hemos cometido?.
¿Y su acantilado?, ¿y el viento?, ¿y la hierba mullida?. Mientras hay vida hay esperanza.
Se tranquilizó, mientras la puerta de la jaula se abría. Respiró pausadamente, y pensó en su acantilado. Se vio allí, ¿libre?, y sintió la hierba mullida, y cortó el viento. Olió la muerte, pero ésta venía desde el cielo. Un águila, en picado hacia él. No se lo pensó dos veces. Sintió el tacto del lazo, momento en el cual saltó. Sí, saltó hacia el acantilado, hacia el vacío. ¿Mientras hay vida hay esperanza? Sintió el viento, vio acercarse el águila. Si tenía que morir, él decidiría cómo. Que me coja el águila, que alimente a sus crías, al menos mi muerte habrá servido para algo. Y sintió cómo le cogía y le alzaba.
Sí, sí, me ha cogido el águila, sí.
Miró hacia abajo y vio un bosque denso, miró hacia arriba y vio los ojos cómplices de su captor, y se tranquilizó.
Pero, de nuevo sonó el trueno, el bosque pasó a ser asfalto, y los ojos de su captor cambiaron la complicidad por una premonición de dolor.
¿Mientras hay vida hay esperanza?.