Mi perdición
Buenas amigos,
Hace tiempo que leo sus relatos y que paso unos buenos ratos con sus historias. Y hoy me decido a contarles mi historia, una historia que en cierto modo puede ser que les haga pensar y en todo caso pienso que les proporcionará placer. Es una historia un poco larga y no sé si tendré tiempo de contarla entera, así que les pido disculpas. Procuraré hacerlo pero no se apuren, que no les dejaré sin final, si no es hoy será otro día.
Me llamo Andrés, ella siempre me llamó don Andrés o señor Andrés, de ahí mi nick. Y es que cuando nos conocimos yo era su jefe y ella una diplomada recién salida de la universidad.
Yo estaba casado y tenía dos hijos. Mi mujer y yo hacía tiempo que nos habíamos distanciado. Alguna vez me había acostado con otras mujeres, pero siempre habían sido cosas esporádicas, la mayoría de las veces previo pago.
-Estoy aquí para lo que mande, don Andrés - dijo ella después que mi jefe me la presentara como mi nueva ayudante. Ya me había comentado días antes que contrataría a esa chica por tres meses, para ver qué tal funcionaba. Tenía buenas notas de la universidad, pero ninguna experiencia. Quería que yo la tutelara, le enseñara, y sobretodo valorara si a la empresa le interesaba.
Ella era una chica bonita. No espectacular, pero sí bonita. Llevaba el pelo a media melena, oscuro y lacio, perfectamente peinado. Iba ligeramente maquillada, aunque con sobriedad, para decir simplemente que iba arreglada pero muy discreta. Vestía un traje chaqueta gris perla y una blusa azul. Sus zapatos eran de tacón, aunque no muy altos. Sabía que no tenía más de 23 o 24 años pero la seriedad que aparentaba era de mucho mayor.
Los primeros días mi relación con ella, Mayte se llamaba, fue muy fría y distante. Ella era una chica tímida, muy callada. Era buena en el trabajo pero tremendamente aburrida, parecía que sólo pensaba en el trabajo.
Era un día de verano y Mayte iba con una falda amarilla, por debajo de la rodilla, y una camisa blanca, con detalles bordados en amarillo. No sé en qué momento se le desabrocharía uno de los botones, de forma que, al inclinarse ligeramente hacia delante, se podía ver su sujetador blanco, con puntitas. Eso desde luego hacía que la chica de repente tuviera más interés. Aunque llegó el momento que ella se dio cuenta, tal vez incomodada por mis miradas. Se sonrojó y se abrochó rápidamente el botón.
- Lo siento... - dijo sin mirarme.
SEguimos trabajando pero yo no dejaba de pensar en sus pechos, que se habían insinuado antes debajo del sujetador. Puedo jurar que nunca me había planteado lo que hice hasta ese momento, pero estábamos solos en la oficina y hacía mucho calor...
- Mayte... - ella me miró.
- Dígame, don Andrés.
- Desabróchese de nuevo ese botón - ella bajó la vista.
- ¡Señor!
- Me sentiré mucho más cómodo si lo hace, Mayte - ella negó con la cabeza y yo suspiré - está bien, ¿le gusta el trabajo?
- Si, señor, mucho.
- ¿Y le gustaría que la renovaran? - ella no dijo nada - no creo que tenga que recordarle que dependerá de lo que yo diga.
Ella comprendió y, sin decir nada, se desabrochó el botón. Siguió trabajando, como si nada, mientras yo la miraba. Imaginaba como serían sus pechos, libres de esa prisión. Era una mujer joven, tenían que ser firmes y hermosos, tal vez sus pezoncitos estarían duros, sin duda se endurecerían a la mínima caricia. Sabía que ella no tenía novio, así que imaginé que su vida sexual sería realmente nula. Traté de imaginar como sería al explotar toda esa frustración...
- ¿Por qué no se quita el sujetador? - le dije - sin duda, ambos nos sentiremos más cómodos.
Ella no contestó, siguió con la vista fija en el documento en que estaba trabajando. Me acerqué a ella por detrás y le levanté la camisa. Ella pegó un saltito.
- Tranquila - le dije - recuerde lo que hemos hablado.
Subí mis manos temblorosamente (nunca había hecho nada así) por su espalda, hasta llegar al cierre de su sujetador, y lo desabroché. Luego pasé mis brazos por debajo de los suyos y acaricié sus pechos. No iba equivocado, sus pezones se endurecieron apenas los toqué, todo su cuerpo tembló y sus labios profirieron un ligero gemidito. De repente se levantó.
- Se lo ruego, señor... - empezó - necesito este trabajo pero... se lo suplico, no me obligue a hacer esto...
La voz le temblaba y movía nerviosamente las manos. Por un momento, sentí pena de ella, quise pedirle perdón, asegurarle que algo así no volvería a pasar, pero no lo hice. Me excitaba saberme superior a ella, saber que tenía fuerza sufiente para obligarla a lo que fuera.
- No va a pasar nada - dijo él - si usted hace lo que le diga. No se preocupe, no le haré daño.
- Por favor... usted es un buen hombre, no me obligue...
- No la obligo. Usted puede irse, si quiere. Pero si de verdad desea el trabajo, tendrá que obedecerme, ¿comprende? - ella no dijo nada pero se volvió a sentar, entendí que eso era un sí.
- Puede abrocharse el sujetador - le dije y ella suspiró, mientras lo hacía - quítese las bragas.
Esperaba alguna queja pero ella obedeció. Sus bragas eran blancas, con las mismas puntitas que el sujetador. Le dije que las guardara en el bolso y que se pusiera de espaldas en la mesa, apoyando los codos. Entonces le subí la falda, dejando al descubierto sus blancas nalgas, y la miré detenidamente. Luego la acaricié y le pedí que se reclinara más adelante, cosa que permitió que mis manos tuvieran un fácil acceso a sus zonas más íntimas. Pasé mis dedos por encima de su clítoris, notando como temblaba cada vez que la tocaba en ese punto mágico que tienen todas las mujeres. Notaba como cada vez estaba más húmeda. Empujé con mis dedos hacia el interior de su vagina y entonces ella se apartó bruscamente.
- Vuelva a ponerse como estaba - le exigí, ella me miró, esa vez fijamente, a los ojos.
- ¿Es eso lo que desea el señor? - me dijo altiva, yo asentí - fíjese que tarde o temprano la vida es justa, señor...
- No estás en posición de amenazarme, Mayte. Ponte de espalda.
- Haré lo que el señor mande - dijo desafiante - pero espero que entienda que un día pagará las consecuencias.
- Déjate de historias.
Ella volvió a colocarse como estaba, se subió la falda y separó las piernas. Introducí dos de mis dedos en su vagina, que estaba chorreando, y la besé en la nuca.
- En el fondo te gusta, eres una guarrilla - le susurré al oido, ella gimió suavemente - no me digas que no te gusta...
- Me gustará más cuando me meta otra cosa... - dijo Mayte. Me sorprendió pero no me paré a analizar el cambio. No podía pensar en esos momentos, solo me bajé el pantalón y los calzoncillos y la penetré con violencia, con ansiedad, porque lo había estado deseando desde que había visto asomarse las puntitas de su sujetador. Por desgracia, estaba tan excitado que no duró mucho. Al poco rato me corrí dentro de su vagina. Ella no dijo nada más, se fue al baño a lavarse y luego volvió a trabajar.
Pensé que ya estaba. HAbía gozado de ella y ella tampoco lo había pasado tan mal, sus gemidos mientras la penetraba me indicaban que todo lo contrario. Al día siguiente, cuando llegó, no pude dejar de imaginarla como la había tenido el día anterior, pero no tuve intención de volver a tocarla.
Ella llevaba una falda más corta que normalmente, aunque no le di mayor importancia, pero cuando se sentó en mi despacho y abrió sus piernas pude comprovar que no llevaba nada debajo. Le dije a la secretaria que nadie nos molestara y me acerqué a Mayte. Me puse en cuclillas delante de ella y acerqué mi mano a su sexo. Ella rápidamente cruzó las piernas.
- El señor tendrá lo que desea cuando haya firmado mi contrato.
Por supuesto, fui inmediatamente a hablar con mi jefe, a decirle que Mayte había recibido una oferta muy buena de la competencia y se estaba planteando aceptarla, que era una chica muy válida y que debíamos contratarla hoy mismo.
Después de enseñarle el contrato, Mayte me abrió de nuevo sus hermosas piernas, permitiéndome jugar a mi antojo con su inquieto chochito.
- Quédate luego - le dije - y firmaremos tu contrato.
Todos se fueron. Por un momento, pensé que ella también y ya me estaba planteando cómo le iba a decir a mi jefe que la chica no era tan válida cuando se abrió la puerta y apareció ella, totalmente desnuda. Estaba soberbia y no parecía para nada esa chiquita tímida y retraida. Se arrodilló delante de mi y me bajó los pantalones y los calzoncillos. Primero pasó su lengua por todo mi miembro, lamiéndolo suavemente, luego por los testículos, fue aumentando la presión con la lengua, subiendo desde la base hasta la cabeza y, una vez allí, introduciéndola tímidamente entre sus labios carnosos. Sólo un poco, haciéndome morir de placer. Finalmente se la tragó completamente, noté como tocaba su garganta en cada empujón. Luego se levantó y me empujó hasta hacerme sentar en mi silla. Ella se sentó encima mío, con las piernas abiertas y mi pene se introdujo con facilidad hasta el fondo de su vagina. Empezó a moverse suave, con delicadeza, haciéndome sentir por cada centímetro en que entraba y salía de ella. Arqueó su espalda hacia atrás, permitiéndome que las embestidas fueran más profundas. Luego se incorporó, colocando sus pezones al acceso de mis labios. Por supuesto no rechacé esa oferta, lamí sus pezones, los chupé intensamente, los mordí con suavidad, con más fuerza, mientras ella se movía de una forma que nunca había imaginado que pudiera hacer esa niña.
Después que me corriera, le entregué su contrato. Ella sonrió mientas estampaba su firma.
- Ahora tendrá que ofrecerme algo más si quiere hacerme más cositas... - dijo con expresión astuta.
- ¿Y qué más voy a querer? Ya te he follado como quería hacerlo, no sé por qué iba a querer repetir.
- Yo no le hablo de repetir... - dijo y me besó suavemente en los labios - yo sé lo que desean los hombres como usted y puedo dárselo... Sólo que tendrá que pagar.
........ continuará
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Uff..cómo me acabo de poner
..me he puesto muy cachonda, yo quiero un tio que me folle asi...