La infidelidad
La infidelidad es parte de la naturaleza humana y más, en el género femenino, pero no como es catalogada generalmente, en el acto sexual puro, sino en la sutileza de la sensualidad y el erotismo.
El pensamiento femenino y masculino, es diferente, mas allá de la pelea feminista en referir que somos iguales, cosa que no es cierto, porque seremos complementarios pero jamás iguales, en eso la naturaleza fue muy sabia.
Pero a través del pensamiento de Aristóteles, misógino por excelencia, que colocó las bases filosóficas del yugo físico, moral, social, económico y sexual del hombre contra la mujer, a quien no se le debía permitir y aún así sucede, en muchas culturas, la educación, el derecho a pensar, a tener sus propias opiniones, a decidir su destino, a elegir una opción de vida y mucho menos, bajo ninguna circunstancia poder disfrutar de una vida sexual activa, llena de fantasías y plena de placer.
Es fácil entender bajo esta premisa, el conflicto que es para muchas mujeres la perdida de su virginidad, como si una pequeña membrana en el área vaginal, sea el sello real de una felicidad asegurada, si esto fuese cierto, ninguna mujer que se ha casado virgen, habría sido infeliz y jamás habría llegado al divorcio, con el fin de deshacerse de alguien que algún día fue su luz y de pronto convirtió su vida en penumbra.
Y así poco a poco, se fue apagando la llama del deseo legítimo, enredado en un conflicto de intereses económicos , que llevaron a los dueños del dinero a obligar a que sus mujeres, sean vírgenes, para así asegurarse que su primogénito, quien iba a heredar todos sus bienes, sea propio, pero como la mortalidad infantil era muy alta, ya no solo era necesario que el primogénito sea de él, sino también los demás hijos, por lo que no cesó en su empeño de inculcar a las mujeres, que no eran más que una propiedad y que el cinturón de castidad, objeto de tortura y de irrespeto absoluto, era casi un honor.
Entre las herramientas utilizadas para este fin, se uso a la religión, que hoy en pleno siglo XXI, sigue defendiendo la tesis de que las mujeres, deben ocupar un puesto jerárquico inferior al hombre y por tanto no pueden ostentar el papado, ni siquiera pretender oficiar una misa, privilegio de hombres, está demás referir, que según las religiones monoteístas, el Dios al que hay que venerar es hombre y siempre se rodeó de hombres y por tanto las mujeres, deben permanecer en un escalón inferior.
Es lógicamente entendible, que entre tanta ignominia, la parte sexual propia de la mujer fue vilipendiada, y se le arrebató el derecho, de experimentar sus propias sensaciones y poder solicitar sin vergüenza ni pudor mal entendido, el placer que el compañero debe darle, pues ella no es el objeto de su uso, sino un ser humano que merece respeto y consideración, a la que hay que llenar de afecto y cortesía, pero también amar con pasión desmedida.
Tras tantos años de inclinar la cabeza ante la esclavitud mental, las mujeres comienzan a entender sus derechos y conocer su capacidad sexual y en ese momento se inicia un grave conflicto, porque una mujer puede teóricamente, disfrutar de varios orgasmos y muchas veces de forma increscendo en intensidad, mientras el hombre requiere de un período refractario, que aumenta a medida que pasa el tiempo, si es que tiene la suerte de experimentar dos o tres orgasmos y eso significa que no logra satisfacer a su pareja, quien aún calla esta verdad, con el consiguiente fastidio interior que intenta sustituirlo con cariño.
Pero como el amor, es la base que sustenta la relación, la mujer llena ese espacio virtual, con otros elementos, pero que en muchas ocasiones no son suficientes y mientras el hombre se dedica a la bebida y a un constante enfrentamiento con sus amigos, la mujer se deja llevar de pronto por la fuerza de la pasión, de aquellas sensaciones que le permiten oler los colores, saborear los sonidos y oír lo olores, sean alimentadas por un ser cercano a ella o por una fantasía.
Definitivamente el hombre es un ser infiel por excelencia, simplemente porque requiere constantemente reafirmar su sexualidad o por sus temores sobre sus apetencias sexuales, que se muestre alguna propensión a la homosexualidad que lo descalifique, mas allá del hecho, que lo desliga de la parte afectiva, y para él la infidelidad es simplemente un acto carnal muy similar a la cópula, dándose un aire de macho, necesario para su ego.
Pero también es fácil entender, que si un día la mujer dejara suelta las riendas de sus deseos y fantasías eróticas, la infidelidad sería para ellas, una parte infaltable de sus vidas.
Pero no será llevada de la mano de la pasión pura, sino de la dulzura de las palabras, de los recordatorios de su inefable belleza, de las promesas de días llenos de colores, será a través de frases que denoten respeto y la inolvidable visión de unos ojos que demuestren que es la mujer más bella entre todas las otras, no importándole las bases sino la intensidad.