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Inciso. Un italiano en el camino Capítulo 3

Última respuesta: 15 de diciembre de 2017 a las 20:02
N
nahomy_8733795
13/12/17 a las 12:55

Debía encontrar un albergue muy, pero que muy barato. No comería hasta la cena, ya que el trayecto que me esperaba era todo montaña. Después de llamar a un par de albergues encontré uno por seis euros. Pagué la cocacola y me quedé con cuatro euros con cincuenta.
Salí del bar y me acerqué a la primera mujer que vi. Hablaba en inglés, así que chapurreando el idioma le expliqué mi problema, y en seguida me dio dos euros. Mil gracias le di.

Por un momento barajé la opción de quedarme en ese pueblo y no en el siguiente, pero no sé por qué, se me metió en la cabeza que tenía que llegar al siguiente. Sí o sí.
Cuando estaba a punto de emprender mis úl!@#*!s km, me encontré de frente con mi salvadora húngara. Nos dimos un abrazo. Le pregunté si iba al siguiente pueblo y me dijo que si, le propuse ir juntas y estuvo de acuerdo. Entonces me dijo que aguardara un momento, que iba a comprar agua. Aprovechando la espera me senté en el suelo y me apoyé en la pared a descansar. Vi un perro a pocos metros frente a mí. Estaba totalmente tirado al sol sobre la acera blanca. Lo observé y sentí envidia. Entonces el perro, que era un labrador, se levantó torpemente, dejando ver que no tenía pata derecha. Caminó cojeando hacia mí y se tumbó a mi lado. Aunque estaba sucio y era callejero, lo acaricié.

La húngara volvió y juntas nos lanzamos al camino. Me ahorraré los detalles de lo duro e interminable que fue este tramo, totalmente escondido en plena montaña, lleno de subidas, bajadas, y enormes rocas. La húngara y yo nos hicimos buenas amigas, ella sufría mucho, andaba despacio, pero me sentí fuerte y no quería decaer, cada km más era un km menos, ni siquiera quería parar. Mantuve la sonrisa y la entereza todo el camino, que fueron 8 km más. Llegamos al pueblo sobre las siete y media. Aquel trayecto fue mucho más largo y tedioso de lo que me esperaba, y lo recuerdo como el más agotador de todo mí viaje.
Al llegar, la húngara y yo pedimos a un paisano que nos hiciera una foto. Ella se iba a una pensión, y yo me iba al albergue municipal. Así que de nuevo nos abrazamos, yo sentí que iba a llorar, pero no lo hice, y creo que a ella le pasó lo mismo. Nos deseamos buen camino y nos despedimos.

Mi albergue estaba a las afueras del pueblo por lo que aún tuve que caminar un rato, por el camino me encontré con el profesor de yoga con el que había hablado en el albergue anterior. Me dijo que estaba en una pensión. Yo le conté un poco lo penoso que había sido mi día, y me dijo que le buscara si necesitaba cualquier cosa.

Al fin llegué al albergue, pagué seis euros y me tomé mi tiempo para ducharme y curarme (dentro de lo posible) las heridas. Me senté en el patio al lado de un extremeño y un argentino. El argentino me pareció atractivo. ¿Cómo podía pensar en esas cosas en ese momento? La hospitalera también se sentó con nosotros. Estuve masajeándome los pies con vaselina, así como las piernas. Mientras, hablaba con el extremeño, que me contaba todos sus problemas de dolores y tendidítis que había tendido. Mucha gente estaba peor que yo.
A esas alturas del día pensé que me merecía una buena cena y le pregunté a la hospitalera si en el bar se podía pagar con tarjeta. Yo contaba tanto con que esto sería posible, que me quedé helada cuando me dijo que no.

Le expliqué que tenía dinero en la tarjeta, y que necesitaba comer algo, que había pasado un día muy difícil, y que no podía acostarme sin cenar. Ella me dijo que si quería me podía dar un poco de pan ¿Un poco de pan? Decidí ir a algún bar del pueblo, lo cual era una faena, porque ya casi era de noche, y el albergue estaba en las afueras como ya he dicho. Me despedí del extremeño, del argentino, y de la hospitalera, y prácticamente en pijama me encaminé hacia el pueblo a pasos de tortuga, con mis queridas agujetas y mi dolor de meñique.

En menos de nada me invadió la noche oscura, y por si esto fuera poco, y por mucho que cueste creerlo, se puso a llover. Por un momento me reí de mi desgracia. Caminé un poco más hasta que divisé otro albergue, y había luz. Crucé la calle y me refugié de la lluvia bajo el tejado. El hospitalero estaba en la puerta y le pregunté si aceptaban tarjeta, que por favor necesitaba algo de comer. Me dijo que no aceptaban tarjeta, y que además no tenían comida porque la cena acababa de terminar. En ese momento exploté. Ya no pude parar de llorar hasta el día siguiente.

El hospitalero preocupado me decía -Pero mujer no llores- me preguntó qué me pasaba y le dije que yo solo quería comer algo y acostarme, que estaba muy cansada, que tenía hambre, que me dolía todo. El pobre hombre se ofreció para llevarme en coche al pueblo a algún bar donde aceptaran tarjeta, y, como para negarme. Fuimos en coche bajo la lluvia. Me dio su teléfono para que le llamase en caso de que quisiera que me recogiera después de cenar y me llevaría a mi albergue en coche. Le di las gracias y entré en un bar. La gente me miró de arriba a abajo. Llevaba mis pantalones cortos de pijama y un cortavientos naranja fosforito. Y los ojos hinchados de llorar.

Le pedí a la camarera un menú de peregrino de diez euros, que constaba de pisto con huevo, pechugas de pollo, flan, y bebida. Me senté en una mesa sola y seguí llorando. No podía parar. Entonces volví a ver a la húngara. Se sentó frente a mí, me agarró las manos y me preguntó qué me pasaba. Difícilmente podía hablar. Ella estaba en la pensión que regentaba ese mismo bar. Le conté con voz temblorosa y sollozando lo que me había pasado, y me dijo que ojalá pudiera ella dejarme dinero, pero que no tenía. De repente caí en que no le había preguntado a la camarera si se podía pagar con tarjeta. Fui corriendo a la cocina, donde la camarera ya estaba cocinando, le pregunté si se podía pagar con tarjeta y me dijo que no. Entre lágrimas le dije que dejara lo que estaba haciendo y salí del bar. La húngara salió detrás de mí y me abrazó ante las miradas desconcertadas de los que por allí pasaban.

De repente la húngara ya no estaba, y yo me quedé llorando en la puerta del bar un poco desorientada. Una chica me preguntó si me podía ayudar y le dije que estaba bien... Menudo show estaba dando. A los cinco minutos apareció la húngara con un billete de diez euros. Me dijo que ella estaba en la pensión compartiendo habitación con un hombre que decía que me conocía. Yo, entre tanto soponcio, no sabía de quién se trataba. Subí con la húngara a la habitación para darle las gracias al hombre. Era el profesor de yoga. Le di un abrazo y él sonreía diciéndome que no llorase más. Una vez más abracé a la húngara, nos despedimos y nunca volví a verla.


Volví al mismo bar y le pedí a la camarera otra vez el menú de peregrino. Me senté en la mesa, repasando todo lo que me había pasado ese día, y lo bien que me había tratado la gente. Me trajo la comida y no la saboreé mucho porque tenía la nariz taponada de tanto moco, pero al menos recuperé fuerzas.
Al cabo de unos quince minutos la camarera se acercó a mí y me dijo
-A ver, ¿Qué te pasa? Que llevas todo el tiempo llorando-
-No he tenido un buen día- le contesté
-A veces hablar ayuda- esta frase me conmovió, y le conté a la camarera todo mi día.
Me escuchó sin interrumpirme y me dijo que mejor me quedase los diez euros, por si me hacían falta, y que a la cena estaba invitada. También me dijo que ella no cerraba tarde, y que si me esperaba, me llevaría a mi albergue en coche.

Mientras cenaba, ya con la camarera lejos, una mujer se me acercó. No era peregrina, iba vestida normal, incluso llevaba tacones, y estaba maquillada. Se sentó conmigo, me sonrió con dulzura, y me cogió la mano.
-¿Qué te pasa?- me preguntó.
Esa mujer había hecho El Camino hace años, me contó su experiencia y me dio muchos consejos de qué cosas comprarme en la farmacia para curarme los pies. Me dijo que no llorara, que tenía que disfrutar la experiencia, que El Camino era algo precioso, que lo aprovechara. Pero claro yo no podía parar de llorar ni aunque lo intentase con todas mis fuerzas. Y no era por el dolor, o por el hambre que había pasado, o porque se había hecho de noche, o porque me había quedado sin dinero, o porque se había puesto a llover. Era por cómo la gente me quería ayudar, escuchar, comprender.
Estaba demasiado conmovida.

Al final de la cena la camarera cerró y me llevó al albergue, recuerdo que me preguntó si me dolía algo, le dije que me dolía todo el cuerpo. Paramos frente a la puerta y la camarera me dio una tarjeta. Era el número de los taxis. Para mí el taxi era lo úl!@#*!, y en ese momento no pensaba llamarlo. Yo estaba haciendo El Camino a pie, era una peregrina ¿Quién dijo taxi? Se lo agradecí todo y le di un abrazo. En el albergue ya estaba todo el mundo durmiendo. Me metí en mi saco de dormir y cerré los ojos, todavía mojados por las lágrimas.

Al despertar sentí el meñique más que nunca, el escozor, las agujetas. Decidí que no quería levantarme y me cubrí con el saco hasta la cabeza. La gente iba dejando el albergue mientras yo me dormía y me despertaba sin parar, ya que había una mosca cojonera que no paraba de molestarme. No sé cuánto rato pasó, bajé el saco lo justo para ver que ya no quedaba nadie en la habitación, solo estaba yo, pero me daba igual. Volví a cubrirme la cabeza. Notaba los ojos hinchados.

Entonces alguien me tocó el hombro y escuché en inglés y a media voz -¿Estás bien?- me bajé el saco de nuevo y vi a un hombre alto, fuerte, rubio, con los ojos azules, de mediana edad. Era enorme. Se sentó conmigo en la cama, y yo me incorporé hasta quedar sentada también. Sorprendentemente pude decirle en inglés que me dolía el meñique a horrores, que tenía agujetas, que tenía ampollas, que el día anterior lo había pasado muy mal. Él me contó, en un inglés que entendí, que también había sufrido ampollas y dolores, y que tenía que levantarme y caminar, que tenía que ser fuerte. Después cogió su riñonera y me dio tiritas, hilo, aguja, esparadrapo. Otra vez las lágrimas venían. Me miró a los ojos y en un español con mucho acento inglés me dijo –Buen camino-. A continuación vi como desaparecía tras la puerta, y nunca más lo volví a ver, ni supe su nombre. 


Continuará

Ver también

M
matdbone
13/12/17 a las 13:17

Acabo de leer la tercera  parte del relato. Es conmovedor de verdad. he llegado a vivir la tristeza que puede llegar a transmitir, me ha dolido el pie y hasta el alma, de haber estado peregrinando, te habria echado una mano sin pensarlo, pues una persona no ha de pasar hambre por no tener dinero y cualquiera se puede envuelto en esa circunstancia (o cumulo) de ellas que cuentas.

La verdad que me ha dolido (no fisicamente, ni moralmente), como si lo estuviese viviendo ahora, como si te hubiese conocido en persona, y necesitases de una mano amiga.

Lo que me impresiona es que hay  gente es muy caritativa, pero cuando se trata de ayudar al projimo economicamente, nadie se "moja". 
Me ha llegado a dar rabia ver que una persona tenga que llegar a pasarlo tan mal como lo pasaste tu, para sobrevivir, y que por suerte, encontraste, a una persona, que fue una "mano amiga" para ti en un muy delicado momento.

No pares de escribir, como siempre ha sido un placer leerte, y siempre lo será, pues da gusto, leer lo bien que puede escribir una persona, lo bien que puede narrar (transmitiendo todo tipo de sentimientos, desde dolor hasta alegria, en tan poco tiempo).

Espero impaciente tu próximo relato.

Un saludo!

N
nahomy_8733795
15/12/17 a las 9:55
En respuesta a matdbone

Acabo de leer la tercera  parte del relato. Es conmovedor de verdad. he llegado a vivir la tristeza que puede llegar a transmitir, me ha dolido el pie y hasta el alma, de haber estado peregrinando, te habria echado una mano sin pensarlo, pues una persona no ha de pasar hambre por no tener dinero y cualquiera se puede envuelto en esa circunstancia (o cumulo) de ellas que cuentas.

La verdad que me ha dolido (no fisicamente, ni moralmente), como si lo estuviese viviendo ahora, como si te hubiese conocido en persona, y necesitases de una mano amiga.

Lo que me impresiona es que hay  gente es muy caritativa, pero cuando se trata de ayudar al projimo economicamente, nadie se "moja". 
Me ha llegado a dar rabia ver que una persona tenga que llegar a pasarlo tan mal como lo pasaste tu, para sobrevivir, y que por suerte, encontraste, a una persona, que fue una "mano amiga" para ti en un muy delicado momento.

No pares de escribir, como siempre ha sido un placer leerte, y siempre lo será, pues da gusto, leer lo bien que puede escribir una persona, lo bien que puede narrar (transmitiendo todo tipo de sentimientos, desde dolor hasta alegria, en tan poco tiempo).

Espero impaciente tu próximo relato.

Un saludo!

Perdona la espera Matbone, muchas gracias como siempre por leer. En El Camino de Santiago hay un sentimiento de solidaridad muy fuerte. Nunca vi nada igual.

Un abrazo grande!

M
matdbone
15/12/17 a las 19:47

Hola Oeslie, te mande un privado el otro dia, te llegó?

M
matdbone
15/12/17 a las 19:49

Se el motivo por el cual te lo pregunto, no es nada especial, pero esta relacionado con los post perdidos.

M
matdbone
15/12/17 a las 20:02

Y muchas gracias a ti, por ese abrazo, otro igual de grande para ti. Y por supuesto, a la espera de las partes que faltan de tu relato, y de tantos relatos que pueda leer tuyos. 

Francamente, te admiro por esa valentia!

Un saludo y un gran abrazo!

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