Foro / Pareja

Guarra1.sumisa.seriedad.

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elur_6869535
31/10/06 a las 14:38

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Doscientas organizaciones feministas han pedido a los periódicos la supresión de las páginas llamadas de contactos, y los periódicos (devi izquierda,de derecha o de centro:todos las publican) han dado la callada por respuesta. Lo que no se publica en ellos no existe. No se trata de una de aquellas ofensivas puritanas en las que unas mujeres de la buena sociedad (por lo general viejas,rancias y feas) disputaban a otras (por lo general jóvenes,guapas y lozanas) con la ayuda de la policia, los obispos y los jueces a aquellos maridos que no podían retener en la cama. Revestido de moralidad, lo que subyacía era un problema de higiene: los varones, solteros o casados, se encontraban a menudo con serias dificultades sociales y culturales para poder mantener una vida sexual regular y sana. Hace ya muchos años que lo que se solventa en la prostitución de los paises desarrollados sobrepasa la mecánica del sexo.

Por las mismas razones, por ser un problema ético (y no sólo moral), las feministas (y no sólo ellas) se niegan a que se legalice la prostitución, porque se reconocería con ello la explotación, y cuando repìten con Kant que "el cuerpo humano tiene dignidad, no precio" están poniendo el dedo en la llaga, como lo puso en 1964 Passolini en "Comizio d'amore". Es uno de sus documentales más interesantes. Se rodó en parte en un pueblecito de la Calabria. Se veía a unas docenas de hombres, alrededor del reportero, el propio Passolini, en una plaza, vociferando con mucha indignación contra cierta ley que acababa de cerrar los prostíbulos y obligaba a las chicas a plantarse en la calle. Decían que eso perjudicaría los matrimonios, que gracias a las ... se mantenían unidos. También les preocupaba dónde iban a ir los chicos a aprender lo que un hombre debe saber de las mujeres. Passolini preguntó a uno de ellos, un mocetón muy simpático, qué haría si sorprendiera a su novia con otro. El muchacho aseguró que la mataría, y levantó en el aire el brazo, como si sostuviera un cuchillo dejándolo caer con fuerza varias veces; daba a entender que si no bastaba con una puñalada, tampoco le importaría asestarle media docena. Le preguntó entonces Passolini por qué razón haría aquello, y dijo de buenísimo humor que de no hacerlo sería toda la vida un cornudo, y del mismo puño que acababa de soltar el cuchillo, se dispararon rígidos el índice y el meñique, que enarboló en el aire girándolos a uno y otro lado. La gente que le oía, viejos, niños, adultos, rompieron a aplaudir, y se armó un festivo revuelo. Passolini le preguntó de nuevo por qué haría eso, y el muchacho, con gesto típicamente italiano de levantar la barbilla, encogerse de hombros y juntar las puntas de los dedos, respondió: ah, porque soy calabrés.


Era imposible asistir a esa escena sin sentirse avergonzado. Por remotas y bárbaras que nos pareciesen sus palabras, eso era Europa hace cuarenta años. Los periódicos recogen hoy en sus primeras páginas los sucesos de violencia de género. Al fin la sociedad ha reconocido que pegar a las mujeres está feo, y peor matarlas. Claro que en las páginas de dentro, de tapadillo, reconocen con hipocresía que explotarlas sigue siendo bonito. ¿Por qué? Algunos repiten con fatalismo: siempre ha sucedido así, y el pragmático asegura: el hombre necesita esos desahogos, y el patriota arguye sacando pecho: porque soy español.


Andrés Trapiello

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