El lugar de la belleza
El lugar de la belleza
El lugar más siniestro, el lugar más atroz, es donde se oculta lo más valioso. Pero, cuando la conocí, yo aún no lo sabía. Cuando la conocí, Sara era una belleza que no tenía conciencia de su preciosidad. Su madre me agarraba del brazo y me llevaba hacia ella. No seas tímido, peque, me decía, y me daba un cachete en el culo, Corre a darle un beso a la prima Sara. Sí, porque Sara era mi prima, aparte de ser la criatura más hermosa de este mundo.
Hay momentos en nuestra vida en los que encontramos el paraíso. ¿Por qué se aman las cosas? Hay una imposibilidad de explicarlo, pero se ama por encima de los lazos de la sangre, y se ama también por encima del pecado. Era pecado amarla, pero yo la amé con locura. Era más pecado aún tomando en cuenta que yo en aquel tiempo acababa de cumplir los diez años, y ella me pasaba en al menos otros diez. Mi hermano Charly, que era de su edad, me lo notó desde el principio. Sara está muy bien, pero tú eres un pollito, me soltó esa misma noche, desde la litera de arriba, que era la suya. Pero yo la amé con locura, con desesperación, yo la seguí, la espié durante todos y cada uno de los días que ella pasó en la casa de verano, con nosotros. Creo que Sara nunca comprendió en serio que la adoraba, tal vez nunca fue capaz de descifrar qué era lo que realmente decían las cartas infantiles que yo colaba bajo la rendija de su puerta (Eres un auténtico niñato, dijo Charly una vez que me pilló colándole una), ni mis miradas a la hora de comer, ni por qué siempre me empeñaba hasta el berrinche en que su madre me dejara ponerme a su lado en la mesa. Nunca, sin embargo, entré en su habitación. Su habitación era lo que más miedo me daba.
Sabía que, si me colaba alguna vez en ese cuarto, sería un allanamiento de morada con todas las de la ley. Era el santuario privado de Sara, era el lugar donde dormía la belleza. Y el lugar de la belleza siempre es el más vulnerable.
La vida, la vida verdadera, que a veces me parece que sólo está hecha para los valientes, es otra cosa. La vida verdadera se hace insoportable en algunos momentos. Sólo una vez, una tarde que mis padres y los suyos habían salido, le eché valor y asomé encogidamente la cabeza por la portilla, que Sara había dejado entreabierta por primera y única vez en todo el verano. Lo que vi me dejó sin respiración. Era una de esas siestas de bochorno excesivo, y Sara estaba tirada en la cama, bocabajo, desnuda. Se daba aire con parsimonia con un breve abanico de cartón. Y yo, a mis diez años, supe por primera y única vez lo que era Venus en toda su hermosura. Quizás ni se me pasó por la cabeza que lo que estaba haciendo era una profanación, porque justo entonces le vi a él: al lado suyo, recostado de lado, estaba mi hermano Charly. También estaba desnudo, y le tenía a Sara un brazo por encima, la estaba tocando, él, Charly...
Creí entonces que iba a asfixiarme de verdad. Sara era tan hermosa que, si el momento se me hubiera presentado ahora, temo que hubiese hecho una barbaridad. Si hubiera tenido más edad, hubiera entrado en ese cuarto y hubiera asesinado a Charly, por cometer sacrilegio. Por tocar a una diosa. Mi visión duró un segundo, porque el pecho me golpeaba tan ligero y tan violento que tuve que dejar de mirarlos, si quería volver a respirar.
No recuerdo cómo ni cuándo se fue Sara. Sé que fue poco a poco, que sus padres no se dieron prisa para organizar el traslado a la otra ciudad, que estaba muy lejos, me dijo mi madre. Al principio no le di importancia. Sara se despidió de mí en la estación, inclinándose mucho, porque le había salido un bulto muy redondo en la tripa. ¿Te duele?, le pregunté yo, preocupado. No, peque, no duele. Es un flemón, ¿sabes? Como los de las muelas, me contó ella, atusándome el pelo. Ah, musité yo, y fue la última vez que hablé con Sara. Al principio no le di demasiada importancia, pero empecé a asustarme cuando ya era tarde.
Le preguntaba a mis padres, pero no me decían nada. Mi hermano Charly también se había ido, y yo me acordé de la casa de verano y me entró miedo de que se hubieran ido juntos. Acaecieron varios meses hasta que mi madre me contó, por fin, que no, que no se habían ido juntos, y yo entonces suspiré tranquilo. Me contó también que a Charly le habían mandado a un colegio en el extranjero, y que él había estado encantado de irse, porque decía que ya no le gustaba la casa, ni esta ciudad, ni ninguno de nosotros. Me alegré de que Charly se hubiera ido lejos, porque así, en cuanto volviera Sara, iba a poder estar más tranquila, sin que él volviera a tocarla, a manchar con sus dedos la hermosura de su cuerpo. Pero la nueva alegría que me había dado mi madre se esfumó pronto. Justo al año, cuando me dijeron en el colegio que habían visto a mi prima Sara.
Los mellizos del alcalde, que siempre lo sabían todo, me aseguraron que sí, que estaba en la ciudad, la habían visto salir de un portal pequeño, uno de las casas viejas que estaban junto a la iglesia. No le dije nada a mi madre y quise comprobar por mí mismo si mis amigos tenían o no razón. Un día hice pellas y me fui a buscarla. Me escondí entre los setos de enfrente de la iglesia y esperé.
Esperé más de una hora, pero no vi a Sara. Así que decidí volver al colegio, para decirles a los mellizos del alcalde y a todos que, aunque su intención era buena, se habían equivocado. No habían visto a Sara. Seguramente habrían visto, como yo vi, a la mujer que tenía su rostro y su pelo, pero ésa no era Sara. Esa mujer era mayor, se veía estropeada, y no tenía el flemón que tenía Sara. Además, ésa era una mujer casada, porque llevaba un carricoche con un niño pequeño, que yo me acerqué para asegurarme de que no era Sara y vi que era un niño. Y esa mujer a mí no me conocía. Si me miró tan fija fue porque quizás Sara, cuando le prestó su rostro y le prestó su pelo, le hablaría de nosotros y le enseñaría alguna foto. Por eso a esa mujer le pareció que me conocía. Yo me fui corriendo antes de que hablara, por si acaso Sara le había dado también la voz; eso no lo hubiera soportado.
Sara no volvió nunca. La busqué por todas partes, pregunté a todos, y todos me mandaban a la misma casa de al lado de la iglesia. Todos se equivocaban. Pasaron los años, grité y lloré, y me volví loco, porque todo el amor que guardaba para Sara dejó de tener sentido y se trasmutó en esquizofrenia. Entonces me encerraron aquí.
No hay noche que no la sueñe ni día que no la piense. Y me quiero aferrar a que volverá, aunque no creo que vuelva. Tal vez le regaló el rostro y el pelo a esa mujer de al lado de la iglesia porque se cansó de ser perfecta. Pero Sara, donde quiera que esté, está condenada a ser perfecta.
Antes de venir aquí, veía de vez en cuando por la calle a esa mujer que todos dicen que es ella. Se coloreó el pelo de negro y se lo cortó mucho, últimamente se le parecía menos. Sé que ella no es Sara, sé que ella no es ella. Aunque toda la gente piense que es ella, aunque crean que ese niño del carricoche es hijo de Sara y de Charly, aunque murmure la ciudad entera, yo sé que ella no es Sara. Podré estar loco, pero es por lo único por lo que pongo la mano en el fuego.
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Hoy no estoy triste
... mañana no sé, la vida es una montaña rusa. La historia tiene unos 3 ó 4 años. Besos