Tenía yo unos 11 años, cuando estando en un Club de Playa comencé a sentir algo extraño. Siempre me sentí atraido por las chicas -con un interés inocente por ser su amigo- pero en aquella ocasión la cosa era diferente.
Una jóven como de 15 años me llamó particularmente la atención; tenía puesto un bikini azul y se estaba aplicando broceador. Su larga cabellera negra azotada por el viento y su cuerpo -una delicia- realizaron un cambio en mi cuerpo hasta entonces nunca experimentado.
Yo estaba sentado sobre mi toalla -debajo de un toldito- y comence a sentir que mi cuerpo cambiaba entre mis piernas; mi pene comenzó a desplegarse por primera vez ante la contemplación de esa chica tan especial, que ni siquiera conocía, pero que no podía quitarle la vista de encima.
Para mi era algo nuevo, una mezcla de placer y de miedo por lo incontrolable y novedoso de la situación; era fantástico: Mi miembro viril dentro de mi traje de baño rozando con la tela, el glande al descubierto -pués siempre lo tenía así sin mayores inconvenientes- pero cuyo roce incrementaba la erección a cada segundo, como si fuera a explotar.
En cuestión de un minuto, no podía entender que pasaba; me encontraba excitado completamente -algo que no sabia ni como llamarlo por su nombre- mi pene estaba rígido, al doble de su tamaño normal y duro como un palo. Noté que al roce con la tela, el glande me producía una sensación única; algo indescriptible, que hoy sé que se llama placer sexual.
Tomé la toalla más cercana y corrí con ella enrrollada a la cintura en dirección al baño del Club; una vez allí, me encerré en una de las duchas -por fortuna había poca gente- y observé sorprendido el espectáculo: Retiré mi traje de baño y observé como mi pene estaba erecto, con una rigidez inucitada, el glande enrojecido y brillante, redondito -algo más grueso que el resto del pene- parecía una fresa madura enorme; estaba caliente y sentía como latía.
Para ese momento no entendía muy bien que pasaba; todo había ocurrido trás observar a la chica del bikini azul, pero no entendía por qué no me pasó con otras. En fin, las dudas pululaban en mi cerebro, pero lo único cierto era una cosa, la sensación era divina.
Obviamente no conocía sobre la masturbación, ni como acariciar mi pene; lo único que se me ocurrió fué estirar un poco -hacia atrás- la piel de mi pene (hoy sé que se llama prepucio), descubriendo que la excitación aumentaba. Era impresionante, allí estaba yo en la ducha de un Club, con mi pene más tieso que un palo, en un movimiento de vaivén sobre mi prepucio y sintiendo algo nunca antes experimentado, pero delicioso.
Luego de unos minutos sobrevino el orgasmo; que -como era el primero- no vino acompañado de una gran eyaculación; eso si lo recuerdo, solo salieron un par de gotas de un líquido como leche condensada -que hoy sé se llama semen- pero acompañado de unas intensas contracciones orgásmicas en los músculos de mi zona pélvica; tan intensas, que hicieron que me sentara en el suelo, pués las piernas no me mantenían en pie. Tal era la intensidad de ese, mi primer y desconocido, ORGASMO.
Luego de recuperado, lo primero que se me ocurrió fué ducharme, no se por qué; pués no es que hubiera derramado "mares" de semen, sólo dos gotas blancas. Me sequé con mi toalla, me puse nuevamente mi traje de baño y salí de aquel recinto. Al cruzar la puerta me sentí un Hombre nuevo; había descubierto entre mis piernas una fuente de placer inagotable. Cuanto tiempo tardaría en volver a sentir otra erección, no lo sabía, pero si estaba seguro de haber descubierto algo nuevo: Mi masculinidad.