Tras una noche febril en la que cada vez que me giraba, me abrazaba al cuerpo peludo y cálido de mi marido, me desperté con dolor de pechos. No es nada raro, me suele ocurrir de forma previa a la regla: un dolor raro e insistente que hay que tratar. No me deja tranquila y solo se satisface chupando los pezones, cosa que de inmediato exigí a mi cara otra mitad.
Lo malo es que poner mis pezones en su boca y elevarse su colega de fatigas es todo uno; y poca broma con mi marido en ese tema.
Suerte que las hormonas estaban de mi parte: sentí cada centímetro de polla como un transporte a otra realidad. Su cuerpo rozaba a la vez el clítoris hasta hacer que se inflamara como un maravilloso capullo de hibisco blanco y estallé en mil pedazos. Luego él disfrutó de hacerme oir el chof chof de mi humedad indecente y disfrutada, sonreímos. Él siguió hasta sus varios finales, que gocé como perra.
Luego me enrosqué en las muchas almohadas que tenemos en la cama. Por la ventana, la hierba verde y el día luminoso invitaban a dormir. Eso hice. Él fue a por comida.
Qué bueno es ser esposa y madre.