Me llamo Rowena, tengo 32 años y soy de Filipinas. Me mudé a Sevilla, España, después de casarme con un hombre español que tiene 51 años. Buscaba una vida llena de amor y nuevas experiencias. Al principio, todo parecía perfecto, caminábamos por las calles de Sevilla y compartíamos momentos románticos. Pero, con el tiempo, el sueño se transformó en una realidad más dura.
Mi marido, encantador al principio, empezó a mostrar otro lado. Se volvió más dominante y machista cada día. Él me criticaba a menudo en público por cosas pequeñas, como mi manera de cocinar o de vestirme, haciéndome sentir pequeña y avergonzada.
Una noche, la situación se agravó. Él llegó a casa muy enfadado por su trabajo. Sin razón, comenzó a criticarme por la cena que había preparado. Sus palabras se volvieron violentas; me dio dos bofetadas y me empujó contra la pared con fuerza. Sorprendida y herida, supe que tenía que defenderme.
Me acordé de las técnicas de auto-defensa que aprendí en la escuela y reaccioné rápido. Enganché su pierna con la mía, aprovechando su desequilibrio, y lo empujé al suelo. Cayó pesadamente, sorprendido por mi resistencia. Cuando intentó levantarse, todavía aturdido, lo golpeé con mi pie, apuntando a su torso, para asegurarme de que se quedara en el suelo. Él yacía allí, vencido e incapaz de levantarse, mientras yo me mantenía de pie
Le dije firmemente que nunca más me tocara. Desde esa noche, nuestra casa está llena de un silencio pesado. Ahora, busco consejos para un divorcio, determinada a escapar de esta situación y a reconstruir mi vida lejos de mi país natal.