Triunfar es el mayor anhelo que tenemos y sabemos que la derrota es lo que nunca buscamos; sin embargo, debemos estar conscientes que no existe reto sin riesgo al fracaso. Cada vez que nos lancemos a conquistar cualquier meta debemos comprometernos a fondo, dando nuestro mejor esfuerzo; hacer lo imposible por lograr lo que nos fijamos.
Con esta actitud garantizaremos una gran cantidad de triunfos, pero ello no nos salva del fracaso, el cual se puede presentar en cualquier momento y tenemos que estar preparados para asimilarlo. Las adversidades y frustraciones que traen consigo los fracasos son las lecciones que nos da la vida y nos ponen de manifiesto nuestras propias limitaciones, además de revelarnos nuestra auténtica escala de valores, pues existen personas que están dispuestas a pisotear los principios éticos con tal de no perder.
Es de suma importancia tener la fortaleza espiritual para aceptar, aun cuando sea doloroso, que hemos sido derrotados y estar dispuestos a pagar las consecuencias, los daños que nos hayamos hecho a nosotros mismos y a los demás.
Hace muchos años, cuando iniciaba el sueño de fundar el Colegio de Graduados en Alta Dirección, en un pueblito en el interior de Japón, un anciano me hizo reflexionar: "Aprenda a perder, no se aferre a no pagar la colegiatura del fracaso; se necesita humildad para triunfar y un gran temple para perder, no deje pasar la oportunidad que le da la vida para aprender de sus propios errores y le aseguro que, si lo logra, habrá identificado el camino que lo conducirá al éxito".
¿En qué me equivoqué?, ¿qué errores cometí?, ¿cuándo y cómo tomé las decisiones incorrectas?, ¿qué me confundió?, ¿qué motivos me hicieron actuar en esa forma?, ¿cuáles son las consecuencias?, ¿en qué consisten las pérdidas? Una vez resueltas estas preguntas debemos, como el zorro, prometernos a nosotros mismos no volver a caer en la misma trampa, y de inmediato intentar reducir al mínimo los efectos adversos y, con clara conciencia, reparar nuestras equivocaciones, tanto en el orden material como espiritual y a partir de ese momento de profunda reflexión, iniciar nuestra reconstrucción emocional.
Recuerde, de no superar psicológicamente el fracaso, éste se encadenará a otro más y así sucesivamente, o al menos, nos invadirá el miedo, el cual nos paralizará para no volver a intentar un nuevo proyecto y nos dominará la neurosis y el negativismo, corriendo el riesgo de amargamos y de convertimos en escépticos e incrédulos del futuro, lo que afectará inevitablemente nuestras relaciones con los demás.
El fracaso, por supuesto, nos produce sufrimiento y a pesar de la intensidad del dolor tenemos que aprender a superarlo. Los líderes de excelencia más destacados en la historia universal fracasaron en incontables ocasiones y se hicieron maestros para asimilar y superar su falta de éxito y lo que más sorprende es su positivismo para continuar con mayor energía y determinación.
Si usted desea ser un auténtico triunfador, recuerde que debe ser también un buen perdedor; una vez superada la experiencia negativa y asimilada la lección, prométase a sí mismo no vivir instalado en el pasado recordando amargamente sus pérdidas, ponga su mirada en el futuro, cree grandes expectativas y con una sonrisa en el corazón deposite su fe en Dios.